Me criaron desde niña para el servicio. Me veían hábil, solícita, con disposición ante cualquier requerimiento de los señores. Cuando llegué a la pubertad Flavia Constancia, mi ama, me habló amable pero firme. Es mucho lo que pones de tu parte, Acantha. Y aún valoramos más que tomes iniciativas. Eso nos gusta a los de la casa y deslumbra a los visitantes. Pero advertida quedas: sobre todo intenta ser muy discreta. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, ni habrás visto ni habrás oído. Toda una declaración de principios, acerca de la que ya me habían puesto sobre aviso otras sirvientas y, sorprendentemente, el hijo díscolo de Flavia.
Este joven, Cornelio, era un poco mayor que yo. Saltándose las reglas y las distancias de su clase vivía en una constante aproximación a nosotras las doncellas. En parte participando en los juegos, pero también comportándose, en la medida que no le censurase nadie, como un advenedizo cooperador de algunas de nuestras tareas. No le gustaba que le atendiéramos. Ya tenéis bastante con ceder a los caprichos de mis padres, nos hacía saber. Yo procuraré por mí mismo. Uno debe ser dueño y criado a la vez. Este, ¿es uno de ellos o uno de los nuestros?, decía con ironía Temis, la sirvienta más avezada, que suspiraba por aquel efebo perfecto al que no debía intentar acceder.
No está bien que lo cuente, pero a estas alturas nada del pasado puede resultar ya transgresor. Algunas veces observábamos a escondidas el descanso de Cornelio, admirando su desnudez intachable. Pero aquella noche densa y encendida formamos todas un cuerpo apiñado y único de mujer. ¿Qué parte de él elegiríais?, murmuró Temis, mientras las demás nos debatíamos entre la risa contenida y el placer que nos causaba la visión del muchacho. Yo, su hermosa cabeza, con esos cabellos que le dan un aspecto salvaje, dijo Phoena. Pues su torso tiene unas medidas que parecen más propias de las antiguas esculturas de nuestra tierra, apuntó Persis. La esclava nubia, cuya atezada oscuridad de piel la hacía pasar más desapercibida y se atrevía a acercarse más al durmiente, no vacilaba. Si no fuera porque su color es rosáceo yo diría que su falo no desmerece de los que ostentan los hombres de mi tribu. Galia extendió simbólicamente su mano en dirección a los brazos del durmiente. Esos brazos tienen que ser una tenaza de triturar, susurró lasciva. Al final era siempre Temis quien ordenaba el juego de los deseos indiscretos. No le desmenucéis, dijo. Conservadlo entero por si se encapricha con alguna de vosotras. Y tú, Acantha, soltó de pronto poniéndome en un compromiso, ¿lo tomarías entero o en porciones? Yo, que no sabía cómo contemplar, y menos cómo calificar, aquel cuerpo ideal, me sentí cohibida. No sé, a mí este no me parece Cornelio, dije con timidez. Todas rieron contenidamente, mientras nos íbamos retirando de nuestros puestos de observación clandestinos.
Allí quedó tendida aquella copia íntegra de Apolo. Crucificado y doloroso como un reo a punto de ser sacrificado en sus sueños. Extendido en sus palpitaciones crecientes, descarado en su virilidad inoportuna, flotante en una aérea corriente que nos agitaba a todas. ¿Soñaría con lo vivido o anhelaría experiencias que no habían rozado aún su carne? A este lado de sus ensoñaciones, ¿se articularían todos sus miembros para iniciar una correspondencia con otros cuerpos? ¿Era ese estado onírico el que le dictaba caprichosamente el modelo de entrega que debía perseguir? Ninguna de nosotras era capaz de alejarse renunciando a la mirada. Persis tropezó con la puerta y temimos no tanto ser descubiertas como interrumpir la exultante y creativa desnudez del muchacho.
Creo que fue al día siguiente cuando noté que Cornelio me miraba con un interés diferente. Me llevó aparte y me habló. Hasta ahora vengo siendo cómplice de todas vosotras, salvo cuando tengo que mantener las apariencias ante mis padres. Pero después de los sueños de esta noche tengo la sensación, o mejor dicho, la convicción, de que eres tú la que sostiene una complicidad distinta conmigo. Mantén ese puente, Acantha, no estamos tan alejados el uno del otro. Yo me quedé confusa y no comenté nada a las demás. Aquel puente tendido duró varios años y sobre él atravesamos juntos valles y promontorios, con honda y sincera satisfacción para ambos. A espaldas de sus padres y para envidia de mis ofuscadas compañeras.
En la distancia transcurrida una cree saber lo que es un hombre, lo que puede ofrecer y lo que nosotras podemos necesitar. Eso me llevaría a hacer consideraciones discutibles y difíciles. Recordar aquel tiempo de entusiasmo se me hace ahora más pungente. Acaso sea debido a las noticias funestas que me llegan sobre lo acontecido en las poblaciones cercanas al monte de fuego. O tal vez porque utilizar la memoria en el ejercicio de lo perdido es siempre más lacerante, si bien nunca inútil.
(Fresco de la Villa de los Misterios, de Pompeya)
Plasmas el ambiente con una maestría increíble. Esa visión del enamoramiento desde los ojos de la sirvienta, me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo
Todo es ponerse, sea cual sea el género, en el sustrato imaginado de una sirvienta, ¿no crees? Por las visiones llevaderas.
EliminarLo normal en el relato sería el abuso del hijo hacia sus criadas. O también la historia de un amor imposible por la distancia social. Sea como fuere, al final, el Vesubio se llevará todo ese tiempo compartido, pero la memoria quedará ahí para gozo de los supervivientes.
ResponderEliminarUn saludo.
