"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 29 de agosto de 2006

El hombre que volaba demasiado



No es cierto, como dicen algunas malas lenguas, que a mi no me guste viajar en avión, no es verdad, lo dicen porque los días anteriores me ven nervioso, eso comentan alevosamente, y que pongo un gesto huidizo y malhumorado cuando sale el tema, pero esto son ganas de molestarle a uno, aunque no niego que lo que me incomoda y me agita es tener que estar en la estación del aeropuerto hora y pico antes de la salida del vuelo, y esperar, esperar mirándonos los presuntos pasajeros unos a otros, disimulando el aburrimiento con paseos entre los operarios que trajinan y se ríen y los policías, que siempre te observan y te analizan en un pispás, por si acaso, porque el oficio de los guardias por principio es sospechar de ti, esto es lo que me convulsiona, esperar y ser escudriñado, encima ahora los controles que llaman de seguridad se convierten en incómodos careos muchas veces, hace unos meses sucedió que cuando pasé por el detector sonó esa alarma preocupante que hace que todo el mundo se quede clavado con su mirada mosqueada sobre ti, y se genera una expectación y un silencio, así que tuve que quitarme aderezos y soportes, todo eso que llevas por todas partes cuando realizas una gira, pero el control no me daba luz verde, así que fuera el abrigo, la chaqueta, la camisa, la camiseta, pero el maldito faro rojo seguía iluminándose sin desaliento alguno, los policías empezaban a mirarme mal, no sé si tanto porque me vieran peligroso, que creo que no, como por el incordio de no dar con la clave que causaba la alarma, al fin me quité los pantalones y el sagaz aparatito dejó de funcionar, y es que uno de esos amuletos de metal que uno suele poner en sus bolsillos había acabado posicionándose en un dobladillo de la pernera debido a un roto inadvertido, pero todo el mundo respiró, yo intuí también que había gestos irónicos en sus rostros, todos querían disimular pero les estaba resultando la situación bastante cómica, y noté ciertas risitas, y yo sin embargo me alegré porque eso distendía el momento vivido, pues este tipo de avatares son los que me irritan, esto y que cuando llegas a destino tienes que recoger el equipaje como si estuvieras en la ruleta o en el juego de la oca, una vez cogí una maleta que se parecía a la mía, pero no era la mía, hasta tenía puesto un pequeño rótulo con mi dirección, pero no era la mía, debió ser cosa de un empleado gracioso, distinguí que no era mi maleta por el peso, ésta pesaba poco en comparación con la que yo había preparado la noche anterior, llena de libros y papeles y catálogos de exposiciones, siempre me sucede lo mismo, cuando regreso de otra ciudad traigo sobrepeso para mis propias posibilidades de cargar con comodidad con el equipaje, pero no puedo evitar traer papeles, aunque luego en casa los tire, hasta un simple billete de autobús me resulta significativo, y no obstante la gente cree que todas éstas no son suficientes razones para mostrarme inquieto, y ellos insistiendo por lo bajines en que me da miedo coger un avión, claro, se dirá que a todos los pasajero les sucede lo mismo, ya se sabe que nos gusta refugiarnos en el compartir colectivo de las aflicciones, aunque siempre preferimos ubicarnos algún peldaño por encima, esa sensación de yo lo he superado ya, así que no entiendo muy bien por qué se ceban mis amigos conmigo, yo, cuando estoy sentado en el avión y éste se mueve me crezco, me pasa lo mismo que cuando me tienen que extraer sangre, que me gusta observar la operación con tranquilidad, cuando sé que la mayoría de los pacientes miran para las paredes del cuarto o hablan animadamente con el practicante, pero a mi me gusta controlar el instante, participar del ritual, fijarme en cómo comprimen con una larga goma mi brazo, cómo me ordenan cerrar el puño, cómo se introduce con firmeza la hipodérmica en la vena más señalada, y ese flujo diagonal de la sangre negruzca que es absorbida ávidamente por el émbolo, y que quede claro que no es placer, claro que no, no me considero tan masoquista como para que ese ejercicio me dé gusto, yo soy más exigente, es algo así como la conciencia de la comprobación, esto lo considero más espiritual de lo que suele considerarse este tipo de pruebas, a mi me gusta ver una dimensión más prospectiva en las conductas, y pongo este ejemplo de la extracción de sangre porque algo de vuelo hay también en ella, y algo de ceremonia hay también en todo lo que rodea el desplazamiento en avión, porque éste tiene su parte pragmática y efectiva, pero volar también está cargado de simbolismos, eso de creerte tan divino cuando has subido a doce mil metros desfiando todavía más que allá abajo la gravedad e ignorando la fuerza de los vientos, tiene algo de ensoñación eso de estar por encima de las nubes que, en cambio, cuando estamos en tierra nos parecen el techo, y es ridículo pero necesario para nuestra afirmación, al menos durante las horas de vuelo, sublimar la situación, esto mismo ya me ocurría cuando era niño y aún no sabía qué era viajar en avión, la tentación siempre precede al pecado, y lo bueno de la tentación es que te imaginas desordenadamente las cosas, a tu gusto y criterio, tal me sentí Ícaro salvaje y sin alas de cera una tarde de verano en mi pueblo junto con otros amigos, corría imponiendo a mi cuerpo un movimiento oscilante con los brazos extendidos, giro a la derecha, giro a la izquierda, emitiendo con mi boca algo parecido al rugido del motor de una avioneta, y me arrimé tanto a los ribazos del río, cinco o seis metros de altura sobre éste, no sé que falló en mi, si el motor, la orientación o las condiciones climatológicas, pero acabé en caída libre y gracias a la espesura de las zarzas se amortiguó mi caída, y desde aquel día consideré que mi bautismo de fuego me tenía reservado un futuro de viajero sin horror al vacío, y esto no lo entienden mis críticos, pero yo lo cuento...

