"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 13 de marzo de 2007

Relectura



Ha corrido al dormitorio. Del fondo del cajón de las mudas, en la cómoda, saca un sobre envejecido. Está repleto de indicaciones, caligrafías, tampones, franqueos. Un sobre que nunca llegó a su destino en la capital del Moldava. La carta que guarda necesita una relectura. Debe comprobar si siguen vigentes para ella los reproches que escribió y las rabias con las que atronó y se sumergió en abandono.

Max: No me hago a la idea de que tras estos meses en que nos has acompañado te hayas ido con tanta urgencia. Es verdad que la sucesión de acontecimientos de los últimos días generaron una molestia en la pequeña familia que formamos que resultaba difícil sobrellevar. Nada estuvo siendo igual que antes. No te culpo a ti. Como no le culpo a él. No es cuestión de culparnos nadie. Las cosas son como son y veo que al final ninguno de nosotros hemos querido aceptarlo. Mejor dicho, ni tú ni él lo quisisteis asumir. Tu despedida me pareció una decisión atropellada, eras muy libre de tomarla, pero, insisto, sobre todo ausente de reflexión, cuando no temerosa. Puedo entender tu incomodidad, tu confusión, tu voluntad generosa de no hacer daño a nadie, mas que rehuyeras hacerte valer me indignó. ¿Es que no han supuesto nada todas nuestras conversaciones, nuestros paseos por la ciudad, nuestros fugaces pero entregados encuentros en la hospedería Basilicata , de la Via di Carpaccio? ¿No podías haber exigido explicaciones y haber plantado cara, dejando hablar a tu corazón? ¿O acaso éste te flaqueó y estaba dejando de latir? Dirás que exagero, y ojalá creas que únicamente es eso, porque sólo con pensar en que utilizaste una excusa para quitarte de escena y olvidarte de mi me enfurezco. Sabes perfectamente cómo valoro el significado profundo que se cimentó entre ambos; por eso mismo no pongas en duda que no respeto tu manera de ser y tus impulsos. Estaba ya acostumbrada hace tiempo a acomodarme a las circunstancias repentinas con él como para que ahora no tuviera paciencia y comprensión contigo. Este tiempo florentino ha sido un tiempo nuevo en mi vida, o al menos yo lo he creído así. Puedes pensar que ése es mi error, creer que lo que yo probaba y cuanto despertaba dentro de mi marcaba una fase elevada y distinta donde iba depositando ilusiones y esperanzas. Aunque calles sé que puedes estar pensando que tal vez el asunto no iba de la misma forma contigo. Y que cuanto para mi tenía de calidad nueva y de inmersión apasionada pudo suponer solamente para ti aventura, concesión y recreo. No te tildo por ello de ser un farsante ni un equívoco conmigo. Creo que no estabas exento de sinceridad y apertura hacia mi. Siempre te acepté aun sabiendo el riesgo de imprecisión y de límite que podía suponer llegar a quererte. Fui yo la que aposté a fondo, y no me arrepiento en absoluto. Sin embargo no puedo controlar este sentimiento de frustración que me acorrala desde tu marcha. No es lo mismo caminar con dudas, o no ver con claridad la senda que eliges, o simplemente calibrar los pasitos, que encontrarte de pronto sin dirección, ni rumbo, ni motivo de marcha. Te lo dije entonces y te lo digo ahora. No me desinteresé por mi marido como un efecto arrastrado por el interés que ibas suscitando dentro de mi. La solución con mi esposo venía siendo desde hace tiempo una respuesta de supervivencia y de cuidado mutuo, interpretado y conformado como tal por ambos. Eso te podría explicar que él no manifestara en ningún momento inquietud o celo exacerbado ante los movimientos que tú y yo pusimos en marcha. Su clave residía en que no podía aceptar que tu actitud conmigo pudiera estar a la par o un peldaño más bajo que lo que él me había ofrecido mientras nuestro afecto conyugal duró. Esa sensación que iba calando en él de que tú te limitabas a usarme, a apropiarte circunstancialmente de mi ilusión, a inculcar en mi una veneración que podía ser ignorada en cualquier momento, le desbordó. Yo no aprobé jamás que él se erigiera en mi defensor, puesto que una ya es quién para convenir o rechazar cualquier plano de contacto o vinculación con otra persona. Nunca le hubiera aceptado como protector en un caso así. Tal vez fue esa situación la que desencadenó una partida de billar peligrosa a tres bandas. Una partida que no solamente quedó en tablas, sino en la que todos fuimos perdedores. ¿O crees que por haber huido tú te has salvado? ¿De verdad sientes en lo más hondo de tu fuero interno que yo he desaparecido para siempre de tu vida? Tras tantos silencios que nos aproximaron, tras tantas palabras susurradas y tras aquellas pausadas caricias que me arrebataron del olvido y me sacudieron de la inercia no puedo creer que todo haya quedado en puro mármol. Lo que digo puede sonar a quejido desmesurado, pero no me siento vencida. Sólo confundida. Creo que tienes todavía algo que decir, y bastante que rectificar. Estás a tiempo. Perdonaría antes tu cobardía que tu silencio definitivo. Ya sabes dónde habito, y va para largo. Para ti, y me temo que me dejo arrastrar por este pesar de tu ausencia, que tanto me aprisiona, seguiré siempre.

Se siente ida. Han pasado tantos años desde Florencia, desde esta carta de ida y vuelta, desde la frustración que la hundió, que no sabe reaccionar. No es que no pueda. No sabe. Los sentidos se encuentran bloqueados en alguna zona del tiempo pasado y también de su cerebro marchito. No tiene claro si hubiera sido mejor que esta carta hubiera llegado oportunamente a su destinatario, o si lo acertado fue que la puñalada del azar y de los hechos históricos lo impidieran, como así aconteció. Tal vez es el momento de quemarla. O de entregársela en persona cuando Max aparezca. Tampoco tiene sentido a estas alturas ser cauta. Pero ¿serviría de algo una exigencia que suena a tardía y que acaso no puede ya ser respondida?

1 comentario:

  1. Qué magia las cartas de otro tiempo, ¿verdad? Llegaran o no, eran toda una ceremonia.

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