El tal Cornelio era diferente, su condición no le había modelado para ser abusón, habría de todo ya en aquellos tiempos, ¿no crees? El Vesubio, decisorio en las vidas y haciendas, como tantos otros volcanes o seísmos en cualquier otro lugar del planeta.
EliminarAtravessará a ponte ou ficará sempre do outro lado, escondida de todos, mas à mercê das vontades dos outros?
ResponderEliminarInteressante o texto.
Beijos e abraços
Marta
Una interrogación cuya respuesta solo la dará el viento. No sé si el viento de la Historia, de lo desconocido o del extravío. Salud, Marta.
EliminarLa discreción es una de las formas más elevadas del comportamiento. Es como una cenefa de grecas que siguiendo una línea quebrada se interioriza sin estorbar, es una espiral dominada. Es la señal de un espacio cultivado.
ResponderEliminarEl efebo sabe que no basta con el cuerpo saltarín, es la mente y el comportamiento los que dibujan la coreografía del torso, de los cabellos… Acantha lo sabe y no dice nada por discreción. Sólo espera con su bandeja que jamás las hojas de los acantos se retuerzan bajo el peso de su cesto de doncella
Saludos
Francesc Cornadó
Las grecas creo que fueron una de las primeras ilustraciones que prendí en mis tiempos de geometría escolar. Qué laberintos, idas y venidas, juego de líneas rectas que avanzaban y retrocedían para llegar al infinito.
EliminarAcantha expectante, pero el efebo sospecho que también, superando la morbosa curiosidad del resto de la servidumbre esclava. No hay como la discreción para llegar lejos.
Qué mundo el griego, el anterior y el posterior, una cinta sinfín hasta nuestros días en que somos ingratos con cuanto nos precedió. En fin, Francesc, por la cultura heredada, mucho más diversa y compleja que la deficiente educación recibida nos informó.
Con tu estupenda narrativa nos metes en aquellos mundos lejanos como si de hoy se tratara. Gracias
ResponderEliminarSerá por aquello de que ciertas cosas y en cierto modo no se ha cambiado mucho. A ti por leer.
EliminarParece increíble que a algun@s les agrade el servicio, que no es lo mismo que servidumbre, pero ocurre. Tanto como ciertas cualidades innatas tales como la prudencia, cuyas raíces quizás beban del extracto terrenal del temor.
ResponderEliminarEsa disposición juguetona del hijo de Flavia me resulta familiar desde la distancia de una infancia lejana. Será cuestión generacional por encima de los diversos artificios sociales?
Sospecho que en el oficio citado, esclavitud incluida, no ha habido una prudencia total. En parte era aparente y de mantener el tipo de la profesionalidad. Pero por otro lado ¿qué no sabían los esclavos o la servidumbre de tiempos modernos sobre la casa y los caseros parea quienes trabajaban?
EliminarParecía que esa atracción de ellas hacia Cornelio. Y de Cornelio hacia ellas, especialmente hacia una, se iba a concretar. Pero no fue así.
ResponderEliminarLo que la narradora lamenta.
Bien contado.
La protagonista que relata es prudente con los lectores de sus reflexiones y recuerdos. Acaso nos cuenta lo que quiere y de la manera que le place. Salud, Demiurgo.
EliminarLo de las complicidades me encanta. Tienen un morbo muy especial
ResponderEliminarY en direcciones diversas, pero ahí queda, si Vesubio lo permite.
EliminarMe ha gustado la escena y la narración de ella.
ResponderEliminarSalut
Y me alegra saberlo, Miquel. Uno se mete en ese tipo de escenas para huir de otras. Salut y paciencia.
EliminarA todo esto el Vesubio se regodea con su suerte.
ResponderEliminarSalud.
Lo hace de ciento en viento, pero cuando tiene la ocurrencia la prepara pero bien. Si vuelve hoy día a las andadas tienen nada menos que tres millones de habitantes en la proximidad. No quiero ni pensarlo.
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ResponderEliminarBonita narración, Fackel, que pareciera casi actual.
Me gusta que el autor, casi siempre, se recree en los personajes mas nobles y humanos.
Por un febrero cálido y normal.
Es que al autor le cuesta hablar por la boca de los más abyectos y degradados, pero acaso lo intente. También son humanos, no obstante.
EliminarFebrero normal como siempre ha sido. Un dicho antiguo llamaba al mes Febrerillo el loco. Se ve que daba muchos tumbos en sus veintiocho días. Cuídate, del virus de moda y de la melancolía de toda la vida.
Cornelio enamora, la delicadez que describes, su percepción fina para el amor trazaba el camino de la unión con Acantha. Respiraban el mismo aire de la casa, imposible que dos jóvenes pudieran librarse del hechizo.Aunque he de decirte que por un momento me he acordado de aquellas historias de señoritos y criadas. No en vano vivir bajo el mismo techo requiere mucha sobriedad y control para no caer en el juego amoroso.
ResponderEliminar¿Acaso la inocencia, pero a la vez la tentadora iniciación en ciernes?
EliminarEsta no quiso ser una historia al uso de señoritos aprovechones de esclavas condescendientes. No obstante, me cuesta creer que en ciertos ambientes como aquellos la sobriedad y el control fueran posibles. La tentación, como decía el filme, viene de arriba (en este caso la clase superior)
Bona nit, Narga.
Fáckel
ResponderEliminarcon discreción se logran muchas más cosas...
Salu2.
Pero los amos exigían secretín secretón, claro que luego todo se sabía, y no tanto acaso por los esclavos como por las envidias de los patricios.
EliminarPreciosas experiencias que narras con sutileza y elegancia.
ResponderEliminarTesituras, Ana, tesituras ficticias; ¿o acaso no?
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