Algo dentro de mí muere...Este verso, que procede de no sé dónde, me viene cuando escucho en uno de esos noticiarios de relleno de domingo que este año hay una recolección baja de pacharanes. Sea o no verdad, y sin lamentar haberme vuelto tan escéptico de los pregoneros, no puedo evitar evocaciones pasajeras.
De chicos recogíamos el fruto para su empleo familiar. Simplemente. Si se comercializaba el producto aún se trataba de algo incipiente. En cada casa tenía lugar la propia elaboración del licor de pacharán. Los mayores introducían los pacharanes en botellas que contenían anís y los dejaban macerar durante meses hasta que el intenso y peculiar color rojizo se hiciera notar. Entonces era el punto. Había nacido otro licor con el que se coronarían las digestiones de las comidas copiosas. En Castilla y otras zonas de España se conoce a los pacharanes como endrinas.
Fue parte de mi educación sentimental arrancar de los arbustos pacharanes y moras. Mientras estas, ya oscurecidas, se prestaban a un paladeo dulce y a una textura carnosa, los pacharanes eran más bien objeto de nuestra curiosidad. Y atracción. Su esfericidad firme, la belleza del colorido azulado, su piel lisa y brillante, la ácida carnosidad que parecía transformarse en un misterioso fruto prohibido, nos seducían. Nuestras bocas se resistían a aquella acidez extrema. Pero probar y comparar era también aprendizaje.
Gemma y yo tomábamos cuantos frutos obsequiaban los árboles, los arbustos, los matorrales espinosos. Más por juego que por necesidad. Ella se ponía el vestido perdido y yo, despreocupado, lucía mi camisola con lamparones. No sé por qué Gemma puso en mi boca uno de aquellos pacharanes mientras yo le daba a catar otro. Ninguno de los dos resistimos la impetuosa acometida de la entraña jugosa. Mejor las moras, coincidimos, son más gustosas y apetecibles. Tras el festín caímos en un trance de risas al contemplar el mutuo teñido de nuestros labios. Ella se ocupó de limpiarme con sus dedos frutales. Yo me avergoncé de mi torpeza.
Me has evocado el pacharán, una bebida que tomábamos en Zaragoza en un bar que se llamaba así, El Pacharán. Era un puerto donde recalábamos los jóvenes de la universidad y, ciertamente, tras un par de pacharanes, todo se veía de modo diferente. Era una bebida fuerte, de sabor inequívoco, que tomábamos también tras nuestras salidas juveniles a la montaña pirenaica. Mi hermano a los dieciséis años, acompañado por mí, tomó su primer pacharán. Fue su salida de la niñez. Hoy estaría mal visto. Nunca recogí endrinas y mi relación con la bebida es terminalista y no disfruté de esas escenas que tan bien describes recolectando los frutos azulados.
ResponderEliminarEsas escenas evocan tiempos libérrimos, como solo la infancia en vacaciones de verano y sin control paternal y prácticamente libre de responsabilidades podía proporcionar. Tiempo de experimentaciones sensitivas por doquier. Sobre el licor es otra historia, de mayor lo he tomado, tiene su punto sabroso pero también su alcohol.
EliminarFackel recolector de frutas silvestres y de nuevas sensaciones.
ResponderEliminarPues ahi, en la foto de tu perfil, que debe ser coetanea a lo que relatas, no luces lamparones.
Abrazoo fuerte
No es exactamente coetánea, como dices, pero casi. Un poco más adelante ya me dejaban suelto, muy suelto en esos veranos en que uno se reciclaba o daba pista a la otra personalidad (la tenemos todos, eh)
EliminarNo sé por qué Gemma puso en mi boca uno de aquellos pacharanes mientras yo le daba a catar otro..."
ResponderEliminarPorque siempre es mejor dar que recibir, por eso.
salut
Y corresponder, hermano, y corresponder.
EliminarUna estampa de esa época perdida en que todo era una aventura con final feliz.
ResponderEliminarEn que se valoraban más las experiencias gozosas que los mandados de la familia, por ejemplo.
EliminarEs una historia que me resulta familiar, nunca he cogido pacharanes pero moras si, muchas. Las marcas que dejaban en la ropa eran bronca segura pero no nos hacia desistir del entretenimiento y disfrute de cogerlas y comérnoslas, claro. Aún a día de hoy sigo cogiendo moras si se ponen a tiro, ya adulta, suelo llevar pañuelos de papel y lo de mancharse es historia pero me gustan tanto como cuando era niña.
ResponderEliminarEn cuanto al pacharán, lástima que por mi tierra no abunda pues seguramente probaría a hacer ese licor que tiene tanta fama. Parece ser que es un fruto con muchas propiedades, hierro, calcio, vitamina C, taninos, antioxidantes ... lo acabo de leer en internet ji,ji, y me sorprendió mucho. La escena de la cata del pacharán me ha sacado una sonrisa, me trajo el recuerdo de una infancia que a veces parece muy lejana.
He disfrutado mucho leyéndote. Un abrazo.
