¿Fue la sorpresa o el espanto? ¿Fascinación o estremecimiento? ¿Y por qué no ambos? La presencia imprevista del joven Vibio me turbó. ¿Desde cuándo entras así, sin previo aviso, en la estancia de una matrona?, me molesté, obligándome a pararle los pies. Si pretendes poner en duda mi virtud errarás. Si vas a ir difundiendo por ahí que contemplaste mi cuerpo de noche, correrás el riesgo de caer en la difamación. Vibio se quedó entonces lívido, limitándose a mirarme, pero yo veía que en sus ojos no había mera curiosidad. Se trataba de una expectación más tendenciosa, que acaso pretendía llegar cual lejos yo le permitiera. Opté por la regañina, obviando su formada constitución viril. ¿No te basta con aproximarte a las chicas de tu edad?, le dije enfadada. ¿O ellas son poco para ti? Me sentí mal por reprender a Vibio, al que había visto crecer y jugar con mis hijos. Y mis propios argumentos eran un tira y afloja, como si por una parte me sintiera halagada por su actitud osada y por otra buscara frenarle para evitar la catástrofe. Al cuestionar sus tendencias hacia la mujer madura, ¿no le estaba provocando? Al recomendar que se limitara a los cuerpos más acordes a sus aún tiernos años, ¿no le menospreciaba? Su actitud pasiva me intranquilizó. No dio muestras de turbación alguna. Permaneció en el umbral, sujetando con sus manos las jambas, advirtiendo a través de su hercúlea postura que se ofrecía como un don que no debía ser rechazado. Vibio descarado, le increpé, ¿por qué tratas de torturarme con tu oferente porte? Yo era consciente de que mi irritación no la respaldaba con un rechazo contundente. Me manifestaba blandengue y dubitativa, algo que él podría interpretar como una lenta cesión. La corriente de la habitación, abierta de par en par para paliar el bochorno de la noche, agitó la gasa que me envolvía. Me sentí más leve pero me aturdí. Arrastrada por el viento ligero que se había levantado permanecí en silencio, sabiéndome mirada con toda la aguda intensidad con que un joven fija sus ojos en una mujer, mientras me acercaba a la ventana. A lo lejos la montaña, grandiosa y me pareció también que más petulante que nunca, brindaba una belleza mistérica. Hablé a Vibio de espaldas, como solo hablan los pensamientos entre sí cuando nos rondan interiormente. ¿Por qué lo más bello es lo más enigmático? ¿Por qué desconocemos lo que hay en el interior de la hermosa y complicada manifestación de la naturaleza? ¿Por qué las fuerzas ocultas se contienen hasta un límite en que no es posible impedir que broten desmesuradas? ¿Por qué solo la desnudez nos vincula como ninguna otra cosa a la materia y a sus elementos?
La vi a distancia al fondo del pasillo. La puerta permanecía entreabierta y me acerqué. No sé si fue descuido o intención por su parte. Es verdad que la noche no había traído frescor al interior de las casas. Lucrecia permanecía de perfil, apenas cubierta por una seda casi transparente. Se había deshecho el moño y era como una vestal a la que los años no la habían ajado en absoluto. Al adivinar con tanta claridad aquel cuerpo soberbiamente moldeado daba la impresión de ser la modelo de un tallista heleno. Nadie diría que hubiera paridos tres hijos, los cuales se contaban entre mis amigos. Sé que abusé de la confianza en que me tenía la familia recorriendo la vivienda que había conocido desde niño. Puedo asegurar que no tuve mayor pretensión que contemplar aquel ejemplar de belleza perenne. No se había merecido por parte de los dioses sino una considerada preservación que, sumada a su particular talante amable y comunicativo, prolongaban una especie de activa madurez juvenil, si es que ambos términos pueden manifestarse al unísono sin repelerse. No sé si Lucrecia comprendió mi entregada pasión o si desvirtuó mis pretensiones. Sobraban las explicaciones porque mi quietud en la puerta de su cuarto solo era observadora o, mejor dicho, admiradora. Yo sabía mirar, no lo hacía