Viene a verme Jean a una hora imprevista, pero no intempestiva y menos perturbadora. Me queda poco para terminar el juego de la oca, me suelta tras interesarnos primero mutuamente por nuestra salud (ahora no nos apetece hablar de nuestros desasosiegos)
A Jean no le había visto desde bastante antes de iniciar esa serie de ocurrencias, como él se suele referir a sus escritos instintivos. La sigo, la leo, aunque no opine nada, le digo antes de que me pida cuentas. En absoluto pretendía saberlo, dice, simplemente es que estoy eufórico, y también perplejo, no tanto por haber llegado tan lejos sino por las enseñanzas, digamos, que me está produciendo. ¿Enseñanzas? ¿A ti?, le sigo el hilo. Sí, creo que cada individuo se enseña a sí mismo, no solo es lo exterior o personas concretas las que pueden aportarnos, que lo son, sin duda. Pero es uno mismo el que cataliza lo que va llegando, lo que percibe o lo que transforma. No es un camino recto, ni siempre de causa a efecto. Yo mismo he tenido procesos de aprendizaje rápidos, impulsivos, pero me resultan más satisfactorios y efectivos los lentos. En estos siento que aquello que me empapa, proceda de donde proceda, abren más mis sentidos y sobre todo mi capacidad de asimilación. Podría haber esperado a terminar la serie, cierto. Pero es como cuando subo a una montaña o me aproximo a un faro. Siempre me detengo en el camino un buen rato. Como si mi cuerpo no quisiera conocer la meta propuesta. Me sucede parecido con la lectura, a treinta o cuarenta páginas del final voy ralentizando el avance, incluso me paro; me sucede con frecuencia si el libro es interesante y me agrada por diversos motivos. A veces dejo el libro unos días o un mes a mano, pero sin retomarlo. Como si no deseara que la trama concluyera o que su estilo gozoso muriera con la muerte del relato. Como si no pudiera alejarme del ámbito de los personajes o de su tiempo o de sus angustias y diversiones, que de todo hay. El desenlace puede esperar, no va a modificarse, pero mientras yo sí, y acaso, quién sabe, en unos días percibo el fin de otra manera. O yo mismo soy diferente y entiendo y siento diferente. Porque la lectura es sensación, también emoción, como ante cualquier proceso artístico que requiere al testigo, lector u observador, para que cumpla una función más amplia que la que pretendió un autor. ¿Te parezco demasiado tiquismiquis? No, le digo. Cada uno tiene su método y su encaprichamiento. Estaría bueno que hubiera que leer como una regla monástica y no disfrutar como en un burdel, le digo con una falsa violencia no menos pseudo literaria. Jean sabe de sobra cómo soy, y de mis ironías exageradas, aunque nos veamos lo justo últimamente. Pero sé que quiere decirme algo más. Bien, tomemos una copa de vino juntos, ahora que te has desahogado, le sugiero. ¿Sabes?, y parece ignorar mi invitación. Creo que ha medida que voy terminando mi particular interpretación del juego de la oca se me ocurre que podría empezar de nuevo. Conociendo a Jean, no me sorprendo del todo. Ya no le puedo parar. Empecé de una manera, fui evolucionando de otra y ahora, casi al final, pienso que cada viñeta del ilustrador puede sugerirme nuevos temas. Nuevos enfoques, historias diferentes, juegos más allá del juego. ¿Es la ilustración en sí o es mi propia visión cambiante de las cosas lo que proyecta otras invenciones ?
El vino está sabroso. Su confesión hace que lo paladee más. Le digo: Jean, lo que ocurre, así de simple, es que la vida que llevamos dentro nos cambia cada día. Y cada día la degustamos más, como este vino de ahora. Y acaso nos acecha la trampa de creer que podemos disfrutar más de lo que nuestros límites nos permiten. No sé si podremos, ni hasta dónde llegaremos, pero al menos todo tiene un sentido más claro. Es la contradicción que debemos asumir. Y que nos llena. Sabemos más, percibimos de manera más enriquecedora y útil, nuestras capacidades y logros tienen más mena que ganga, pero no sabemos ya cuánto duraremos. Jean sonríe. Duraremos lo que la imaginación nos permita sortear el desgaste. He hecho bien en venir a verte.
