Lo tuve y lo cabalgué. Qué brioso mi alazán. No tengo recuerdo nítido de mis primeros impulsos. Solo una voz familiar que me jaleaba con ritmo acompasado. Al paso, al trote, al galope. Alguien tiraba de una brida y recorríamos, mi jaca y yo, aquella galería luminosa de un piso modesto de obrero ferroviario.
Al paso, al trote, al galope. Y a cada aire natural del animal yo pronunciaba mi cuerpo leve hacia adelante. Imaginando que instigaba un movimiento medido, que me dejaba arrastrar por él. Vivía aquellas tres fases del movimiento del caballo creciéndome sobre la crin de cartón piedra, espoleando sus ijadas, besando la curva de una cerviz erguida.
El grito habitual: arre. Si decía caballo o caballito dependía de si me manifestaba exigente o afectuoso con el animal. Daba igual. Mi modesto rocín siempre me llevaba lejos. Adiós, adiós, y agitaba mi pequeña mano hacia los espectadores presentes o invisibles. Otra expresión con la que me despedía en cada giro por la llanura imaginaria cuyo suelo estaba configurado por baldosines geométricos y pequeños. Me arrancaba del territorio donde habitaba los días repetidos a la aventura de lo desconocido.
Alguien con cierta cultura pasó un día por casa y dijo que mi caballo podía ser Pegaso. ¿Pegaso? ¿Quién es?, pregunté. Un caballo con alas que no se deja domar por nadie, me respondió el hombre. No acepta a cualquier jinete. Solamente al que tiene buena intención y es bondadoso. Me crecí al instante, espoleado por la ilusión del vuelo. Yo lo soy, me califiqué sin pensarlo. ¿Me llevará más allá de este mundo? Tienes que preguntarle a él, dijo el otro. Conduje a mi bello animal a un rincón, mientras mi madre y el visitante hablaban de otros lugares y otras personas, y se entregaban a recordar tiempos pasados. Su tema no me interesaba. Nunca espié entonces los asuntos que los mayores trataran entre sí. Yo vivía en un mundo como el del caballo: de cartón piedra, diseñado inocentemente por mi mente lenta y soñadora.
Si eres el Pegaso que dicen que eres, ¿podrías trasladarme por encima de las nubes? Pegaso se encarnó en mi propia voz. Puedo llevarte. Puedo dejarte al borde de los pantanos o en algún oasis o depositarte en una isla donde sus habitantes saben acoger a los que son portados por Pegaso. Era excitante el diálogo y mucho más las promesas de aquel ser intrépido. ¿Eso lleva tiempo? ¿Estaré de vuelta para la cena? El tiempo lo marca tu imaginación y el deseo que te estimule, y bufó. Sube y sujétate a mi crin. Eolo nos ayudará. Yo no sabía quién era Eolo pero una brisa agitada y suave obró a favor del viaje.
La voz de Pegaso me daba seguridad. La ascensión era moderada y sin embargo ágil. Escuchaba excitado pero atento al caballo volador. Este frío húmedo proviene del océano encrespado. Aquí la calidez nos avisa de que sobrevolamos el cambiante desierto. Los picos que destacan por encima de la boira dicen que hemos sobrepasado el techo del mundo. Aquellos témpanos majestuosos indican que nos hallamos sobre el continente de hielo. No dejaba de asombrarme. ¿Llegaremos a los planetas?, pregunté ávido de no conocer límites. Sin duda, respondió Pegaso rotundo, pero otro día, y te dejaré elegir uno. Ahora, por si te han echado en falta voy a descender. No sé si quiero bajarme, le confié. No tengo claro si pisar el suelo o rozar los cielos. Estás condenado entonces, sentenció Pegaso, a ser un eterno contemplador y cualquier cosa que hagas en la vida te parecerá insuficiente. Serás, pues, un hombre sin sosiego. Pero quién sabe, tal vez así encuentres mayores satisfacciones que quienes viven ajustados a una vida anodina y reglamentada.
No entendí muy bien a Pegaso. Pero sí que he comprobado mucho más tarde que contemplar es por sí mismo todo un vuelo vital y observar las conductas de los hombres acrecienta el misterio. Puede que Pegaso llevara razón. Sigo siendo un individuo desasosegado.
(Fotografía de Toni Catany)
Ese sueño atávico de volar. Por qué no sobre un Pegaso. Un texto bien narrado, y con buen ritmo.
