Esta es la breve pero atormentada historia de un fotógrafo que se enamoró de la belleza indómita.
Había llegado a oídos de un fotógrafo la existencia en una lejana comarca de una aparición. ¿Una aparición real o imaginaria? , preguntaba a los vecinos de la zona. Una aparición es una aparición, obtenía por toda respuesta. ¿Y cómo es la aparecida?, insistía tratando de obtener información más precisa. Es una mujer bosque, decían unos. Es una mujer agua, diferían otros. Es una mujer turba, comentó un pastor, señalando el terreno fosilizado por donde pocos se aventuraban. Es una mujer de la ventisca, precisaban unos arrieros. Es una esfinge a la que no se la puede mirar a los ojos porque ciegan, dijo un avejentado cautivo retornado de la última guerra.
Había llegado a oídos de un fotógrafo la existencia en una lejana comarca de una aparición. ¿Una aparición real o imaginaria? , preguntaba a los vecinos de la zona. Una aparición es una aparición, obtenía por toda respuesta. ¿Y cómo es la aparecida?, insistía tratando de obtener información más precisa. Es una mujer bosque, decían unos. Es una mujer agua, diferían otros. Es una mujer turba, comentó un pastor, señalando el terreno fosilizado por donde pocos se aventuraban. Es una mujer de la ventisca, precisaban unos arrieros. Es una esfinge a la que no se la puede mirar a los ojos porque ciegan, dijo un avejentado cautivo retornado de la última guerra.
El fotógrafo no quiso preguntar más. Me guiaré por el azar y quién sabe si las escuetas versiones que me han dado no contendrán pistas ocultas, resolvió. Aunque a una mujer de esas características no hay que buscarla. Hay que esperar a que se muestre. Y se puso en camino por lugares apenas frecuentados, cargado con su fiel Leica. La zona había estado poblada desde la antigüedad y desoladas ruinas de castros desperdigaban su demolida arquitectura, sin que nadie prestara especial atención a la rehabilitación de la historia de aquella vasta región. Tal vez haya tesoros debajo de este suelo, pensó como un lugareño voraz. Pero, ¿qué mejor tesoro oculto que el conocimiento pendiente de todas estas ruinas, que están pidiendo a gritos que se las rescate del olvido?, meditó con cierta empatía melancólica.
Atravesó tierras yermas, pedregosas. Cruzó por caminos que parecían empalmar entre sí como en una suerte de laberinto, sin que mostraran con claridad si había alguna localidad o un signo evidente de vida al final de cualquiera de ellos. Sintió el aguijón de la duda incómoda. Debo estar dando vueltas desorientado, y además sin ningún plan, sin perspectiva clara de hallar a la mujer extraña que todos nombran pero nadie conoce, suspiró con desaliento. De pronto uno de los caminos sugería a lo lejos lo que parecía ser una finca. Un elevado muro aislaba del mundo a un enorme caserón maltratado por la incuria del tiempo y probablemente de los hombres. Metros más abajo, corría un manantial y se leía una inscripción en la tosca cabecera de granito. Fuente de la Araña. Un anciano permanecía absorto ante el chorro de agua, enajenado por el rumor de la fuente. ¿Qué edificio es ese?, preguntó el fotógrafo. Un antiguo hospicio, respondió el hombre. El fotógrafo quiso saber más. ¿Para huérfanos? Para niños malos, respondió el viejo, que continuó concentrado en sus vacíos. ¿Se puede entrar y preguntar?, insistió todavía el fotógrafo ante el laconismo del anciano. Pruebe a entrar, si quiere, pero no pregunte. Solo hay espectros del pasado. El viajero frunció el ceño, de sorpresa y de inquietud.
