Dos viajeros de tren que no se conocían de pronto se ponen a hablar entre sí. Uno de ellos es más reticente que el otro. No está claro quién ha tomado con éxito la iniciativa porque el que se resistía resulta ser más comunicativo. Hay casos en que la renuencia a entablar conversación es fuerte. Entonces una frase dicha por uno y que el otro responde rompe el desinterés aparente. El paso por un villorrio, el movimiento brusco de un cambio de vías, el paisaje que las nubes opacan, una sensación de escalofrío que se suscita en uno de los interlocutores, sin que pueda evitarlo. Cualquier motivo circunstancial servirá de excusa. Siempre será un misterio por qué dos personas que no se habían visto antes hablan la una con la otra. Puede que les empuje una necesidad subconsciente. Por ejemplo, no sentirse solos en un viaje que promete largo. O la busca de distracción que acorte la percepción del tiempo en el compartimento. Cuando ya se hayan despedido, al llegar uno de ellos al menos a su destino, considerarán lo interesante que resulta el acercamiento entre personas. Incluso puede producirse un extraño sentimiento de que aquel encuentro de unas horas se había convertido en un trato entrañable. Como si la vida de ambos se prolongase más allá del vagón. Hay viajeros que en la charla con un desconocido constatan más calor que en un hogar. De algún modo el tren proporciona un hogar, ¿verdad, señor?, dice la mujer interrumpiendo el tema del que hablaban o simplemente conjurando el riesgo de un silencio incómodo. Él se sorprende pero parece que su reflexión es rápida. Es un hogar en movimiento, sin principio ni fin en nuestras vidas, le responde. O, si prefiere, mutante. Ella no le entiende muy bien. Usted se ha subido en la estación de I. y yo en la de V. Y ambos nos bajaremos en estaciones diferentes, dice. Sí, asevera el hombre, pero olvide nuestra vida anterior. Durante la permanencia en el tren ambos hacemos una vida nueva, efímera, de acuerdo, donde compartimos palabras, experiencias, confianzas, cafés y miradas mutuas, ¿no cree? La mujer se ruboriza levemente pero asiente. ¿Quiere decir que convivimos, así como bajo un mismo techo?, ironiza. El tiempo no es medida eterna, añade el hombre. Cualquier porción del mismo, si es grata y da lugar a un intercambio de opiniones, puede considerarse un espacio amable, a cubierto de la intemperie en la que ordinariamente solemos habitar. Transcurrimos con la referencia de lo vivido antes y con la ilusión de lo que nos espera en la estación de destino. ¿Usted no lo cree así? La mujer duda sobre si callar y cambiar de tema, pero algo la impele a ser osada. Quisiera no llegar a destino, dice con voz titubeante. Pero ya no puede volver usted atrás, sugiere él. Tras este viaje ni usted ni yo seremos los mismos. Ella ha apostado por la confidencia. Cierto, pero tampoco podría quedarme dentro del tren cuando este llegue a Z. Y le diré más. Aunque me bajase en Z, porque no hay más remedio, porque es el final del recorrido, sé que no podría abandonar la sensación de que habré quedado en vía muerta. El interlocutor sonríe. ¿Ve cómo necesita convertir el viaje en un hogar? Vayamos al vagón restorán, probablemente ambos necesitemos olvidar procedencias y destinos. ¿Y entonces?, salta perpleja la mujer. No quiera manipular el tiempo ni dejarse condicionar por él, le aconseja el caballero. No hay estado más interesante, y acaso más perfecto, que el encuentro de dos desconocidos que ni pretenden conocerse ni apropiarse el uno del otro. Solamente transcurrir en brazos del azar. Ambos se ponen de pie y salen al pasillo mientras la agitación del tren zarandea equívocamente sus cuerpos. Se rozan bruscamente entre sí. Ambos se piden disculpas, pero no se evitan.
Aunque últimamente se no se viaja tanto en tren, ya que se utilizan otros medios de transporte, la mayoría hemos compartido viajes, por distintos lugares de nuestro país o por otros países, con personas desconocidas con las que hemos compartido, conversación, y algo de lo que señalas, como viajeros. Es una aventura interesante, de un espacio libre en movimiento y depende de quien o quienes ocupen el espacio y la facilidad que que se tenga para preguntar, comunicar, empatizar o simplemente de pasar el tiempo.
ResponderEliminarEn general, mi balance de viajero ha sido positivo, por supuesto con excepciones, en cuyo caso un periódico o un libro, permite abstraerse.