(De la autobiografía inédita de E.Flyn Carrier Jr, batería del grupo The Last Flight)

7 comentarios:

  1. La ilustración que acompaña al texto es del gran ilustrador norteamericano Michael Gibbs.

    Disculpas por el fallo de no hacerlo notar bajo el dibujo)

    En compensación, volveré a colocar alguna de sus creciones en cualquier momento.

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  2. Pensé que hablaba de usted.
    Yo también guardo los billetes de autobús, entradas a museos, papeles de caramelo...

    Qué bueno no tener horror al vacío!

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  3. Creo que vd. no iba descaminada (hay tantas maneras de hablar de uno mismo...) Es vd. muy sagaz, V.

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  4. Esa luz roja acompañada de ese sonido que se hace al detectar metal en tu cuerpo es algo molesta, más, cuando sigues buscando el motivo.
    Coincido en parte en lo de observar cuando me extraen sangre, hay una cierta satisfacción al hacerlo. Los vuelos me estresan, prefiero el auto, pero no siempre es posible.

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    1. Me obligas a releer un texto tan de atrás...Con apariencia de otro autor donde se me cedió el puesto -alter ego accidental, que fue y no volvió- y lo de observar el detalle de que te saquen sangre es para mí una especie de normalización, de crecerte en algo que es sencillo e indoloro, en la curiosidad por ver circular tu propia sangre fuera de su conducto...¿No es fantástico verla fuera y no por un accidente, por ejemplo? Hay otras experiencias de observaciones, con ayuda de anestesia parcial, que tienen su interés. En la medida que vivamos nos depararán tantas curiosidades todavía, ¿no crees?

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    2. Lo creo. Hace años tuve una operación con anestesia parcial, solo eliminando el dolor y sintiendo todo lo que me hacían, fue extraño, no sé si es a lo que te refieres.

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    3. Sí, algo así; comprobar en directo una actuación sobre tu propio cuerpo puede reforzar el temple, con el gran invento llamado anestesia, ya digo. Pero no se trata de repetir con frecuencia, no.

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