Se detuvo a descansar, mientras dudaba si cruzar la cerca imponente y adentrarse en aquel extraño lugar. El anciano se levantó y se marchó huidizo y taciturno, como suele ser propio de la edad provecta que no espera ya nada de la vida. Bien fuese por el esfuerzo del recorrido o por la hora intensa del sol al fotógrafo le entró un sopor vacilante. Al poco la naturaleza detuvo sus cantos, rebajó su fragor, apagó sus aromas incluso. Solo una voz tenue se impuso. Procedía de un rincón umbroso del arbolado que tapaba a medias la fuente. ¿Quién eres? escuchó el fotógrafo, que se sintió sacudido. No quiso responder. La voz insistió. ¿A qué has venido? ¿Vienes como todos a obtener de mí lo que no daré? ¿Llegas para robarme mi edad sin tiempo? ¿A conseguir el candor que tú perdiste, el saber nítido que solo percibe un niño, o acaso la permanencia de un cuerpo que no muta, que aún es natural y no conoce la perversidad? Al fotógrafo aquellos razonamientos expresados ligeramente pero cargados de sentido le erizaron la piel. Se puso en pie tratando de atisbar a la persona que le interrogaba. En efecto, tal como alguien la había descrito avanzaba desde el fondo oscuro del manantial una mujer boscosa, las facciones ocultas por la maraña de los cabellos, el cuerpo velado por un vestido embarrado. Su caminar desgarbado pero firme inquietó al viajero. A este la aparición se le desveló como una belleza salvaje, primaria, presta a perfeccionarse más allá de los cánones de las normas y costumbres sociales. Tú debes ser la que busco, dijo el hombre. Ella no dio tregua. ¿Por qué me buscas?, y a medida que emergía del escondite el hombre adivinó el movimiento de unos labios frágiles que dibujaban pausadamente las palabras. No lo sé bien, se atrevió a responder, pero te busco desde que una noche soñé contigo. ¿Y era en el sueño tal como me ves ahora?, dijo la mujer bosque. En el sueño tenías cuerpo de musgo y ojos de víbora, le reveló. Ella se acercó más, removió con las manos su pelambrera y alzó la cabeza. ¿Cómo estos?, dijo haciendo correr una mirada sin fondo. El fotógrafo no pudo rehuir aquella luz intensa y diáfana, y se dejó cegar.
La Muerte, que gusta de detenerse ante un manantial, para refrescarse o beber en él, aunque no lo necesite, había escuchado aquel diálogo desigual. Curioso, pensó. ¿Quién sabe más que quién? ¿Quién de ellos dos anhela más al otro, bajo la apariencia de repudiarse o de transgredir su normal evolución? ¿Ha venido el hombre a buscarla o ella lo ha llamado con sus sonidos ocultos de hembra agitada? Entonces se apartó, dejándolos solos, sabiendo que no hay peor muerte en vida que la de un amor loco, donde el joven juega a maduro y el adulto quiere ser de nuevo niño. Allí se quedó la mujer aparecida, tratando de convertir para siempre al fotógrafo en un espectro errante.
La Muerte, que gusta de detenerse ante un manantial, para refrescarse o beber en él, aunque no lo necesite, había escuchado aquel diálogo desigual. Curioso, pensó. ¿Quién sabe más que quién? ¿Quién de ellos dos anhela más al otro, bajo la apariencia de repudiarse o de transgredir su normal evolución? ¿Ha venido el hombre a buscarla o ella lo ha llamado con sus sonidos ocultos de hembra agitada? Entonces se apartó, dejándolos solos, sabiendo que no hay peor muerte en vida que la de un amor loco, donde el joven juega a maduro y el adulto quiere ser de nuevo niño. Allí se quedó la mujer aparecida, tratando de convertir para siempre al fotógrafo en un espectro errante.
(Fotografía de Lee Jeffries)
Ay hoy me has atrapado
ResponderEliminarMe gustó , no, me encantó la historia.
creo que en todos nosotros hay un algo, un motor que nos impulsa en una búsqueda que nadie puede entender, seguramente ni uno mismo, se hace la pregunta pues se volvería loco
La Muerte tiene razón, hay amores que matan y si no te matan te mueres como canta Sabina
un saludo y gracias por este momentazo !!
Pues nada que añadir, o si hay algo pues decir que a veces la búsqueda es muy sinuosa, laberíntica incluso, sin orden ni concierto, pues a veces las apariciones, y no precisamente metafísicas, existen. Y no solo con aspectos de personas. Gracias a ti por seguir leyendo.