Sin haber estado físicamente presente, conozco a alguien que viajó desde Estados Unidos, (donde estaba por tema de negocios, se hospedó en Madrid y viajó hasta mitad de camino entre Madrid y Sevilla, para entregarle un ramo de flores a su esposa en su cumpleaños. Hubo complicidad del personal del AVE. Fue tan emocionante que toto el vagón de alguna forma disfrutó, participó y algunos grabaron. Ninguno de los viajeros interesados en cuestión, eran españoles. Venían con la intención de conocer Sevilla, viajar después a Barcelona y volver a su país. Me lo contaron ellos mismos.
La vida tiene sorpresas hasta para los viajeros en viaje!
Un abrazo.
Interesante y curiosa la anécdota que cuentas.
EliminarEn efecto, además de viajarse menos en tren -aunque creo que algo se va recuperando- es que el sistema ha cambiado sustancialmente. Los trenes rápidos de hoy día, los usos y costumbres de viajeros (entre su ordenador y sus cascos) probablemente propicien poco la conversación y menos el hecho de intimar.
Yo viajé bastante de pequeño, tanto en los denominados rápidos peninsulares como en tranvías a ciudades cercanas cuyo tiempo de recorrido era muy largo. Fue ya en la juventud y en madurez juvenil, digamos, cuando entablar conversación y llegar a contarnos nuestras vidas (en cierto modo) entre viajeros resultó más común. Por supuesto, todo dependiendo del tipo de compañeros de viaje que uno se encontrara. También es verdad que los antiguos compartimentos propiciaban más entrar en contacto que en los vagones actuales de pasillo y asientos en el mismo sentido de marcha. Y tal como dices "Es una aventura interesante, de un espacio libre en movimiento y depende de quien o quienes ocupen el espacio y la facilidad que que se tenga para preguntar, comunicar, empatizar o simplemente de pasar el tiempo". Un recorrido largo de antes era un paréntesis de la vida ordinaria y a la vez un techo, en movimiento, pero techo. De ahí el guiño de hogar del relato, incluso con otras intenciones.
"Todo acabó, veloz carrera..." etc. que poetizó Adam Lindsay. Eso fue el pasado, sin más, estuviera bien o menos bien fue nuestro pasado.
Un abrazo.
Pues, yo viajo en tren una media de dos veces por semana. Eso si, trayectos cortos de entre 20 minutos y una hora y hora y media. Solo veo figuras antropomorfas con auriculares clavados en sendas orejas y abducidos por un dispositivo que tiene acaparada su mirada. A veces, sospecho que miran la pantalla y no ven nada. No sé.
ResponderEliminarPor supuesto. De aquí a Madrid hay unos doscientos quilómetros. Se tarda una hora. Nadie habla, a veces se escapan las voces o musiquillas de auriculares. A nadie le interesa la comunicación, entre otras cosas porque antes la comunicación era tendencia y necesidad y hoy...no sé. Algunos dirán que la orientación comunicativa ha cambiado. O hemos cedido la primogenitura a los medios y a quienes controlan los medios. Un abrazo.
EliminarCreo que el halo de romanticismo que tenía el tren se ha perdido. La foto sugiere parte de ese halo. Hoy no se viaja en tren, y el tiempo de hoy dura la mitad del tiempo de ayer.
ResponderEliminarLas prisas son malas compañeras, cuando se llevan, que en estos tiempos suelen ser siempre, impiden que se acerquen conversaciones del modo narrado. Eso queda para vidas en blanco y negro, donde el protagonista lleva corbata y ella pamela, y los dos se intercambian las direcciones con una Pelikan.
No dejaba de ser bello.
salut
Literariamente ha tenido un halo de romanticismo, también costumbrista, incluso folklórico, según países y épocas. Pero eso es un añadido mental. En España, salvo el que viajara en Wagons-Lits Cook al extranjero, no recuerdo que hubiera conciencia romántica, aunque posteriormente sí nostálgica. Porque el tren en España supuso mucho: modernidad, comunicación, empresas potentes con miles de operarios, sentimiento y conciencia de pertenencia al ferrocarril...todo eso une mucho. En las ciudades había barrios enteros desde el último tercio del siglo XIX con trabajadores del ferrocarril, yo vivía en uno de ellos. Con edificaciones muy dignas. Evidentemente, realidad y ficción, es algo así como hablar de pobres y ricos, clase esta que es la que por ejemplo rezuma en la fotografía, donde el narrador busca características de encuentro y confraternización, algo que se ha dado entre las clases pudientes y entre las clases obreras. No dejaba de ser bello, aunque a mí mi padre nunca me llevó ni al vagón restaurante de aquellos rápidos ni mucho menos al de Cook, y siempre me quedé con ganas en la infancia de tomar el Talgo, invento español netamente, tuve que esperar a ser mayor para probar ese tren y otros más audaces..
