"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 14 de febrero de 2017

Una coz del caballo de Béla Tarr





“Todo se ha venido abajo y todo se ha envilecido. O también podría decir que lo han echado abajo todo y lo han envilecido todo. Porque no se trata de un juicio divino en el que colabora la inocente ayuda humana. Todo lo contrario. Se trata de una sentencia pronunciada por el hombre contra sí mismo, en la que, por supuesto, Dios está implicado, incluso me atrevería a decir que toma parte. Y siempre que toma parte en algo, el resultado es la creación más vulgar que usted pueda imaginar. Han arruinado la tierra, ¿sabe? No importa lo que yo le diga, porque han arruinado todo lo que han conseguido. Y como lo han conseguido todo en una lucha agotadora y abyecta, lo han arruinado también todo. Porque ellos han arruinado cuanto han tocado, y no han dejado nada sin tocar. Y así ha sido hasta la victoria total. Conseguir y arruinar, arruinar y conseguir. Pero se lo puedo decir de otro modo: tocar y por tanto arruinar y de este modo conseguir; o bien tocar, conseguir y de este modo arruinar. Ha funcionado así durante siglos. Una y otra vez, siempre lo mismo. A veces de forma encubierta, a veces sin tapujos, a veces sutilmente, a veces a lo bruto, una y otra vez. Siempre de la misma forma. Como las ratas, a traición".

Habla así, y durante más rato y más ácido, que es decir tanto como más clarificador, el personaje bebedor de aguardiente en la película El caballo de Turín, de Béla Tarr. Son palabras de las que se diría que podrían pronunciarse en otro tiempo, que tal vez se hayan dicho en otro tiempo, en otra sociedad, en otras penurias. En el mundo presente, no menos envilecido entre la apariencia de la posesión y la flatulencia de los vendedores, en medio de un juego perverso de un a ver quién te ofrece más, en un a ver quién adquiere más, hasta lo inservible, en un a ver quién triunfa más aunque sus victorias sean pírricas y de horas, inmersos en una ensoñación que atenaza todas las facetas de tu mismo ser, que apenas proporciona espacio individual, por más que todos crean que son más reyes del mismo que nunca, que apenas te deja resquicios de un tiempo de calma, en que pensar es una excepción, meditar es lo improbable, decidir con conocimiento de causa difícilmente se practica, en este mundo que oxigena nuestras arterias a duras penas, que las más de ls veces las envenena, podría parecer que no encaja la severidad de las palabras desesperanzadoras, pero no menos clarividentes, del bebedor de aguardiente. Los movimientos de las sociedades y tribus, así como la actividad tectónica de la tierra, siempre han conmovido los pies de los hombres, aunque estos vivan ignorándolo, y cuando perciben, como cualquier otro animal, el menor corrimiento, un cosquilleo de advertencia de que algo nos desestabiliza, a diferencia de cualquier otro animal tienden a desechar la inquietud, relegando la disposición de medios, empeñándose en lo sucedáneo, desconociendo a propósito premoniciones, avisos y signos razonables varios que hablan de lo quebradizo de nuestros pasos. Parafernalias múltiples se alzan para distraernos y conceder a los menos el poder absoluto de cuanto gira en torno a nuestras vidas, cuanto hace y deshace nuestras existencias, y todo los estamentos se prestan a las coces contra la racionalidad. Y la barbarie creando fisuras por doquier, fomentando desentendimientos por todas partes, haciendo naufragar las intenciones que quisimos alguna vez que fueran justas y bondadosas, pero que eran fraudulentas, la barbarie con todo el arsenal de poner el mundo al revés ofreciendo la utopía de los mercaderes. Palabras, la mayor parte de las veces vanas, artilugios técnicos, sistemas de programación metamodernos, robots de ideas, se ofrecen por parte de los pocos para entontecer y desviar la capacidad individual. Tocar, conseguir, arruinar...¿Qué parte alícuota nos corresponde a cada uno de los pobrecillos bebedores de aguardiente de este presente de supervivencia? Si uno supiera permanecer callado...  



(Fotograma de la película El caballo de Turín, de Béla Tarr)


6 comentarios:

  1. ..ñ. Mañana precisamente pensaba acercarme a la biblioteca del lugar para intentar resolver cuestiones pendientes puesto que tampoco dispongo de antivirus y debo resolverlo de forma pasajera. Aprovecharía para escribir algo refiriéndome al valle del silencio donde ando inmersa trajinándome 100 bites de vida pasada. Ufff, algo terrible, pero estaré mejor calladita. Cuantas ampollas levantan los focos del teatrito!

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    1. El silencio resuelve acaso más cuestiones que la biblioteca, aunque hay bibliotecas silenciosas, te aseguro. Huye de los focos, hermana.

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  2. El exceso: ese es nuestro estigma y nuestra ruina.

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  3. Ahí está descrito el compendio de la civilización, cualquiera de las que nos han precedido y la actual: conquistar-conseguir-; tocar -agotar y saturar-:abandonar -que se apañen con los despojos-.
    Y si hacemos caso de la escala Kardashov, toda civilización crece hasta agotar la energía, sea planetaria, estelar o de la galaxia entera. Y este ciclo es larguísimo en cronología terrestre.No nos queda nada.

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    1. Y siempre consolándonos con lo que aconteció en los tiempos pasados, que tuvieron que ser terribles, de exterminio de comunidades, de civilizaciones, de culturas. Ciclo constante. Incierto futuro.

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