EliminarEse final inquietante, muy bueno. Esa aparicion, mujer real, enter selvática y adolescente, queda en el limbo, en su casa, mientras el fotógrafo, Leica en mano, seguirá buscando la belleza soñada. Seguramente inmaterial.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz tarde, con la belleza cerca, al menos cerquita del corazón.
Yo creo aunque no se dice, pero se ignora, que tiró la cámara (y una Leica nunca debe tirarse por las buenas ni por las malas) Más que inmaterial diría que incorpórea, pues para el fotógrafo hasta lo soñado, imaginado o deseado es material. La belleza selvática es menos segura pero satisface más lo imaginario, solo que hay que esperar a que se muestre.
EliminarUna historia que me ha hecho erizar la piel... y pensar, por supuesto.
ResponderEliminarPues no creas pero a medida que junto con el fotógrafo me acercaba a la fuente y no te digo cuando observaba el caserón del hospicio abandonado tuve algún escalofrío de desconcierto. Menos mal que la Curiosa no estaba por la labor de complicar las vidas ajenas.
EliminarLa muerte comprendió que estaba de más. Le había salido una tenaz competidora, la que volvería loco al visitante, una especie de sirena de los bosques. Y la locura, si es de amor o deseo, es más poderosa que la simple muerte, incluso te puede llevar a ella.
ResponderEliminarSaludos.
Me haces pensar si no será que la Muerte actúa por celos, envidia o competencias varias, pero claro, todo esto sería demasiado vital para que se atreviera a obrar con tales malditos incentivos. Sí, ese tipo de locura que indicas tiene mal tratamiento, desde luego.
EliminarUna obra de arte la fotografía.
ResponderEliminarLa Pálida Vencedora esta vez encontró una competidora, una mujer casi tan legendaria. Tal vez la Muerte se fue fue del lugar porque ya no tendrá nada que hacer. Tal vez la mujer aparecida logre convertirlo en un espectro de errante. Entonces errarán juntos, más allá del poder de la Muerte.
Si puedes busca por internet a Lee Jeffries, incluso creo que tiene una web. Es asombrosa su obra, pero es que los personajes que retrata son asombrosos por sí mismos. Las sociedades son tan variadas y los individuos somos todos tan particulares y diferenciados...
EliminarLa Muerte de este cuento es una Pilatos. Se abstiene y hala, que ellos se busquen la desdicha o uno se lo cause al otro. Pero no es descartable ese errar juntos, no.
Fáckel:
ResponderEliminar¿Encontramos lo que queremos? Muchas veces buscamos pero lo que encontramos no nos satisface, pero ¿es realmente lo encontrado lo que necesitamos? ¿Es mejor no buscar sino encontrar? Este fotógrafo buscaba la mujer ideal, pero si el precio es convertirse en fantasma, pues no sé yo...
Intrigante.
Salu2.
Buenas preguntas, sí señor. De todos modos no se trata de elegir, sino de vadear cualquier situación y aceptarla hasta el punto que nos signifique. Oye, pero muchas veces ¿no nos convertimos en nuestro propio espectro? Gracias.
EliminarFascinante tu cuento. A caballo entre la realidad y el sueño.
ResponderEliminarA veces, para llegar al amor hay que ir por un camino cercano a la muerte o al menos al peligro... otras veces todo son trampas...
Errar juntos... todo puede suceder... Este tipo de narración fantástica suele terminar mal, pero también podría terminar bien. Nunca se sabe. El territorio de la imaginación es inabarcable...
Un abrazo de febrero
Este relato no termina. Ahora bien, todo relato no cerrado ¿se convierte en interminable? Lo interminable y lo abierto no son lo mismo. En lo primero los factores están obsoletos. En lo segundo surgen nuevos factores que se reproducen con las células de la imaginación y el deseo. Inabarcables ambos, pero no siempre concluyen en satisfacciones, ¿no?
EliminarEste relato contiene cantidad de información y seguro que se me escapan cuestiones en el comentario.