como muchos, que dirigen su vista hacia todas partes pero no captan nada. Conocía la casa, pero quería conocer, siquiera prudentemente, a la mujer de la noche. Quería ver el rostro oculto de la exultante madurez de aquella matrona cuidadosa y circunspecta. Quería indagar en la armonía entre un cuerpo atemporal y una sabiduría floreciente. ¿Que yo tenía sublimada a Lucrecia? No digo que no, pero bien saben los lares de aquel hogar que me acerqué a su presencia como un devoto respetuoso. Como un peregrino llegado desde los orígenes de la ignorancia. En ningún momento me molestaron sus justos reproches. Hablaban a favor de ella. Pudo haber llamado a un vigilante, pero no lo hizo. Aprecié su discreción, alabé su disposición a ceder a mi búsqueda. Cuando ella reflexionó en voz alta mientras contemplaba a Vesubio sentí el estallido de una satisfacción íntima. Me sentí incitado a estar a su nivel, aun abusando de la pedantería ordinaria de los años jóvenes La belleza tiene varios rostros, dije arriesgando una opinión que ella, culta y experimentada, podía echar por tierra. No se encuentra solamente en un cuerpo o en la manera de ser o en el mundo de las ideas. Pero a veces coincide en todo ello, mostrándose como el triunfo del azar. Como cuando atraviesa un cometa el cielo y nos sorprende con sus presagios. Entonces, una efímera circunstancia nos hace ver de un golpe cegador, aunque no lo interpretemos, toda la potencia contenida en el alma humana. Y caemos fascinados.
(Fresco de la Casa del Poeta Trágico, en Pompeya)
Hermosa visión de las dos caras de un áureo.
ResponderEliminarLos pudientes de Pompeya debían tener bastantes áureos, aunque de poco les sirvió.
Eliminar¡ Chapeau! Me quito el sombrero ante ti.
ResponderEliminarDos puntos de vista, un mismo instante. Literatura de la buena...
Besos y feliz domingo.😊✔
Bueno, es que conviene tener puntos diferentes e incluso opuestos, si se puede. Gracias, Berta por leer y opinar.
EliminarMe quito el sombrero (que no tengo) ante tu manera de escribir, seguro que no leeré nada más elegante en mucho tiempo. No digo mejor o peor, digo elegante. Un texto lleno de sensualidad y a la vez un respeto y saber estar admirable.
ResponderEliminarUn Saludo y buen domingo.
A veces te pones a escribir algo, no sabes qué vas a decir y de pronto te dejas llevar por sintaxis emocionales, digamos. Agradezco tu opinión, Ángel.
EliminarUna intima historia contada a dos voces desde distinta perspectiva. Siempre me ha atraído esta posibilidad de imaginar una misma circunstancia sin un relato único. Me gustó mucho. Que tengas una buena semana!
ResponderEliminarYo creo que cuando leemos, por ejemplo, nos situamos en la piel de los personajes, no solo de uno, aunque nos pueda interesar más, sino en todos los posibles. Al escribir sucede otro tanto, debemos imaginar y lograr una cierta identificación, errores varios aparte. Qué importante son los lenguajes para potenciar la imaginación y dejarnos arrastrar por ella.
EliminarEso rostros, ambos, sugieren muchas lecturas. A mí en particular me parecen inquietantes más que otra cosa, pero por supuesto, pueden mostrar fascinación.
ResponderEliminarPor el pasado, que engendra el presente. Un abrazo
Ponte un poco en los rostros de los personajes textuales, no te dejes condicionar por los retratos.
EliminarPero te doy la razón, los rostros de la pintura son inquietantes y detrás está el fascinus, que es un tema que tiene tela.
El pasado engendró los presentes que cada generación fue viviendo. ¡Y cuidado que ha habido culturas que se han mezclado para formar lo que somos ahora!
Hoy mismo leo en prensa sobre el tema Neanderthal/Sapiens, que es algo apasionante y que un porcentaje pequeño del primero lo llevamos incorporado los Sapiens actuales. Es para reflexionar sobre ello y librarnos de tonterías en las que malgastamos el tiempo para encima llevarnos mal.
Buena recreación de aquellos días antes de la catástrofe.