Pues sabes más que yo de las propiedades del fruto, porque el licor ya tiene alcohol y eso es más peligroso. De todos modos a pelo no se pueden comer, son excesivamente ácidos. Claro que para gustos...No sé por qué en Asturias no habrá endrinas, pacharanes, qué raro.
EliminarMi familia supo hacer conservas de duraznos, una vez que la cosecha se terminaba, con todo aquello que no tenía la calidad suficiente para ser vendido. Esto fue antes de que la soja arrasara volviéndose lo único que se ve en todas las direcciones cuando te internas en cualquier campo. Han muerto muchos recuerdos junto con los frutales arrancados de la tierra.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Es que la tradición antigua, y hasta hace poco incluso, era que las familias hicieran sus propias elaboraciones de lo que fuera. Como sucedía con las matanzas y el aprovechamiento del cerdo. Mi padre, ya de ciudad, seguía encargando todos los años un jamón que lo curaban en su pueblo natal y le avisaban cuando estaba en su sazón. Han muerto las viejas y sabias prácticas, en parte porque nuevas generaciones no han aprendido ni interesado, en parte porque el comercio arrasa todo.
EliminarQue rico el endrino y su pacharán pacharán; de la mora solo esperas que se derrame por la boca y te ponga pringado, pero ya hay solución, una mancha de mora con otra verde se quita.
ResponderEliminarSaludos
Por si acaso no te expongas, Emilio.
EliminarNo dejamos de ser recolectores. Yo no puedo evitar acercarme a arbustos y árboles para probar sus frutos, más en estos tiempos de finales de verano y otoño, en los que la naturaleza es tan pródiga.
ResponderEliminarSuerte la tuya que puedes compatibilizar usos de ciudad y prácticas campesinas. Por cierto, ¿no es también por ahora la recogida del membrillo? Qué recuerdos los de este fruto.
EliminarLas moras, abundantes en mi infancia, están desaparecidas de mi territorio. ¿Serán un símbolo de la sensatez?
ResponderEliminar¿Será que conocen la insensatez y prepotencia de ciertos humanos y huyen despavoridas?
EliminarUma boa recordação, a Mãe a fazer compotas no fim do Verão...Estão a tentar implantar novamente isso - a festa das vindimas, por exemplo, no turismo rural, o hóspede é convidado a participar...
ResponderEliminarInteressante como sempre....
Beijos e abraços
Marta
Hoy se recuperan mucho las fiestas de alimentos en las localidades. Hay un sector amplio de modestos productores que sobreviven frente a las multinacionales productoras y de la distribución. Aquellos recuerdos nos han dejado el sabor de infancia y hoy somos jueces severos ante los productos elaborados que se nos ofrecen. Saúde, Marta.
EliminarQué preciosa imagen la de dos jóvenes alimentándose de frutos silvestres. Ahora es el mejor tiempo para salir y recoger frutos y setas, y si es posible en compañía de alguien que sepa jugar y recolectar al mismo tiempo.
ResponderEliminarEs que esa es otra historia. Conozco familiares que han tenido arte para las setas. Yo no, nunca. Un cuento de mi infancia donde salían setas antropomorfas me impactó para siempre.
EliminarLas risas, las risas lo mejor. Los buenos recuerdos= grandes valores. La suma de ambos suele decantar una buena vida, enfocando desde el ángulo positivo de la misma.
ResponderEliminarLa risa era un fruto prohibido en una sociedad severa como aquella. Pero la catábamos, a los niños se nos permitía todo.
EliminarEl intercambio de frutos jugosos es muy tentador.
ResponderEliminarSí, aquello de: yo te doy una mora, tú me ofreces un pacharán (o una manzana si me pongo en el mito fundacional de la ideología religiosa que sabemos)
EliminarAdemás de lo interesante y didáctico del tema, que bonito dices, de ese tiempo sin tiempo de la infancia...
ResponderEliminarY hablando de moras...
Una vez, hubo
un hermano mayor,
que le cantaba al mar,
leía a Julio Verne,
me alcanzaba las moras
a las que yo, aún,
no podía llegar
y...
Por esos niños que fuimos.
Y has guardado el recuerdo para siempre. Lo cual es una e esas esencias con que nos obsequia la vida, tá físis, que dirían los clásicos. Por esos niños que cuidamos dentro de nosotros.
EliminarQué bellos recuerdos. Yo tengo en la memoria las tardes de recogida de moras con mi padre y con mi hermano menor. Fabulosos momentos para recordar...
ResponderEliminarEsos veranos en los que el tiempo sin tiempo nos envolvía... qué maravilla.
Pero efímeros, como todos los tiempos. Pero no es efímero lo que nos define. Pues todas las vivencias se han sedimentado dentro de nosotros, y eso es vida. Y nos han hecho, nos siguen haciendo.
EliminarEm vénen ganes de tastar-ne algun! Una entrada molt instigadora en aquest sentit.
ResponderEliminarMe han dado ganas también a mí de atravesar hacia atrás el túnel del tiempo...
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