EliminarQue bonito lo has puesto Tot Barcelona. Me temo que lo que yo recuerdo, eran trenes bastante llenos (viajaba de Barcelona a la Coruña con mis padres) y pocas Pelikanes corbatas y pamelas. Mas bien, bocadillos de chorizo, tortilla de patatas y la bota de vino. Por cierto que también se hablaba poco y se gritaba mucho. El ruido de los trenes lo propiciaba.
EliminarRecuerdo los trenes que cogíamos para volver en Alsasua procedentes de Irún/Hendaya en veranos de los 60 avanzados, venían a tope de emigrantes ESPAÑOLES, nos tocaba viajar en los pasillos, sentados en las maletas, entonces no debía haber cupo, y si tenías sitio en un compartimento los españoles que venían abusaban de dos asientos en vez de uno, recuerdo que en Miranda, en Vitoria, en Burgos, no había manera de que los viajeros que tenían billete pudieran acceder bien y la imagen que nunca olvidaré es que había gente que se metía por las ventanillas...Joder, esto parecía la India, pero España, señores, era así mal que le pese a la extrema extrema que siempre quiere que nadie cambie.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarel señor se ríe porque se ha dado cuenta de que a la señora le han brotado dos plantas, una por el moño y otra por la nariz.
Hay desconocidos con los que uno se sincera porque sabe que no los vas a ver más y necesitas que otra persona te oiga.
El aspecto, el lenguaje corporal, la "pinta", las "vibraciones", ese tipo de cosas hacen que te puedas dirigir a un desconocido o no.
Hay gente con lo que no hablaría así tuviera que estar 100 horas en el mismo habitáculo. Y hay gente que cuando le dices "hola", ya estás perdido, te hablará de mil cosas que ni te interesan.
Hasta con los desconocidos hay que tener suerte.
Salu2.
Jaaaa, qué detallista. Es una señora jardín, ¿o solo maceta?
EliminarEsa idea de que nos sinceramos -hasta cierto punto- con desconocidos porque la hipótesis de que no volveremos a vernos con ellos nos da seguridad la participo.
Ciertamente, hay que ser cauto con entablar conversación, te encuentras gente que monologa y no hay manera de cortarla. Pero se va viendo. Yo, si no dejan que meta baza, suelo tomar las de Villadiego. Con los desconocidos hay que tener mucha suerte y, si no, evitarlos.
Luego llegaron los smartphones y luego Tinder. El romanticismo quedó en el tren
ResponderEliminarSaludos.
De los que veo este es el blog que tiene comentariosas largos. Lo digo para bien. Este final de comentario lo iba a poner otro día, parro lo dejé para uno que lo que tuviera que comentar fuera corto; como este.
Es que seguramente entre los que comentan en el blog hay opiniones jugosas, siempre hay alguna idea que se apunta y tengo la manía de incidir en ella, como si fuera un debate. Los márgenes son estrechos por la estructura del lugar, pero creo que siempre hay que aportar algo. Yo lo agradezco infinitamente.
EliminarTengo a mis espaldas decenas de miles de quilómetros en tren y muchas experiencias de todo tipo que ahora, con los de alta velocidad son casi imposibles, como la autovías que evitan los pueblos y las ciudades y nos hacen parar en estaciones de servicio inhóspitas.
ResponderEliminarQuizá algún día cuente cosas similares a las que tú narras tan bien aquí. No olvidaré tampoco que últimamente prefiero echar una cabezada. Me estoy haciendo mayor.
Bueno, que lo de echar una cabezada es algo que hoy día me pide el cuerpo cuando uno coge un tren mañanero. Esperando tus anécdotas viajeras.
EliminarUma viagem de comboio pode ser uma aventura; às vezes, ao conversar com um estranho, encontramos a resposta para a angústia, a dúvida que preenche o tempo. Não se fala abertamente do que nos preocupa, mas o facto de ter a mente ocupada, ajuda-nos a ter outra perspectiva das coisas.
ResponderEliminarInteressante.