A Jean no le había visto desde bastante antes de iniciar esa serie de ocurrencias, como él se suele referir a sus escritos instintivos. La sigo, la leo, aunque no opine nada, le digo antes de que me pida cuentas. En absoluto pretendía saberlo, dice, simplemente es que estoy eufórico, y también perplejo, no tanto por haber llegado tan lejos sino por las enseñanzas, digamos, que me está produciendo. ¿Enseñanzas? ¿A ti?, le sigo el hilo. Sí, creo que cada individuo se enseña a sí mismo, no solo es lo exterior o personas concretas las que pueden aportarnos, que lo son, sin duda. Pero es uno mismo el que cataliza lo que va llegando, lo que percibe o lo que transforma. No es un camino recto, ni siempre de causa a efecto. Yo mismo he tenido procesos de aprendizaje rápidos, impulsivos, pero me resultan más satisfactorios y efectivos los lentos. En estos siento que aquello que me empapa, proceda de donde proceda, abren más mis sentidos y sobre todo mi capacidad de asimilación. Podría haber esperado a terminar la serie, cierto. Pero es como cuando subo a una montaña o me aproximo a un faro. Siempre me detengo en el camino un buen rato. Como si mi cuerpo no quisiera conocer la meta propuesta. Me sucede parecido con la lectura, a treinta o cuarenta páginas del final voy ralentizando el avance, incluso me paro; me sucede con frecuencia si el libro es interesante y me agrada por diversos motivos. A veces dejo el libro unos días o un mes a mano, pero sin retomarlo. Como si no deseara que la trama concluyera o que su estilo gozoso muriera con la muerte del relato. Como si no pudiera alejarme del ámbito de los personajes o de su tiempo o de sus angustias y diversiones, que de todo hay. El desenlace puede esperar, no va a modificarse, pero mientras yo sí, y acaso, quién sabe, en unos días percibo el fin de otra manera. O yo mismo soy diferente y entiendo y siento diferente. Porque la lectura es sensación, también emoción, como ante cualquier proceso artístico que requiere al testigo, lector u observador, para que cumpla una función más amplia que la que pretendió un autor. ¿Te parezco demasiado tiquismiquis? No, le digo. Cada uno tiene su método y su encaprichamiento. Estaría bueno que hubiera que leer como una regla monástica y no disfrutar como en un burdel, le digo con una falsa violencia no menos pseudo literaria. Jean sabe de sobra cómo soy, y de mis ironías exageradas, aunque nos veamos lo justo últimamente. Pero sé que quiere decirme algo más. Bien, tomemos una copa de vino juntos, ahora que te has desahogado, le sugiero. ¿Sabes?, y parece ignorar mi invitación. Creo que ha medida que voy terminando mi particular interpretación del juego de la oca se me ocurre que podría empezar de nuevo. Conociendo a Jean, no me sorprendo del todo. Ya no le puedo parar. Empecé de una manera, fui evolucionando de otra y ahora, casi al final, pienso que cada viñeta del ilustrador puede sugerirme nuevos temas. Nuevos enfoques, historias diferentes, juegos más allá del juego. ¿Es la ilustración en sí o es mi propia visión cambiante de las cosas lo que proyecta otras invenciones ?
El vino está sabroso. Su confesión hace que lo paladee más. Le digo: Jean, lo que ocurre, así de simple, es que la vida que llevamos dentro nos cambia cada día. Y cada día la degustamos más, como este vino de ahora. Y acaso nos acecha la trampa de creer que podemos disfrutar más de lo que nuestros límites nos permiten. No sé si podremos, ni hasta dónde llegaremos, pero al menos todo tiene un sentido más claro. Es la contradicción que debemos asumir. Y que nos llena. Sabemos más, percibimos de manera más enriquecedora y útil, nuestras capacidades y logros tienen más mena que ganga, pero no sabemos ya cuánto duraremos. Jean sonríe. Duraremos lo que la imaginación nos permita sortear el desgaste. He hecho bien en venir a verte.
https://tulaevanescente.blogspot.com.es/2017/11/59-el-vuelo-ausente.html
(La ilustración es de Artemio Rodríguez)
Qué bello encuentro.
ResponderEliminarFascinante. Me ha recordado a "Justine" del cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, no sé por qué...
Un abrazo
Sin querer has llegado a mi serie del Juego de la Oca de Artemio Rodríguez, inspirada en José Guadalupe Posada. Este era el último capítulo o, mejor, casilla:
Eliminarhttps://tulaevanescente.blogspot.com/2017/11/y-63-el-ultimo-dado.html
He saltado al blog de "tu, la evanescente" mediante el Link. Qué interesante.
ResponderEliminarAl final tendré que leer toda la serie tuya y la de ese blog sobre el "Juego de la oca".
Gracias
Un abrazo
Huy, no te aficiones mucho porque te pueden caer muchos más...
EliminarPor cierto ese juego de la oca lo tengo enmarcado, se podría jugar encima de él, pero me gusta visualizarlo. Venía con un libro editado en USA sobre la obra de José Guadalupe Posada, un regalo de un amigo de la Baja California que me lo trajo. El pobre murió hace varios años. Gracias.