ResponderEliminarSe podría “paralelizar” el espacio exterior que describes con el del interno del fotógrafo y la confusa aparición seguramente resida entre los latidos de la viscera más preciada del fotógrafo, esa tan alabada por los poetas, pero el misterioso ”bellezon” que nos muestras no podrá salir de ahí dentro porque se convertiría en un ser ajeno que el fotógrafo no reconocería, y eso se me antoja peor que la muerte. Y esta última lo sabe.
Bueno, sobre la cuestión del fin de la mortalidad, he desarrollado unas teorías relacionadas con el confuso concepto temporal, pero ahora no viene a cuento. En el presente cuento se proyecta como un personaje, asúmase pues así tanto en el contexto expuesto como en el actual comentario.
Un abrazo.
Ojo, que no pretende ser un relato romántico ni por el forro, aunque salgan elementos que el romanticismo manipuló hasta el aburrimiento. Y el concepto belleza no se reduce en la imagen femenina que aparece. No es belleza ad hoc, sino en estado bruto, como la imaginación, el deseo, el conocimiento limitado de cada cual, la bondad o la perversidad que frecuentamos, etc. Más allá de la figura hay...no, me niego a utilizar el término metafigura...sigamos prospectando.
EliminarMe alegra escucharte, MJ.
Efectivamente, no se trata sobre romanticismo porque mencione a poetas o corazón, aunque se trate de una de las mejores ilusiones humanas.
EliminarMencionar al corazón y a los poetas se trata de una forma diplomáticamente personal de hacer referencia al inconsciente personal y colectivo, por donde tanto me agrada bucear y del que siempre salgo “pingando”.
El bellezon emboscado bien podría tratarse de una gorgona o de las erinias y mejor no dejarlas salir del inconsciente.
La gracia consistiría en averiguar la razón profunda por la cual pervive su concepto entre ciertos humanos. Encontrar alguna explicación al respecto resulta altamente deprimente. Una buena razón para permanecer en silencio, quieta, parada.
La ventaja de ser malinterpretada y/o considerada como tonta y llegar a vieja es que una se siente más libre de ejercer como tal y asumir tanta limitación. Corren tiempos de disfrutar y elegir, si ello fuera posible, entre tanta nadería disponible. Como los críos!
La pena es que el fotógrafo de tu historia aparentemente se encuentre preso de su entorno conceptual, que se cuide del mismo y disfrute de lo más sano a su alrededor.
También resulta triste que aún me preocupen los malos entendidos.....al tiempo....
No hay que conceder mayor interés a los malos entendidos. Por cierto, la casualidad siempre sale al encuentro. La mujer de Jeffries se me cruzó esta mañana por la calle. Por supuesto ni era niña, ni adolescente, pero tampoco madura; no iba con greñas, ni mal vestida, pero tenía los mismos peligrosos ojos. Evité la mirada, por supuesto, por supuesto, jaj.
Eliminar
ResponderEliminarApasionante, de verdad, este tu Indómito. El mas poético, el mas original, el mas lleno de simbolismo, de magia... Un relato fantástico que nos deja una sensación de inquietud, de incertidumbre, de duda... de un casi "podría ser hasta posible".
Fíjate, que hasta asombra a la Muerte, que esta vez, solo se li mita a ser un testigo correctísimo y sabio...
Bonita noche, Fackel
Tomo nota de la valoración sobre las características que percibes en el relato. Y mira, yo creo que la Muerte se asombra constantemente porque si no, teniendo en cuenta las cosas que hacemos cada día los humanos, en la guerra y en la paz, los peligros y riesgos que generamos, las enfermedades e imprudencias que cultivamos, y sin embargo creo que actúa en el límite o más allá. El tráfico de cada día en las ciudades -conductores y peatones responsables a la par- me hace pensar mucho en ello. Buen día, frío pero luminoso, se verá.
EliminarGracias.
ResponderEliminarCon cierta melancólica empatía.
Gracias a ti, Manuelquienseas. La empatía reduce y controla la peligrosa melancolía que nos acecha a todos. Lee la frase de Sanmncho a Don Quijote en el lecho de muerte de este. La tengo reproducida en la columna de la izquierda. ¿No conjuraba Cervantes a la Muerte antes de la muerte con ese mensaje nítido y esperanzador?