ResponderEliminarEn este caso la fascinación del adolescente por una mujer madura y bella, nada menos que la madre joven de sus propios amigos. ¿Quién no sintió alguna vez, en plena pubertad, algo de atracción por aquella vecina, madre joven de sus amigos, objeto de deseo -el deseo prohibido- cuando las hormonas imponen su ley y, como el que guarda un tesoro, no quiere compartirlo con nadie y se lleva el secreto consigo para disfrutarlo a solas?
Un saludo.
Es un tema desarrollado en la literatura, sin duda, pero que respondía a lo que dices, a que en muchos casos en la vida cotidiana un púber sentía algo por una mujer mayor, fuera madre o no. Los caminos de la exploración del deseo y del descubrimiento de la belleza, ternuras incluidas, son infinitos. Bien estar.
Eliminarbrutal la mirada de esa mujer, entre el asombro, la incredulidad, el miedo?... la del chico más bien me sugiere expectación, confianza filial. Yo es que soy muy pragmática.
ResponderEliminarMe sugirieron y no supe decirles no.
Eliminar¿Fue la sorpresa o el espanto? ¿Fascinación o estremecimiento?
Por supuesto, interpretación abierta.
ResponderEliminarMuy buena narración, inconfundiblemente tuya. Dos personajes fascinantes y fascinados...
Destacable del razonamiento de ella:
"Por que lo mas bello es lo mas enigmático?"
"Por que desconocemos lo que hay en el interior de la hermosa y complicada manifestación de la naturaleza?"...
Y de él:
"La belleza tiene varios rostros; no se encuentra solo en un cuerpo o en la manera de ser o en el mundo de las ideas, pero a veces, coincide en todo ello , mostrándose como un triunfo del azar"
"Y caemos fascinados"...
Siempre, un placer leerte. Gracias.
Es que el narrador, ejem, estaba allí, observando discreto y curioso, aunque impertinente. Eres generosa conmigo, salve, María.
EliminarDescubrir, los enigmas que encierra la mirada de una pintura, veintitantos siglos después de ser pintada, e intuir lo que paso por la imaginación de la dama y pasar a comprender la fascinación de quien la mira, -tal vez el pintor mismo- y sin duda el escritor que la recrea... es una genialidad al alcance de soñadores, poetas y talentos como el tuyo. La juventud de la madurez y los recuerdos, tienen chispazos de luz, que sirven para recrear des de "tu Vesubio" la belleza de lo enigmático que uno puede imaginar, sin romper ni manchar la sutil elegancia de la madurez.
ResponderEliminar¡Admirable Fackel!
Ya sé que voy por libre, libre interpretación y libre apropiación de otros sentidos. Porque todos esos frescos que voy exponiendo aquí como excusa de los textos tienen hondos sentido y significados. Representaciones mitológicas y celebraciones rituales, tipo los Misterios de Dioniso. Lo que más me admira es que creaciones de hace dos mil años puedan sugerir, hacer pensar, disfrutar su belleza de fondo y forma y volar con el magín a ámbitos que jamás podremos ocupar físicamente. Pompeya bien vale una misa (que me perdone París)
EliminarGracias por acompañar, JManuel.
La belleza y el relato tiene varias perspectivas, en efecto. Y nosotros, que conocemos lo que sucedió después completamos la historia con la imaginación. Cuántas cosas como estas debieron suceder aquella noche.
ResponderEliminarLa noche anterior que, como tantas noches, pueden ser referentes de contenidos apasionados, pero aquí la víspera desbordó los sueños y arrebató las vidas.
EliminarUn momento lleno de emoción narrado con maestría.
ResponderEliminarHermoso contemplar la realidad desde dos personajes diferentes.
Un abrazo
No imaginamos el apasionamiento que tenían los romanos, del cual dan buena cuenta los escritores latinos que tenemos tan olvidados: Terencio, Horacio, Virgilio, Ovidio, Marcial, Apuleyo, etc. Un abrazo.
EliminarLa imagen de la derecha perturba, ¿no?
ResponderEliminarSaludos
Absolutamente. Yo prefiero derivarla hacia algo más misterioso como soporte del texto. Pero la realidad da una explicación. Es la diosa Hera, probablemente en el día de sus bodas con Zeus; en el fresco la figura de Zeus que queda sentado a su izquierda y no sale en la imagen está deteriorada, pero el rostro de la diosa es espectacular.
