"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 14 de marzo de 2007

Anotaciones




El pintor medita. No ha vuelto a hablar con su mujer de la visita anunciada. Últimamente le preocupan más ciertas críticas y algunos puntos de vista que no captan o no quieren ver sin prejuicios lo que hace. O eso piensa él. Esta noche ha echado mano del diario, no quiere pintar, sólo expresar su desasosiego. Con ello, hallar un margen de bonanza.

Me llegan opiniones, y algunos comentarios de la prensa lo ratifican, seguramente repitiendo por inercia y sin criterios propios. Hay quien califica mi pintura de meramente intimista. Solo porque pinto la casa por dentro, solo por eso pretenden convertir mi pintura en una pintura de interiores. Y lo dejan ahí. Qué es lo íntimo. ¿La simple exposición de los objetos en los márgenes de un espacio? ¿La exhibición de un entorno reservado a la familia? ¿La muestra de un sistema de imágenes que refrenden las normas de conducta y, como diría nuestro paisano Soren K, la apelación a una moralidad, cuando no el triunfo de la apariencia? Pero, ¿y la luz? ¿No cuenta la luz? ¿No es la luz la que otorga vida y sustancia y lenguaje? ¿Y las sombras y los contraluces y las brumas? No, no se dan cuenta de que hay un diálogo permanente en luces y sombras que generan una evanescencia y una atmósfera en la que se diluyen objetos y comportamientos, pero a través del cual se genera expresión y por lo tanto vida. Los colores no se definen por sí mismos, más allá de su estado natural y no siempre delimitado, sino por el empeño del ojo que ve lo que nos rodea. Y por las intenciones de la mente que pone en acción el ojo. Los que contemplen mis obras como un catálogo costumbrista y gris están listos. La vida no se manifiesta en un simple estado de potencia o de color, porque en realidad no hay un estado definido que merezca un reconocimiento de calidad especialmente canónico. Los cánones tienen mucho de moda y mucho de mito y bastante de precepto absoluto, y como tales, no me interesan. ¿Qué define un canon? ¿Un tema, una visión formal, una ortodoxia sobre la belleza, unas medidas, una apología de la opera umana, que decían en la Toscana? Pero la estética no es algo rígido ni inamovible. Si lo fuera, todo sería repetición y monotonía. ¿Y la disposición de las figuras? A muchos les sorprende que sitúe la modelo de espaldas o con la mirada inclinada o el perfil ladeado o deslumbrando con su cuello desnudo y esbelto o asumiendo una postura de abstracción. Ellos quisieran saber. Cuando proyecto las estancias las trato como corporeidades. Los ambientes son uno y muchos cuerpos. No sólo las escalas de los cuerpos. Las escuelas y las academias hablan mucho de la perspectiva aérea en función o con referencia a los espacios, ya sean abiertos o cerrados, pero con frecuencia temen el tratamiento de la dimensión de las figuras sobre la misma categoría. No es mi caso, evidentemente. Ellos preguntan si yo encajo las figuras de la modelo como un objeto más o como un elemento complementario que humanice una escena o porque así sustraigo esa sensación de frialdad física que rezuman los interiores. Y concluyen que no lo logro. Que la mujer que sale en los cuadros se ve postergada a un segundo plano o dominada por la espacialidad desmesurada o por el brillo de los blancos y los negros. Ellos no saben, es obvio. Y no tengo el menor interés en explicarlo. Pero Max llegará un día de estos y me preguntará. Max observó siempre mucho, hasta tal punto que cuando visitábamos las campiñas toscanas y los pequeños pueblos amurallados de la zona yo ponía la mano que volaba tras los lápices y él guiaba el oteo que a mi se me pasaba inadvertido. Sí, tendría que reconocer que muchas de mis visiones eran su mirada. Él no sabe, no ha podido saberlo, que algunas de mis obras han germinado debido a sus sugerencias. Cuando él vea lo que he pintado en estos últimos años, me preguntará, seguro. Y aunque no lo haga, por discreción o prudencia, es probable que sus gestos, sus paradas, sus sonrisas, me estén exigiendo si no una racionalización, sí al menos cierta aclaración de móviles e intenciones. ¿Y podría negárselo a Max? Temo especialmente cuando le enseñe los cuadros donde está reflejada ella. ¿Los aprobará?


Ha abandonado la pluma y cerrado el cuaderno. Toma la vieja pipa de loza, adornada con relieves de animales, fabricada en la misma factoría de Copenhague de donde se exportan al mundo las vajillas de la flora danica. La llena de hebra y la prende. Aspira profundamente, extendiendo el aroma a sándalo por todo el cuarto. Acaricia la pipa con parsimonia, casi sensualmente, con su pulgar. Le invade una apacibilidad discorde. La vieja y gastada pipa. El último resto del naufragio de su nunca olvidada relación con Maren Olsen.

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