EliminarDriblar las manos de la melancolía, a ver si puedo. Gracias por tu respuesta que con toda razón evitó mi tonto anzuelo: CON CIERTA EMPATÍA MELANCÓLICA / CON CIERTA MELANCÓLICA EMPATÍA. Como la de Cervantes, tu empatía llena, gana acto, vida. Sin ella, en cambio, a lo que normalmente llevan las pulsiones solo sintácticas, endecasílabas, es a la parálisis permanente. Mucha salud.
EliminarAy, amigo Manuel, qué importante la última palabra. Salud. Ante ella se postran los dioses, los héroes, los humanos y... esa otra clase, los villanos, que pueblan el mundo. Villano de vil, de vileza, no de habitantes de las villas,
EliminarCampesinos con vilanos van llegando a la ciudad para descubrir villanos. O por etimología, con vilanos y milanos.
EliminarLos temas agrarios hoy día son muy complicados, Manuel, mucho, y ya no dependen de dentro de casa.
EliminarEl retrato es de una niña de 8 años. El b&n le da un efecto increíblemente especial y la luz es muy muy muy buena. Casi tanto como las letras.
ResponderEliminarTodas las fotos de Jeffries son extraordinarias
Eliminarhttps://www.instagram.com/lee_jeffries/?hl=es
https://lee-jeffries.co.uk/portraits
Claro que los personajes, de un ámbito especial y generalizado por todas las ciudades, no tienen desperdicio.
Mi condición de fotógrafo hace que me pregunte muchas cosas relacionadas con el relato. No se hace mención al aprovechamiento del tránsito por esas tierras que se describen, para tomar imágenes de esos lugares apenas frecuentados y otros posibles descubrimientos. ¿No lo hizo? Me costaría aceptarlo.
ResponderEliminarY un apunte: "fiel Leica"
En mi modesta opinión, no hay animal menos fiel que una Leica. Puede ser un instrumento preciso, bien construido, con materiales mas nobles que los habituales en esa industria, pero ...fiel?
No; sin duda. Se dejan robar con una facilidad pasmosa.
Estoy de acuerdo en que el fotógrafo no abunda en la descripción del entorno, iba a tiro obseso persiguiendo un ser flotante. Habría sido una deriva interesante, pero alargaría el relato. En lo de la fiel Leica me gusta tu observación. Por cierto, no tengo ni idea cómo son las que se fabrican ahora, con que característica, etc., porque se fabrican todavía, ¿no?
EliminarSin analizar cuánto análisis en esta entrada llena de fulgor y capacidad...Un sentir
ResponderEliminarun pensar...
un abrazo siempre poeta
Es que en cierto modo todos estamos arropados pero a la vez somos huérfanos. Recibimos protección pero hay temas fundamentales a los que nos tenemos que enfrentar solos, y uno decisivo donde no vale que nadie se ponga en tu lugar.
EliminarGratitud siempre.
Me resulta muy difícil comentar este relato, Fackel. En primer lugar, por miedo a estropear la sensación exquisita que me dejó. En segundo lugar, porque me apetecería ir leyéndolo contigo al lado para comentar cada cosa que me sugiere una reflexión (muchas).
ResponderEliminarSólo diré que el último párrafo me parece especialmente bello.
Ya creía que habías dejado de escribir sobre la muerte. Pero veo que sigue presente. Y no es extraño, pues siempre lo está ¿no?
Besos
Pues yo tampoco sé qué decir. Salió así el texto. La Muerte es un personaje, no solo en él texto sino en la vida de cada cual y al final es un hecho. Lo mejor es que las reflexiones surjan, las sugerencias se hagan carne, unas asociaciones den lugar a otras nuevas ideas...Todo está ahí, aquí, bajo nuestros pies, en este mundo. Hay que salir al encuentro.
ResponderEliminarEn la siguiente entrada no parece mostrarse la Muerte, ¿o lo hace bajo otra apariencia implícita en lo que ambos amantes fortuitos hallan en conexión?
Gracias.