EliminarHola, Fackel: me gustó tu texto a dos voces -dos miradas- muy adecuado para esta fecha del San Vatentín que algunos celebran. te leí ayer pero no pude comentarte porque me quedé sin internet entonces. Pero volví hoy a hacerlo y a traerte un elefante para llevarte a la India, a una zona (todo el Rajasthán, que si de viajar de verdad es ahí a dónde iría, verías mucha gente son duda alguna. Muchas gracias por tus felicitaciones, Un abrazo.
ResponderEliminarPues no había caído yo en lo de esa celebración que citas, no lo veas por ahí, el mundo pompeyano no celebraba a tal personaje, obviamente, y los bon vivant de entonces no necesitaban muchas excusas para festejar sus instintos hedonistas.
EliminarGracias por el elefante, siempre ansié tener uno, claro que eso implicaría tener hacienda y servidumbre, ser rajá o colonialista inglés y tener sometida a muchas gente para satisfacer caprichos, jaj. Bien por tu ingenio.
A beleza tem realmente vários rostos e nem todos a vislumbram...
ResponderEliminarInteressante o texto...
Beijos e abraços
Marta
Rostros que suelen estar también en el cerebro de cada uno de nosotros, Marta. Saúde.
EliminarMe gustan los dos puntos de vista de la misma historia, de atracción mutua. Por lo menos, hubo pasiones antes de la catástrofe.
ResponderEliminarSaludos.
Claro. Luego las pasiones humanas fueron sustituidas por las del magma volcánico. Otra dimensión. Gracias, Demiurgo.
EliminarAcabo de descubrir esta entrada: Magnífico y psicológico texto.
ResponderEliminarYa sabes que nunca hay una sola visión de las cosas, y menos de dos individuos (no te cuento de una pareja)
EliminarBuen retrato de la fascinación y la atracción.
ResponderEliminarSalu2, Fáckel.
La fascinación ya sabes que siempre es plural -incluso dentro de uno mismo- y muy dual.
EliminarCaray, pues eso es precisamente lo divertido!
ResponderEliminarEl concepto pareja, al ser un mismo término me parece que implica unidad, como el concepto “yugo”; es decir “mejor aguantarse tocan” pese a diferencias.
Vaya, pero si ni siquiera un simple individuo en su unicidad resulta coherente en sí mismo!
Por qué crees que renuncié a emparejarme en su momento?: pues porque conociéndome bien, y tras realizar análisis diversos de situaciones pasadas no me arriendo la ganancia con este palmito, jaaajjj.
La abstracción del amor (tanto propio como ajeno) resulta demasiado preciosa como para concretizarla tras los tortazos que un@ se ganó a pulso en el pasado.
Es lo que tiene ser torpe natal, que un@, con suerte, se entera a edad avanzada, jajjj pero también puede guardar buenos recuerdos de “lo bailao”, aunque fuera malamente, si la intención era sana! Es cuestión de permanecer agradecid@ a la vida por encima de la campaña gorda! Eso también se me antoja otra forma de amor. Será mi configuración optimista y ordenadamente libertaria tras demasiados yugos anteriores, nada voluntario.
Sí, es una tesis ideológica de las sociedades monogámicas, bendecida, cómo no, por la institución creada por los que se llamaban seguidores del Cristo y que continua en nuestros días. Y sí, también, la abstracción denominada amor hay que vivirla en situ y por el tiempo (efímero) en que tenga lugar la circunstancia que fascina tanto a los humanos. Naturalmente, hay otros mecanismos de defensa de la tribu: complicidad, apoyo mutuo, aportación a la economía (en el sentido griego, de mantenimiento de la casa) que son los que más se ven alrededor, pero es un tema diferente y nada abstracto.
EliminarY sí, por llamar amor a lo que nos parece exultante que no quede. Agradecer a la vida la superación de casi todo lo que vamos encontrando por el camino no es poco. Escucha la voz cantada por Mercedes Sosa: Gracias a la vida que me ha dado tanto.