ResponderEliminarPorque nos serenemos, montando a caballo, o simplemente viviendo con calma. Un abrazo
Pegaso vive dentro de nuestra mente. Dejémonos llevar por él. Por los descubrimientos que nos brinde, A. Buen día.
EliminarFantasear es gratis. Y más si tenemos un Pegaso a mano. Cuando de niño me subía al caballo aquel de cartón que había en la terraza de la casa de mis abuelos también despegaba gracias a la imaginación y me olvidaba de todo lo demás. Hasta que un día que llovió mucho se mojó. Entonces la realidad me impuso su ley. Una manera de alejarme de los sueños de la infancia.
ResponderEliminarUn saludo.
Si yo te dijera que mi caballo acabó sus días porque un hermano de mi padre se montó en él y lo aplastó...cruda realidad que no obstante no me hizo perder la memoria de mi cabalgadura sobre él. Y no obstante a ese tío le quise mucho durante toda su vida.
EliminarUna memoria de cartón pintado y baldosas con dibujos geométricos que más tarde vuela con la imaginación por el cielo de las ideas y el conocimiento. Son topologías imaginarias del suelo al universo de la sabiduría.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Es que las casas de otro tiempo tenían los suelos de dos maneras: unas habitaciones de tarima de madera de la de entonces y cocina, galería y retrete de baldosas. Y la variedad de baldosas que había era espectacular. Naturalmente, a base de pasar con el caballito, hacer que se jugaba al hockey, o simplemente correr con los niños vecinos la baldosas, que era hexagonales y pequeñas se levantaban. Pero fueron días felices y en esta Castilla muy fríos en este tiempo.
EliminarA finales de los 90' utilizaba un programario (software cliente) de correo electrónico que se llamaba Pegasus. Es curioso como su uso y el ver constantemente su logo, llegó a cambiar la anterior asociación que hacia de la paloma, como animal representativo de la mensajería, por el caballo alado. Aún hoy persiste esa asociación en mi mente oxidada y menguante.
ResponderEliminarCada cual tiene su repertorio de imágenes y asociaciones de las mismas.
EliminarPara mi fue suficiente un palo de escoba...ese si que era un alazán!
ResponderEliminarTe creo, te creo, agilizaba más tu magín.
EliminarY qué grandes eran los pasillos de la infancia, que abarcaban valles, montañas y países enteros.
ResponderEliminarPasillos, galerías, zaguanes, incluso patios. Geología urbana, o mejor dicho, doméstica.
EliminarRecuerdo el rostro de ese niño al que bautizaste como Piélago en Naxos, cierto?.
ResponderEliminarEsos niños y hombres de altas capacidades es lo que debe fomentar la sociedad y dejar de crear burbujas en las que pocos ganan y muchos pierden.
Adriana
Qué memoria la tuya, Adriana, tendré que repasar aquel episodio, estás en todo.
EliminarPerdón. Pélagos.
ResponderEliminarAdriana
Ese me suena más. Pélagos y piélago viene a ser lo mismo en cierto modo.
Eliminarhttps://laantorchadekraus.blogspot.com/search?q=p%C3%A9lagos
La eterna pregunta de no conformarse con una vida reglamentada, salir en busca de lo diferente, de lo que está más allá.
ResponderEliminarSiempre espoleados por descubrir.
Hubiéramos querido descubrir más, pero sobrevivir -vivir de un trabajo y a veces para el trabajo- nos ha restado tiempos. Aunque ha habido maneras de reconducir tiempos personales y no me refiero solo a la alternativa del ocio común. Mantener el estímulo aunque mengüen las posibilidades.
EliminarApostaría a que lo más autobiográfico, y no quiero decir lo único, son los pequeños baldosas geométricos, obviamente además de la afición por contribuir diálogos de un solo actor, pero varios personajes; lo que viene llamándose contar historias, ya sea observadas o inventadas, ¡que más da!
ResponderEliminarYo diría que tu protagonista terminó de astronomo, o de astrólogo, depende de la imaginación
Abrazoo
Las baldosas y sus geometrías, los diálogos inventados para el juego individual cuando no solitario, el protagonista siempre en la cuerda floja -materia de funambulista que tenía el chico- procurando que si no acierta a ver bien las estrellas al menos que no acaba estrellado. Y algo más de una vida que transcurre. Vivir la vida como invención, como recreación, como simulación.
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ResponderEliminar...Qué buen texto. Qué hermosa fantasía. Y ahí estás, hombre desasosegado, siempre volando, rozando las alturas... algo que está en ti, sin poder ni querer evitarlo.
