"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 18 de marzo de 2007

Abrazo



Al despertar aquella mañana se sorprendió abrazado a sí mismo. Bien fuera por efecto de una brisa que penetraba en la habitación , o por causa de los sueños turbulentos, o debido a yacer en orfandad en su camastro, se encontró poseído por sus propios brazos. Una de las manos aprisionaba su hombro derecho mientras la otra contenía el costado opuesto. Estaba de medio lado, retorcido, ahuecado en su encogimiento, con la cabellera revuelta y babeaba sobre la almohada. Le comprimía un entumecimiento extendido a todo su cuerpo y la rigidez le impedía reaccionar. Cierta molestia aguda emanaba entre las costillas, pareciendo que su cuerpo estaba emergiendo de un ejercicio violento más que de una noche de descanso. Cuando fue tomando conciencia del nuevo día y entreabrió los ojos, estos le picaban nerviosamente. Hubiera querido seguir durmiendo, pero la desazón le zahería hasta el extremo de hacerle sentirse confuso. Quiso pronunciar algo en alta voz para sí mismo, pero la garganta reseca y dolorida no le siguió. Se palpó la frente para comprobar si alguna fiebre le acechaba, pero no le pareció que así fuera. Esto le hizo sentirse tranquilo de momento. Sin embargo una idea transfigurada en inquietud le apremió. Se acordó de pronto del retrato de mujer a medio hacer que había tenido olvidado durante las últimas semanas. Más que una imagen perfilada asemejaba un esbozo o tal vez un nuevo rumbo en su orientación. El retrato parecía estar surgiendo del sueño o de estados de vigilia febriles. En nada se asemejaba a lo que acostumbraba a pintar. No podía explicarse por qué estaba planteando aquella efigie con unos contornos menos precisos, con unos colores dotados de una oscuridad no acostumbrada, con una desfiguración de las formas y una deformación de los detalles del rostro que jamás hubiera osado trazar antes. ¿Era tal vez producto de una vieja cuenta pendiente consigo mismo? ¿Le acosaba la traición de su propia memoria? ¿Se trataba de un desquite de la persona que le inspiraba, y que ya había desaparecido de su vida hace tiempo? Y sin embargo esta mujer últimamente se personaba en su conciencia, en una mezcla turbia y desafiante de recuerdo de los tiempos disfrutados y de la angustia por los deseos interrumpidos. Enfrascado recientemente en pintar paisajes exteriores, había relegado el óleo de la mujer espectral. Sucedía algo más en este olvido calculado; probablemente la inseguridad por no dar con la clave de lo que realmente quería representar. Por primer vez en su vida de artista, y aun habiendo sufrido ciclos de confusión y de dudas, no sabía resolver el icono pergeñado. ¿Qué hacer? ¿Relegarlo al abandono definitivo, destruirlo, acabarlo de mala manera aunque le dejara insatisfecho? Tal vez su mujer lo hubiera visto, aunque nada le había comentado al respecto. Y eso que ella era una fiel fiscalizadora de sus creaciones. Y una generosa sugerente ante lo que no le gustaba. Si seguía manteniéndolo a la vista, Max lo vería cuando llegara y acaso hiciera peguntas inconvenientes. ¿Cómo iba a explicar a nadie a estas alturas que el espíritu redivivo de Maren Olsen le inquietaba y laceraba hasta el punto de no poder exorcizar los recuerdos y la angustia de una pasión inacabada? Maren Olsen había surgido de un fiordo. No era una sirena ni una mujer especialmente bella, pero para él fue un descubrimiento. Y una cautivación. En aquellos tiempos, las relaciones entre los estados de los países vecinos pasaron por una crisis. Él había llegado para un corto período a aquella pequeña población pesquera en las profundidades de uno de los fiordos más hermosos del país. Pero el conflicto le paralizó varios meses allí. Maren Olsen fue su modelo. Nunca posó expresamente para él, pero el pintor acuñó en su mente cada detalle, cada movimiento, cada pose, cada gesto, cada desnudez que ella le mostraba en las entregas y esparcimientos con que le obsequió abundantemente. Su cuerpo más bien menudo, ni grueso ni flaco, se movía pausadamente. Él admiraba sobre todo las medidas de sus pechos y el contorno de su cintura. Su rostro no poseía una sonrisa desbordante, incluso parecía estar casi siempre abstraída, pero la mirada, cuando se fijaba sobre los ojos de él, transmitía sosiego y una especie de expectación que a él le arrebataba y le elevaba. Siempre daba preferencia a escuchar y cuando hablaba lo hacía quedamente, con una cadencia suave, firme pero relajada. El ambiente de aislamiento del pintor propició el encuentro con Maren Olsen y activó la dimensión de vivir aquello como si fuera la única razón de ser. Mientras lo recuerda, intenta dotarse de una imagen más precisa. Ha transcurrido tanto tiempo. Pero, ¿por qué esta aparición? Si lo pasado ya no vuelve en la realidad, ¿por qué se venga de los humanos en forma de fantasmas y de deseos?
(Composición fotográfica de Ivan Cap)

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