"De los soles tú viniste, de las auroras llegaste,
de los espejos y de la finura de las sedas".
Ahmad Shamlu, Jardín de espejos, del poemario Aire fresco.
Allá, en lo alto, el santuario. Abajo, la ciudad. Naxos se extasía. La destrucción ha herido seriamente algunas estructuras, pero no ha borrado la armonía del conjunto, comenta pausadamente. He participado a veces en el saqueo de una ciudad, algo que me resultaba repulsivo, pero jamás me paré a contemplar el horror. Ahora lo veo todo de otra manera, o me lo haces ver tú, confiesa con una mueca cómplice. Thera puntualiza: sobre una belleza anterior puede nacer una nueva, la referencia permanece y a la vez llegarán otras influencias que nos sorprenderán. Como sucede con lo que yo pinto en las vasijas. Me preguntaba: ¿por qué pintar siempre lo mismo? ¿Por qué no llevar a las mesas y a las celebraciones nuevos motivos que hagan valorar las obligaciones pero también los placeres de los humanos? ¿Quién me impide probar estilos más depurados que causen deleite a los ojos? La calamidad que hemos sufrido debe ser incentivo. Rehacernos de la devastación debe colmarse con nuevas ideas. Es una buena ocasión. También esas manos callosas se harán a los oficios de tierra, si tú quieres. Tus manos hacedoras se impondrán a las otras manos que intervinieron en tropelías o que cooperaron con quienes las cometían. Naxos intercambia miradas triangulares. El templo, la costa y la urbe, la joven. ¿En qué lado geométrico se encuentra él? ¿Acaso lleva camino de habitar ya todas sus perspectivas angulares? Hay un silencio expectante entre el hombre y la mujer. Naxos lo rompe. He respetado siempre los santuarios, aunque tampoco me haya interesado demasiado por ellos; me parecían distantes, habitados por clanes diferentes a los míos, más pendientes de los dioses que de los humanos. Ahora que contemplo la herida causada en este recinto me pregunto: ¿de qué sirven los dioses si no se protegen a sí mismos? Acaso no quieran contemplarse en la estructura desnuda del edificio, mas los hombres que lo han erigido ¿deben lamentar la ruina o reaccionar? Thera le interrumpe con brío. Las gentes ven los templos como la aportación al contento y la vanagloria de los dioses, pero ¿cuánto hacen estos por intermediar en los conflictos y las violencias de los mortales? Naxos se admira del valor de la mujer. Me enseñaron, dice, que nuestras disputas son la condena que nos ata al destino. Ah, ¿crees que tú te mereciste la de estar sujeto durante años al duro remo y a la vida de riesgo? Naxos se queda pensativo. No responde. Sigue admirándose por el entorno y solo tiene palabras para lo que ve y toca. Nunca antes me había fijado en la técnica empleada, ni había valorado los volúmenes que sortean la opacidad de otros templos más antiguos, ni me había apercibido de los órdenes y las medidas que pueden mantener estable un edificio antes del daño. ¿Me has traído aquí, Thera, para que vaya aprendiendo? Thera sonríe. Primero, Naxos, se aprende con la mirada. Después escuchando a los que saben. Al final razonando. Las obras grandes de verdad son las que incitan a la reflexión y a la evolución del mismo pensamiento, y no tanto la excusa o la obligación por las cuales se levantan. Nuestra mente es un hontanar, pero depende del razonamiento que el agua se disperse por doquier o se encauce para llenar una cisterna que acumule saber. Naxos se queda embobado por el argumento. Solo tiene palabras sencillas para los descubrimientos. Thera, este lugar es particularmente fastuoso, y la voz de Naxos revela una sensibilidad impensable en un remero al uso. El mar se contiene al borde del acantilado y lo respeta. Las aguas y la tierra echan entre sí un pulso que puede parecer juguetón, pero te aseguro que es bravío y cruento. Este promontorio desde el que se domina todo es un espejismo, y no obstante la apacibilidad que se nos transmite es real. Los que venimos de la zozobra y somos hijos del oleaje sabemos de sobra que nada es lo que parece. ¿También eres tú un espejismo, Thera? ¿Eres la artífice de las copas o una de las imágenes que recorren sus cuerpos lozanos?
(Fotografía de Ata Kandó)
Me gusta leer estos textos. Son apaciguadores. Tienen ritmo y compás. No van al trote para acabar de caer en tropel.
ResponderEliminarUn abrazo y buena Navidad.
¿Y por qué iba yo a correr, cuando mi objetivo, ya de entrada, es no llegar a parte alguna? Creo que lo entiendes.
EliminarAunque muchas veces uno no sepa ni en la vida ordinaria ni en las ocurrencias que escribe´cuándo cambia el paso del corcel que lleva dentro.
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ResponderEliminarPues ya que citas a Jan Neruda te diré que a mi vuelta de Praga hace ya muchos años lo primero que hice fue empaparme de los relatos de Neruda, en concreto de sus bonitos "Cuentos de Malá Strana", aquel barrio tan acogedor, al otro lado del coqueto Vltava (respecto al centro, claro) Lo segundo fue leer con calma "Praga mágica", de Ripellino, una joya literaria para lectura a posteriori de la visita.
Eliminar(Pobre Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, por cierto)
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EliminarPues que las palabras pueden causar heridas o coagularlas, por supuesto, o simplemente obnubilar la mente o abrir perspectivas o ponernos en manos de rectores a los que vendemos nuestra carta de primogenitura o procurar que nuestra mente se rescate a las invasiones que nos quieren controlar...
EliminarEscribir es una especie de amor autocompasivo, sin duda aussi.
À bientôt...
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