A. CONCERTO GROSSO
Ha puesto un disco con los Concerti grossi de Corelli y escucha. Cualquier otra actividad que en ese momento pretenda ejercitar en paralelo es dejada de lado. Nunca ha entendido muy bien eso de leer o de escribir o de limpiar o de mirar el mar con música de fondo, pero con Corelli menos. Él es un hombre de concentración absoluta y única: o hace una cosa o hace otra; y sí, sabe que hay acompañamientos, respaldos, fondos, ambientes, pero no es lo mismo. Corelli le exige. No porque implique dificultad, sino porque primero le despoja y luego le arrebata. Le exige su entrega, su concesión, su desvío. Corelli le obliga a desviarse de la contundencia y de la centralidad de sus búsquedas. Debe alejarse de la exploración del lenguaje, renunciar a la indagación, traicionar la seguridad de los conceptos, ignorar las presencias. Él ignora hasta su propia presencia, porque los grossi le regatean la conciencia y le empujan hacia las tentaciones de la melancolía. Es demasiado mayor para ignorar los peligros de la nostalgia. Se siente ya demasiado curtido para desconocer los riesgos de recrearse en lo inexistente. Sin embargo no tiene suficiente fuerza para impedir la acometida despiadada de los pensamientos sin retorno. La memoria le presta momentos de lucidez, pero también de flaqueza. Cuando intuye que un olor o una mirada o una fotografía o un sonido o un encuentro va a levantar alguno de los paisajes de su pasado, vibra y se relaja, pero a continuación, salpicado por un instinto superviviente, hace oscilar su cuerpo para reafirmarse. Sabe que con Corelli le sucede con frecuencia. Le cuesta ponerse a oír al barroco. Hay un precio que pagar ante los grossi, y a veces lo paga. La moneda de la melancolía es tan impura como cualquier otra. También con ella efectúa un intercambio. Se arriesga al desfallecimiento, pero se apodera de otra estética. Sabe que la estética de la emoción no es siempre la conciencia de la ausencia. Y que de alguna manera le libera, aunque sea del instinto de perecer antes de tiempo. De resistir los embates de la soledad justiciera. Entonces, si lo sabe, ¿por qué se siente debilitado y advierte que una presión le embiste y le levanta el pecho? Se pregunta acuciado si la estética existe o no en sí misma. ¿Qué movimiento de su vida se alza de entre los tiempos marchitos y las realizaciones muertas para reencarnarse en angustia? Prendido entre la música y el recuerdo del tiempo, el hombre mayor desearía rebelarse. Pretende, en sus ensoñaciones febriles, ser capaz de nuevas tentativas y renovados devaneos. Pero, ¿quién atenderá sus solicitudes, quién le escuchará, quién aceptará sus menguados esfuerzos sino el rumor de la alameda cada vez más angosta que le cerca?
Ha puesto un disco con los Concerti grossi de Corelli y escucha. Cualquier otra actividad que en ese momento pretenda ejercitar en paralelo es dejada de lado. Nunca ha entendido muy bien eso de leer o de escribir o de limpiar o de mirar el mar con música de fondo, pero con Corelli menos. Él es un hombre de concentración absoluta y única: o hace una cosa o hace otra; y sí, sabe que hay acompañamientos, respaldos, fondos, ambientes, pero no es lo mismo. Corelli le exige. No porque implique dificultad, sino porque primero le despoja y luego le arrebata. Le exige su entrega, su concesión, su desvío. Corelli le obliga a desviarse de la contundencia y de la centralidad de sus búsquedas. Debe alejarse de la exploración del lenguaje, renunciar a la indagación, traicionar la seguridad de los conceptos, ignorar las presencias. Él ignora hasta su propia presencia, porque los grossi le regatean la conciencia y le empujan hacia las tentaciones de la melancolía. Es demasiado mayor para ignorar los peligros de la nostalgia. Se siente ya demasiado curtido para desconocer los riesgos de recrearse en lo inexistente. Sin embargo no tiene suficiente fuerza para impedir la acometida despiadada de los pensamientos sin retorno. La memoria le presta momentos de lucidez, pero también de flaqueza. Cuando intuye que un olor o una mirada o una fotografía o un sonido o un encuentro va a levantar alguno de los paisajes de su pasado, vibra y se relaja, pero a continuación, salpicado por un instinto superviviente, hace oscilar su cuerpo para reafirmarse. Sabe que con Corelli le sucede con frecuencia. Le cuesta ponerse a oír al barroco. Hay un precio que pagar ante los grossi, y a veces lo paga. La moneda de la melancolía es tan impura como cualquier otra. También con ella efectúa un intercambio. Se arriesga al desfallecimiento, pero se apodera de otra estética. Sabe que la estética de la emoción no es siempre la conciencia de la ausencia. Y que de alguna manera le libera, aunque sea del instinto de perecer antes de tiempo. De resistir los embates de la soledad justiciera. Entonces, si lo sabe, ¿por qué se siente debilitado y advierte que una presión le embiste y le levanta el pecho? Se pregunta acuciado si la estética existe o no en sí misma. ¿Qué movimiento de su vida se alza de entre los tiempos marchitos y las realizaciones muertas para reencarnarse en angustia? Prendido entre la música y el recuerdo del tiempo, el hombre mayor desearía rebelarse. Pretende, en sus ensoñaciones febriles, ser capaz de nuevas tentativas y renovados devaneos. Pero, ¿quién atenderá sus solicitudes, quién le escuchará, quién aceptará sus menguados esfuerzos sino el rumor de la alameda cada vez más angosta que le cerca?
B. HABLA VERGÍLIO FERREIRA
"...Porque, ¿para qué revolver en el espíritu lo que en él se ha agotado? En el propio interés de quien fue el descubridor, lo que importa no es repetir sino ir más allá. Su creador ha quedado realmente desposeído de aquello que ha transmitido. Es de los demás, ha entrado en su circuito, y si tiene un dueño, es como la marca de un objeto que se ha comprado. Un coche. Una lavadora. Incluso un sistema de ideas que haya caído en el anonimato de una conversación de café o en un artículo de periódico. También por eso la vejez es solitaria. Incluso la de aquel que ha cumplido plenamente una vida. ¿Qué puede significar para él lo que ya no es suyo? Ser viejo es ir perdiendo las cosas distraídamente. Ser viejo es ir siendo poco. Y repetir tiene su límite, que al otro lado ya tiene otro nombre. Monomanía. O locura, en los casos más extremos."
(Vergílio Ferreira, Pensar)
(La fotografía de la arboleda es de Roman Loranc; grabado representando al compositor italiano Arcangelo Corelli; manuscrito de una sinfonía de Corelli)
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