El pintor ha vuelto. Ella se lo ha encontrando canturreando en su estudio, con las ventanas abiertas de par en par, un aria de Caldara, Il trionfo dell’Innocenza, que tanto gustaban de escuchar en Italia. Justo aquella parte que dice:
Vanne pentita a piangere,
E ammorza nelle lagrime
Il tuo impudico ardor.
Al verla pasar, le ha llamado. Se siente eufórico. Le ha estado enseñando algunos bocetos. Su cartapacio de apuntes silvestres está repleto, muy desigual, pero aprovechado y sustancioso. El carboncillo se escurre entre las hojas y deja entrever aves, ríos, cielos, caballos, caseríos, lomas redondeadas, ruinas monásticas, figuras alejadas, pastoras, viajeros, rostros de perfil. Parece que le ha cundido la escapada. Si a ella le satisface encontrarlo con ese humor es principalmente por él mismo. Suficiente para disculparle la desaparición. Además no le ha echado tan en falta como le sucedía al principio. Es decir, antes, cuando este tipo de plantes enigmáticos era una novedad matrimonial. Aprovecha el momento y le habla de las intenciones de Max, ¿o habría que decir nuestro viejo amigo Max? Él no pone ninguna cara especial cuando le habla de la carta recibida y de la visita en ciernes. Como si no le afectara. ¿O acaso es que la historia del pasado la tiene ya olvidada? Aquello estuvo bien, fue interesante conocerle, todos aprendimos, todos nos aportamos, todos descubrimos todo, y nos divertimos tanto, fuimos, en fin, una gran familia. ¿Una familia a tres? Da la sensación de estar pensando todo eso. Demasiada frialdad, pero no dice nada. El comentario ausente pesa. Y sin embargo, no es verdad que ni siquiera se muestre perplejo. Acaso su perplejidad le paraliza, y tampoco quiere ser más explícito. O se trata de una actitud condescendiente con ella, para compensar su desaparición repentina de los últimos días. El pacto de complicidad de la pareja lleva implícito admitirse el uno al otro la falta de explicaciones. Se han dado tantas, se han inventado tantas, han sospechado tantas. Ella también se ha ido algunas veces. No es desatención, en absoluto, este comportamiento mutuo. Hay en él mucho de reconocimiento de sus márgenes de libertad y de admisión benévola de desencuentros que deben destensarse, ya implique búsqueda de soledad y apartamiento, abandono provisional, olvido momentáneo, necesidad de huída transitoria. Como se le quiera llamar. Todo tan urgido como efímero. Pero acaso necesario. Ella hojea el cuaderno de campo, se tizna los dedos. Necesita palpar la representación, acariciar lo figurativo, probar ese noviciado de croquis, sentir lo que empieza. Como una admonición. Es probable que esos trazos queden para siempre en el territorio de lo que meramente se transita, como causa. Que nunca los lleve a efecto, que jamás pasen a formar parte de la textura de lo acabado, que no sean sino flor de un día. ¿Se siente ella parte de esos trazos? ¿Quizás inacabada, fuera del cuadro de la vida sentimental, sin formar parte de la quintaesencia de la obra? Ningún obstáculo a que Max Winternitz se reencuentre con ellos. Él incluso empieza a pensar que es interesante. Los reencuentros siempre sirven, opina. O se revitaliza la presencia o se comprueba que el tiempo ha agostado el recuerdo. Y a pesar de todo quisimos tanto a Max, ¿verdad?, la dice. Ella pagina el papel barbado cubierto de bosquejos, siempre de machones. Teme tanta aquiescencia. Le confunde tanta templanza. Y entonces, se acuerda con desgarro de la carta devuelta, aquélla que envió a su amigo Max hace años a Praga y que jamás le fue entregada. Excusa formal: destinatario desconocido.
Abandona el gabinete del pintor, dejándole con el aria en la boca...
