Un laberinto conduce a otro laberinto, ¿o se trata siempre del mismo? ¿Hay salida de él? ¿Alguna vez solicitamos entrar? ¿Fue nuestro pasaporte aquellos primeros vagidos perdidos en la urgencia de la vida? No siempre son los vericuetos del laberinto tan verdes ni tan modelados ni tan suaves como los de la fotografía. Las representaciones artísticas de los laberintos han sido con frecuencia bastante lineales y esquemáticos. Los locos los imaginan mejor: revueltos, insondables, perturbadores, procelosos, deconstruidos. Allá cada viajero en su laberinto. Borges:
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.
Qué maravilla el aviso de navegantes: "que tercamente se bifruca en otro" Repetido dos veces se convierte en el santo y seña de la exploración laberíntica de la vida. Incomparable Borges. Ya se sabe, de Borges se podría decir aquello de si no hubiese existido...
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