"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 11 de enero de 2007

Photomaton



¿En que pose se ve usted, estimado amigo? ¿Con cuál de estas posturas se identifica más? ¿Qué clase de tormento prefiere elegir? ¿Escoge las llamas a secas? ¿O mejor esa especie de serpiente-dragón-lombriz que le carcomerá las entrañas para la eternidad? ¿O acaso es partidario de sentirse atravesado por el vil metal como piercing de condenación? ¿Es el encadenamiento ciego el que le cautiva? ¿Ansía los grilletes o ser lanceolado una y otra vez? Todo es posible en el mercado del Infierno...


La iconografía cristiana es fecunda en imágenes tanto literarias como gráficas sobre el Infierno. Quien más o quien menos de los que hemos sido amamantados en los pechos de la Iglesia de Roma llevamos en nuestra mente un determinado tipo de imágenes al respecto. No en vano la presión e influencia de la larga mano católica se ha cebado en nuestras vidas. Los altares de las parroquias, los catecismos, los capiteles y portadas de iglesias y catedrales, los libros eclesiásticos, las lecciones de religión de los colegios, los mensajes atronadores de aquellas Misiones o aquellos Ejercicios espirituales, todo aquel despliegue imaginero de aleccionamiento y control estaba repleto de referencias a la condena por toda la eternidad (¿o hay que escribir Eternidad con mayúscula?) Ésta, como contrapartida de la salvación, era gestionada por el demonio, en cuyas manos caía el alma humana pecadora e irredenta, es decir, usted y tú y tú y yo -nunca estuvo claro si los grandes potentados, mandatarios y representantes de la divinidad también-, oigan, y hallábase ubicada en una imprecisa zona del imaginario ficticio denominada Infierno (a veces se cita en plural, según el énfasis que interesase hacer), donde seríamos sufridores de fuegos, torturas, desazones, carencias, etc.

Infierno equivalía a perdición para toda la eternidad. Las teorizaciones teológicas sobre el tema han sido continuas e inacabables a lo largo de la historia de la Iglesia. ¿Para llegar a qué? Sólo se me ocurre concluir que para lograr el control de la voluntad de los hombres. O por ser más precisos: por obtener cierta casta de iluminados el aseguramiento, la manipulación y la absorción del pensamiento y de la libertad humana.

Contemplar ahora imágenes de viejos libros doctrinarios resulta divertido. Pero cuanto tienes cinco o diez años, el efecto es altamente aterrador. Y se te quedaba grabado, y te atemorizaba. Uno no quería verse entonces de esa guisa. Por parte de la Iglesia se hacía transmisión de las innumerables torturas inventadas por los hombres, sus ideologías e instituciones a una iconografía que se imponía como verdad de fe.

Contemplamos ahora afortunadamente estas viñetas con diversión y atracción relajada. Resultan kisch a nuestra mirada. El pequeño volumen que ha caído recientemente en mis manos -El infierno abierto, ilustrado por Isidro Paulino en Manila en 1814- no tiene pérdida como solaz y desaprensión de antiguos miedos, si aún quedaba alguno. Me interesa por una parte transmitir la zafiedad ideológica del mensaje. No se andaban con chiquitas algunos predicadores y algunos oficiantes de la Salvación. Misiva chantajista: o te salvabas o te condenabas. Subyacente: salvarse era estar con ellos; condenarte era escapar a su influencia. Siempre me han parecido repugnantes las maneras de enfocar por parte de la teología moral el asunto del obrar bien o mal en esta vida. Porque, ¿quién decidía sino los mismos que estaban interesados en preservar situaciones favorables para sus dogmas y sus status quos? Y por otro lado, señalar lo escatológico y tremebundo de la imagen. Se ve que los que inventaron la Inquisición tenían un exahustivo conocimiento sobre los modos y maneras de causar dolor a los humanos.

Si estos grabados son muestras de ese Photomaton que nos espera, según las religiones altivas, en el más allá, francamente, uno prefiere romper la cámara.

1 comentario:

  1. Puede deducirse que lo escatológico de ayer es lo risible de hoy, pero la trayectoria sobre los miedos que la Iglesia metía en el cuerpo desde niños a cuenta de la invención llamada Infierno no tiene nombre. Hoy hemos descubierto que el Infierno está en esta vida, para unos más que para otros. Que no hace falta el mito del masallá. Que el masacá es crudo y cruel. Obviamente, la institución multinacional y secular con base operativa en Roma sigue sin retractarse de sus acometidas pesudomorales y dañinas.

    Las viñetas, como tú dices, son muy divertidas, por otra parte.

    Un saludo gozoso.

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