Tenti invan la mia costanza
Ch’altra speme non t’avanza
Che l’eterno mio rigor.
Vanne pentita a piangere,
E ammorza nelle lagrime
Il tuo impudico ardor.
Al verla pasar, le ha llamado. Se siente eufórico. Le ha estado enseñando algunos bocetos. Su cartapacio de apuntes silvestres está repleto, muy desigual, pero aprovechado y sustancioso. El carboncillo se escurre entre las hojas y deja entrever aves, ríos, cielos, caballos, caseríos, lomas redondeadas, ruinas monásticas, figuras alejadas, pastoras, viajeros, rostros de perfil. Parece que le ha cundido la escapada. Si a ella le satisface encontrarlo con ese humor es principalmente por él mismo. Suficiente para disculparle la desaparición. Además no le ha echado tan en falta como le sucedía al principio. Es decir, antes, cuando este tipo de plantes enigmáticos era una novedad matrimonial. Aprovecha el momento y le habla de las intenciones de Max, ¿o habría que decir nuestro viejo amigo Max? Él no pone ninguna cara especial cuando le habla de la carta recibida y de la visita en ciernes. Como si no le afectara. ¿O acaso es que la historia del pasado la tiene ya olvidada? Aquello estuvo bien, fue interesante conocerle, todos aprendimos, todos nos aportamos, todos descubrimos todo, y nos divertimos tanto, fuimos, en fin, una gran familia. ¿Una familia a tres? Da la sensación de estar pensando todo eso. Demasiada frialdad, pero no dice nada. El comentario ausente pesa. Y sin embargo, no es verdad que ni siquiera se muestre perplejo. Acaso su perplejidad le paraliza, y tampoco quiere ser más explícito. O se trata de una actitud condescendiente con ella, para compensar su desaparición repentina de los últimos días. El pacto de complicidad de la pareja lleva implícito admitirse el uno al otro la falta de explicaciones. Se han dado tantas, se han inventado tantas, han sospechado tantas. Ella también se ha ido algunas veces. No es desatención, en absoluto, este comportamiento mutuo. Hay en él mucho de reconocimiento de sus márgenes de libertad y de admisión benévola de desencuentros que deben destensarse, ya implique búsqueda de soledad y apartamiento, abandono provisional, olvido momentáneo, necesidad de huída transitoria. Como se le quiera llamar. Todo tan urgido como efímero. Pero acaso necesario. Ella hojea el cuaderno de campo, se tizna los dedos. Necesita palpar la representación, acariciar lo figurativo, probar ese noviciado de croquis, sentir lo que empieza. Como una admonición. Es probable que esos trazos queden para siempre en el territorio de lo que meramente se transita, como causa. Que nunca los lleve a efecto, que jamás pasen a formar parte de la textura de lo acabado, que no sean sino flor de un día. ¿Se siente ella parte de esos trazos? ¿Quizás inacabada, fuera del cuadro de la vida sentimental, sin formar parte de la quintaesencia de la obra? Ningún obstáculo a que Max Winternitz se reencuentre con ellos. Él incluso empieza a pensar que es interesante. Los reencuentros siempre sirven, opina. O se revitaliza la presencia o se comprueba que el tiempo ha agostado el recuerdo. Y a pesar de todo quisimos tanto a Max, ¿verdad?, la dice. Ella pagina el papel barbado cubierto de bosquejos, siempre de machones. Teme tanta aquiescencia. Le confunde tanta templanza. Y entonces, se acuerda con desgarro de la carta devuelta, aquélla que envió a su amigo Max hace años a Praga y que jamás le fue entregada. Excusa formal: destinatario desconocido.
Abandona el gabinete del pintor, dejándole con el aria en la boca...
Tenti invan la mia costanza
Ch’altra speme non t’avanza
Che l’eterno mio rigor.
Esperamos la llegada de Max, mientras él calla, ella recuerda y suena el maravilloso Caldara.
ResponderEliminarBuen día