"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 15 de noviembre de 2018

Naxos. La integración




"Un remo y una casa cosida con cordajes,
de madera que protege del mar,
aquí me transportó, con brisas y a resguardo
de tormentas. Y no me quejo".


Esquilo. Suplicantes.



Al sentir que una ola golpeaba su rostro Naxos se incorporó impetuoso. La agilidad del salto asustó al grupo de jóvenes que le había estado observando durante el sueño, haciendo conjeturas sobre él. Dieron un paso atrás. Por un instante confuso, el que hace habitar al hombre en el vacío, sin saber si aún pertenece al sueño o es ya eternidad, Naxos temió estar sujeto a la trirreme. Incluso su cuerpo osciló al compás de unos brazos que trazaban el ademán del remo, provocando la risa de los curiosos. De pronto él rió también. El lenguaje de la risa no requiere de aprendizajes, no divide ni aleja, no enfrenta ni hacer estar en guardia. La risa abre unos hombres a otros. Pero la risa también cesa. Naxos miró en derredor. A corta distancia varios hombres lanzaban las redes de pesca. Unas mujeres transportaban agua en grandes vasijas de barro, mientras otras llevaban sobre su cerviz un hato de sarmiento seco. Una familia de hortelanos se dirigía hacia la parte de la ciudad que no había sido excesivamente dañada, para vender sus frutos y hortalizas. Naxos percibió en todo aquel movimiento unos signos de vida que le hicieron animarse. Mientras queden pobladores la ciudad existe, pensó. No es, pues, una ciudad condenada a morir. Suficiente garantía para que se reconstruya de nuevo. Se sorprendió de identificarse tan pronto con aquella urbe de la que desconocía el nombre. Luego volvió a su obsesión. Esta gente debe saber de la adivina, podrán informarme cómo dar con ella más allá de mis sueños. Pero la necesidad más elemental siempre se impone al pensamiento y los anhelos. Al caminar se sintió flojo, urgido de probar bocado, sediento por la exposición al sol y al esfuerzo de sus exploraciones. Hablaron a su espalda. Seas náufrago o desertor o extraviado viajero, no debes descuidar tu alimento, le dijo una anciana que observó su andar quebradizo. Mis años me han hecho observadora y me dicen que ni tú ni tus amigos llegasteis a esta costa para saquear o aprovecharos de nuestros jóvenes. Que los demás remeros se marcharan por su cuenta y tú hayas decidido quedarte aún dice más a tu favor. Esté o no tu sitio en esta ciudad maltratada mi deber es procurar tu bien inmediato. Acompáñame hasta mi casa, allí comerás y podrás entretenerte con los juegos de ingenio de mis hijos. ¿Era aquella sinceridad y el modesto ofrecimiento de la anciana lo que confería a Naxos una seguridad novedosa? ¿Se trataba de una visión deslumbrante que ofrecía paz y ayuda, y que sustituía la vida de forzado remero y eventual combatiente que había tenido hasta entonces? ¿Debo probar, se preguntó el joven, una vida con esta gente, haciendo lo que hacen, conduciéndome como se conducen, arropándome a ellos como ellos se apoyan en medio de la desgracia? Naxos sonrió a la anciana y se dejó llevar. Dejó de pensar en su objeto de seducción. La mujer de las profecías bien puede esperar, habló para sí sarcástico, casi traicionero. 




(Fotografía de Ata Kandó)


10 comentarios:

  1. La realidad, cuando parece confortar, hace que deje de soñar.
    ¿Sabemos acoger? Para hacerlo primero hay que mirar, como parece saber mirar esta anciana.

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    1. No es fácil el tema de las acogidas. Ni siendo ricos ni siendo miserables. Además el "caché" de hacernos creer que somos de aquí de toda la vida (qué paradoja) se usa como como arma ciega para no admitir a otros.

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  2. El cariño desinteresado y la empatía espontánea suelen ser el primer eslabón hacia el descanso emocional. Después variables diversas, tanto innatas como desconocidas suelen aparecer para distorsionar a la otrora criatura necesitada de atención.
    Cuanto miedito me daba la naturaleza humana en su día desconocida , aún ahora tras el paso del tiempo y la inherente experiencia permanece muy a mi pesar, quizás lo único que perdure en mi cascarón a través del paso del tiempo y aunque resulte justificable. Ya da igual.
    Tu protagonista de tan interesante narración es joven y fuerte aunque se encuentre solo, mejor dejarle que descubra por sí mismo sus proyecciones materializadas en su universo externo. Lo estarían definiendo aunque nunca lo admitiera, si es que alguna vez se percata.
    Acaso no es para dar miedito cuando/si uno lo descubre?
    Cosa de nenazas, piensan los insensibles, pero así configuramos entre todos, yes sir. No recuerdo haber elegido! Nadie lo hace. Al chavalote le conviene tenerlo en cuenta.
    Por otro lado seguro que se mereció la atención y eso es un factor a sumar.

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    1. Acaso es más sencillo, el joven no tiene nada que perder porque no tiene nada, al menos nada inmediato, ni siquiera proyectos y a su edad los recuerdos no son aún bagaje. Fuerza no es fortaleza, además.

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    2. Claro, evidente la última distinción, sentiría mucho haber introducido cualquier malentendido. Ah y si me parece rico, aunque se dará cuenta cuando se agoten la inocencia e ímpetu innatos en tiempos juveniles.

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    3. No has introducido malentendidos, tranquila. Es que hay tantos puntos de vista sobre las conductas humanas, por edades, ciclos, estados o etcéteras...

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  3. Integrarse de la mano de una anciana no está nada mal. Casi todos,seguramente, nos hemos cruzado en el camino con personas que confiaron y nos impulsaron.
    Con el "No me quejo' de Esquilo, de acuerdo: los quejicas son unos pesados porque o bien actúas o encajas situaciones. Quejarse es perder energía.

    Buen finde. Adriana

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    1. La queja es tan antigua como el mundo. Relaja. Tal vez no solucione más allá y acaso no haya que quejarse de vicio, que diría el otro. La energía reprimida consume más, ¿no crees?

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  4. Ni la fuerza ni la fortaleza están en el tiempo. Se asientan en otra dimensión.

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    1. ¿Tal vez en la naturaleza del tiempo propio? Gracias, Chiloé.

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