¿Desaparecido en combate, Helmut?, y Else da un brinco ante el tipo que ha entrado por la puerta. Y no te lo digo en el sentido literal, aunque acaso puede haber resultado más apropiado. ¿Ha sido así? El tal Helmut me mira y la mira, como diciendo ¿y este? Else lo capta. Ha venido conmigo el amigo bohemio del que te hablé. ¿El burgués?, salta Helmut precipitadamente. ¿Le enfanga la mirada mi currículum según la versión Else o que haya venido con ella? No he podido reprimir la carcajada. Sí usted prefiere, aquí está el burgués, le digo. Aunque no tenga mucho donde caerme muerto. Else se interpone, práctica y sagaz. Este hombre lee y escribe, déjate de prejuicios. Y además piensa con buen temple. Helmut supura prepotencia. Y muchos otros, y qué. Helmut, no estás sobrado de apoyos. Tu labor editora es fundamental, pero te desborda y corres el riesgo de publicar en tu revista panfletos alocados en lugar de ideas sensatas. No todos tus amigos que corren a entregarte artículos son juiciosos. Las emociones están bien para cultivar la vida interior pero no para exponer ideas y menos reclamar conductas rompedoras a la gente. Helmut se ha quedado observándome, en una abstracción que revela duda, pero creo que su mirada es menos cruda. Tal vez le sorprenda que yo no reaccione y que no emita opinión. Else, mediadora, recupera cierta calma. Me señala. Él está aquí conmigo porque pienso que puede colaborar en tu publicación, Helmut. Espere, Else, digo. Me apunta a un trabajo que no sé en qué consiste y da por hecho que mis pensamientos puedan ser aceptados primero por Helmut y después por esa causa que hay detrás de todo el movimiento de fuerza que se ha desencadenado en nuestra sociedad. Else me para con brusquedad. Se lanza a opinar arriesgadamente ante la cara de bloqueo que muestra Helmut. Le apunto a esa tarea porque en una crisis como la presente tienen que emitirse opiniones en diversas direcciones. No basta con provocar la ira de las masas ni jugar a soldaditos de un poder popular que está lejos de tocarse. El pensamiento tiene que ser creativo y prever recorrido también, para que cualquier movimiento no sea una encerrona. La gente, cuando se siente atrapada, perece en la frustración. Hay que evitarlo. Else me deja perplejo. O me valora en exceso o quiere que Helmut no se pierda solamente en la incitación a situaciones que pueden desembocar en caos. De pronto me justifico. No tengo ideas claras sobre nada, Else. Ni para regir mi propia existencia. ¿Y quiere que colabore en una revista que ha tomado una deriva, por lo que me dice, excesivamente provocadora? Pero usted puede aportar otro tipo de provocación, me interrumpe. La de hacer que en estas jornadas apuradas y violentas que se están desatando se genere otro tipo de perspectiva. Mi confusión aumenta. ¿De qué saca sus impresiones Else sobre mi capacidad, que limitadamente conozco? ¿A qué juega? Hay un silencio confuso pero expectante entre los tres. Helmut no ha abierto la boca desde hace un rato. Else emite una sonrisa velada. No sé cómo me sale, traicionando mi propio estilo. Helmut, hábleme con precisión sobre su dedicación editora, le digo. Else se ha echado hacia atrás en el banco. Choca con energía su vaso contra nuestros vasos inertes.
*Farkas Molnár, de la Bauhaus. Hombre con cometa.