Me haces pensar si no será importante tener una cierta cantidad de desasosiego, de no resignación, a medida que avanza el tiempo personal. Creo que conviene. No tirar la toalla. ¿O acaso es la condición de mayor la misma que hemos tenido de niños?
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Eliminar...Y si no, por que añoraríamos y amaríamos tanto, esa condición?...
Sí, una pregunta que es afirmación y respuesta.
EliminarAh que precioso que escribes! No se ni siquiera como es que terminé aquí en tu blog pero me voy encantada. Saludos desde Uruguay.
ResponderEliminarGracias por parar y leer, sé bienvenida y por aquí siguen estas ocurrencias. Salud siempre.
EliminarFackel, que recuerdos, yo no tuve nunca un caballo de cartón para soñar, pero si varios Geyperman y el hecho de vivir en un séptimo piso hacia que volara con ellos y con miniaturas de aviones de metal, de madera, plástico... soñar y volar, de lo mejor que tuvimos en la infancia.
ResponderEliminarUn saludo
Por supuesto, no hace falta un objeto grande, por ejemplo un caballo de cartón, para soñar y volar. A mí el fuerte con vaqueros e indios me hizo generar muchas correrías. Claro que acaso la culpa la tuvo Roy Rogers en parte. En unos Reyes no sé por qué me echaron un álbum tebeo de Roy Rogers y aventuras, inesperado. ¿Por qué lo inesperado puede deslumbrarte o estimular en ti nuevos mundos? El caso es que aquellas historias de cómic de su tiempo me apasionaron y yo las reproducía a mi manera. No sé si tanto videojuego de hoy estimulará más la mente infantil y juvenil o se lo dará tan hecho que les cuadricule. Pero yo no me arrepiento de mis experiencias.
EliminarSi son mejores los videojuegos o no, el tiempo lo dirá, pero yo recuerdo que creábamos juego con una botella vacía, una piedra, las espigas que brotan en los descampados eran flechas, un palo que sé yo, ahora, lo he vivido en mis hijos, todo lo no tecnológico parece aburrirles.
Eliminar¿Arrepentirse de lo vivido?
En absoluto. Doy por bueno hasta lo malo: entiéndase: porque hasta lo malo enseñó. Y el placer que proporcionaron los juegos grupales fue inenarrable.
EliminarSer-se inquieto significa estar ávido por conhecimento...há tantos labirintos a explorar, tantas perguntas para as quais nunca teremos a resposta...E voar em sonhos, viver as aventuras do livro... é essencial. Ainda hoje, escolho uma personagem do livro que leio e vivo a acção através dela...
ResponderEliminarBrilhante...
Beijos e abraços
Marta
Es cierto que personajes de ficción de un tebeo (cómic) de infancia o novela de juventud se nos han quedado grabados, incluso han sido modelos de algo en nosotros mismos. Acaso modelos de búsqueda, y ya sería mucho. Pero eso pasa también a edades avanzadas. Seguimos descubriendo que determinados autores o determinados personajes ficticios nos revelan modos de ser y de tomarse la vida que nos producen envidia. Yo hubiera querido ser como el valeroso soldado Schwejk, un modelo de estoicismo y pasotismo, que decimos en España, cuya vida ficticia se desarrollaba bajo el imperio austrohúngaro y durante la Gran Guerra. Si quieres pasarlo bien lee LAS AVENTURAS DEL VALEROSO SOLDADO SCHWEJK, de Jaroslav Hasek. Se ve la vida de otro modo.
EliminarPorque ser demasiado inquieto conduce al desasosiego vital, que tiene sus pros y sus contras. El valeroso soldado es la antítesis.
Qué bello cabalgar o volar sobre Pegaso.
ResponderEliminarAsí debería ser la vida entera. Sin meternos en jaulas, sin atascarnos en callejones sin salida.
Un beso enorme
Ya lo fue alguna vez en la niñez. Después...el vuelo de pagar el precio de crecer.
EliminarEnorme belleza la de este texto. Un placer leerte y volar con tu Pegaso
ResponderEliminarNo son las alas, es el cartón piedra, Neo.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarno hay nada más potente que la imaginación de un niño.
¡Qué difícil es volver a imaginar algo con esa intensidad y era realidad!
Salu2.
Quien mantiene esa imaginación y su secuela de fantasías cuando es mayor tiene un tesoro de reserva. Aunque la vida exija pragmatismo y "realismo" creo que no hay que renunciar a la imaginación.
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