Beijos e abraços
Marta
Eso que dices es importante. Aunque la conversación entre desconocidos sea superficial siempre anima a ver otros puntos de vista. Aunque respuestas de fondo no encontremos -estas respuestas solo llegan en nuestra propia soledad, si llegan- al menos ratificamos que otros humanos no se diferencian mucho de nosotros. Tal vez ello nos acerque unos a otros. Obrigado, Marta.
EliminarExtraños en un tren, hablas de una época en la que los largos trayectos daban pie a conversaciones interesantes, en las cuales se producían confidencias que a un conocido no se hacían. Al menos hablo por experiencia propia. ;) Lo del roce...ya es más peliculero, pero bien ;)
ResponderEliminarIncluso se han creado vínculos. Conozco algún que otro caso. Otro asunto es o fue el devenir más adelante.
EliminarUna historia que bien podría transcurrir en una película pero muy probablemente nunca en la vida real, sobre todo si las personas son como yo, que evito siempre conversar más de dos palabras con gente extraña. No creo que se me llegara a dar la ocasión como bien relatas en tu historia... pero quien sabe
ResponderEliminarBien, obviamente es tu reacción personal, pero en la vida real, al menos de otros tiempos se ha dado mucho el entablar conversación. Tal vez es la manera de ser de muchos españoles. Pero ya digo que es algo que pertenece al pasado mayormente. Pero lo de quién sabe, que dices, mantenlo en pie. El viaje y los viajeros de la vida deparan tantas sorpresas...Solo después nos sorprendemos de cómo hemos podido hacer algo que nunca creímos que fuéramos capaces de llevar a cabo. Chau.
EliminarA lo que veo la gente que comenta en este blog es bastante sensata. No hay ningún negacionista de la lengua, llamado también los políticamente correctos, que haya llamado la atención sobre el título de la entrada. Menos mal que nadie lo corrige con la bobada de Un viajero y una viajera, o una viajera y un viajero . Disculpe la interrupción.
ResponderEliminarPues ya lo que faltaba, Anónimo, que hubiera que andar con tonterías, como bien dices, cuando hay problemas de extrema gravedad. Gracias por el detalle.
EliminarCuando llegué a Argentina, viajaba diariamente en un tranvía, que iba de Lanús, donde vivía, hasta el centro de B. A. donde el Colegio en el que trabajaba. Mis primeros contactos y amistades, fueron en esos viajes, donde cada día, coincidía con alguna misma gente. Luego, conocí al que fue mi marido, en el autobús-colectivo- que nos llevaba hasta la Facultad de Derecho.
ResponderEliminarMira tú si a veces, los medios de transporte tienen importancia. O no?...
Absoluta importancia. Claro, que también cuenta la predisposición, la disposición y la intención de seguir manteniendo algo...
EliminarBueno, creo que también cuenta, la manera de ser de cada persona: ser natural, sincera, espontánea, confiada, ayudan, y enseguida te das cuenta si puedes, quieres o te apetece, seguir o no con esa conversación o contacto, no crees?...
EliminarSí, sí, así lo veo también. Luego hay días...de un humor u otro, de una preocupación u otra, pero a veces los humores y cuitas se conjuran comunicándose uno. Es tan variable...
EliminarAquesta entrada em recorda "strangers in the night" de Frank Sinatra, pel que connota.
ResponderEliminar¿Sí? ¿El disco de Sinatra? No se me había ocurrido.
EliminarSiempre me ha llamado la atención que en los viajes en tren de largo recorrido hay licencia para conversar. También en los aviones, en los autobuses de largo recorrido. No así en los metros, autobuses urbanos o trenes de cercanías. A mí en trenes, autobuses y aviones me ha pasado de todo. Conversaciones interesantes y luego adiós sin más. Hacer amistades con las que me he escrito una temporada. Relaciones románticas. Un poco de todo. Desde luego también cortar con educación a la otra persona poniéndome a leer o a hacer cualquier otra cosa. O que me corten a mí. Lo que sí es cierto es que deberíamos tener más lugares donde charlar con desconocidos esté bien considerado. No solo los viajes de largo recorrido.
ResponderEliminarPues es muy interesante y acertado lo que comentas. Tus impresiones también las tengo en mi haber. Bueno, también he conocido tiempos mejores en que también un café propiciaba charlas con desconocidos. Creo que va en la actitud y capacidad de aproximación que tenemos cada uno. Y dar con alguien que sienta la misma necesidad. Pero estos tiempos son diferentes. ¿Acaso por hostiles o por la edad que uno va teniendo? No sé.
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