Eran viejos tiempos en que al regalarnos entre amigos un libro acostumbrábamos a dedicárnoslo. Escribíamos unas líneas con un afán que sospecho más meritorio de lo que habría en una firma convencional de autor. A través de un pequeño texto pretendíamos trasladar al otro una muestra de contento por la amistad, de generosidad por las aportaciones mutuas, de sorpresa por nuestros descubrimientos, literarios o de cualquier otra clase, de comunicación de nuestros gustos o de estímulo para afrontar un futuro que, en prácticamente todos los casos, intuíamos que consistía en alejarnos los unos de los otros. Lo que nunca imaginábamos entonces es que gran parte de aquellas separaciones serían definitivas, algunas incluso se diluirían en el olvido, varias en el dolor de la pérdida luctuosa y solamente unas pocas quedarían encerradas en nuestras secretas estancias emocionales, sin prestarlas habitualmente tampoco mayor atención. De vez en cuando uno toma un libro para alguna consulta o para releer y llega la sorpresa de encontrarse con que la primera página no ofrece palabra del autor sino del devoto obsequiante. Es en ese momento cuando el interés por el libro queda en segundo plano y se impone el recuerdo y, consecuentemente, la nostalgia. Imágenes en las que te recreas. Tal corro de amigos, una actividad voluntaria en un programa radiofónico, vinculaciones de inquietudes comprometidas con causas utópicas, lugares de encuentro y debate donde nos descubríamos unos a otros y cada uno para sí mismo, situaciones duras en que el riesgo se imponía pero la honestidad se fortalecía, y tantos afectos abiertos y desinhibidos que nos vigorizaban y cargaban de ilusiones. Es curioso el asunto. Si uno se pregunta qué libro le dedicó tal amigo o familiar no lo recuerda en un noventa y nueve por cien de los casos. Si, por el contrario, uno toma por azar un libro que trae dedicatoria personal entonces se precipita el amigo, el grupo, el entorno, las situaciones. Por eso aprecio aquel ejercicio, hoy tan en desuso, en que se elegía un libro según nuestro gusto y criterio y, además, añadíamos unas letras fervorosas para el receptor. Alguna vez he pensado en buscar libros que tengo por ahí con dedicatorias. Como puro capricho. Pero prefiero que sea la casualidad la que de pronto me ponga de nuevo en las manos una frase bonita o un texto entregado. Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, se inicia con los versos conocidos de P. Aelius Hadrianus Animula vagula, blandula...que tanto me han gustado toda mi vida. Unos versos en los que yo mismo me he reconocido y con los que aún me emociono. Cuando leo la dedicatoria del libro que me regaló aquella mujer a la que arrastré a mi pequeño mundo de actividades periodísticas, no profesionales, me doy cuenta del grado de clarividencia con que está escrito hace casi cuarenta años. Adriano vivía en un mundo que se deshacía y su voz se perdía en medio de los gritos sin renunciar nunca, dice. ¿Cómo puede permanecer este mensaje tan vivo en estos momentos? ¿Cómo puede ver uno su imagen en el espejo de esta manera? Tal vez los tiempos no han cambiado, pero uno sí que ha cambiado respecto a sus esperanzas ilusas de juventud.
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Lo comprendo pero no me resulta familiar puesto que no siento nostalgias, por motivos diversos. Quizás por el hecho de tener presente mi conjunto vital en forma escrita desde la infancia, no solo recuerdos y actividades sino las emociones relacionadas con los mismos. Ya ves soy mi propia prisionera y no puedo cambiar ni imaginar otro guión propio.
ResponderEliminarEn el idioma simbólico significa tierra a lo bestia y fuego a discreción. También escasez del resto de los elementos. Resulta muy instructivo comprobar como las personas se manifiestan a través de los mismos.
Nostalgia, p.e. se correlacionaría con el elemento acuoso.
Alrededor de la cuarentena releí los inicios y se rompieron las compuertas de la emoción, aun era joven. Ya no ocurre.
Bueno, al menos se mantendrán las dedicatorias en la página blanca del principio del libro; te digan o no a estas alturas ellas, las dedicatorias, dijeron en su momento, supongo.
EliminarEs cierto, lo que tan bien cuentas, Fackel, yo también encuentro, de vez en cuando, alguna dedicatoria y me trae de golpe aquél momento, las personas, el entorno, las ilusiones del momento, ..... y sí, uno ve aquél momento y compara, lo que pensábamos, lo que anhelábamos y lo que la realidad es hoy.
ResponderEliminarUn abrazo.
P.D. Me gusta el cambio de imagen del Blog.
Esos textos dedicados, a veces delicados, a veces formales, tienen vida propia, independientemente del contenido literario del libro, me parece. Como poco nos resulta curioso releerlos décadas después de haber recibido el regalo. Y además, ¿cuántas veces un regalo no fueron en realidad sino dos?
EliminarSe me pasaba. Si te refieres a la imagen de las mujeres que aparece en cabecera es que me gustó. Lo he adaptado a mi manera vinculándolo a la cita de Kraus que aparece debajo y que utilizo como lema. Su título real, no obstante, lo indico en la columna vertical a la izquierda. La obra de este autor, con lineas variadas y personales aunque a su vez bastante picassiano en muchos trabajos, me agrada y me deleita mucho. Mira:
Eliminarhttp://www.bennassar.com/
Un abrazo.
Me encantan los libros dedicados.
ResponderEliminarsalut
¿Prefieres la dedicatoria de un amigo o la de un escritor de feria del libro?
Eliminarquerido Fackel, no hay dedicatoria mejor que la que el libro tiene en sí mismo, en su propia alma, en sus tiesas páginas y celdadas por dos tapas que aunque quieran anticiparnos el mensaje, no pueden, no debieran, porque el libro es una aventura donde cuando está bien escrito, somos parte de ella, vivimos, amamos, odiamos, morimos entre sonrisas y lágrimas
ResponderEliminarun libro es casi una vida
abrazo
Omar, Omar, cuánto tiempo. ¿Cómo va el verano por ahí? Estoy de acuerdo contigo, pero si al detalle de recibir un libro se añaden unas palabras ajenas a él pero no a nosotros, ¡con cuánto agrado lo recibimos! Además llegando a la conclusión de que el mundo está sobrecargado de mentiras. infamias y canalladas impías ¿no resulta más gratificante leer una invención? Yo es lo que hago para compensar la falta de higiene social y política que nos rodea.
EliminarUn abrazo. Salud para 2017.
Feliz, acertada y bella reflexión.
ResponderEliminarTengo pocos libros dedicados. Pero en su mayoría aprecio más la vida emocional que emana de la dedicatoria que la transcrita por el autor del libro.
¿Y no te ha ocurrido a veces percibir que lo que transcurre en el libro resulta cómplice de la aportación de la dedicatoria, o viceversa? Entonces, es el no va más. Funciones de un libro que escapan al autor, al texto, al editor, al circuito comercial...Entonces un libro está lo más cerca posible de la sacralidad (partiendo de que ésta es un cierto grado de fusión emocional con el otro de fuera, no te digo con los otros que navegan en nuestro interior) Y mira que no me gusta la palabra sacralidad...
EliminarNo recuerdo ningún caso. Mi profesora de latín, a la que adoraba con juvenil apasionamiento, me regaló Cartas de Nicodemo, de Dobraczynski, con una dedicatoria alegremente cordial. Habría sido el caso de obsequiarme con Trópico de Cáncer.
ResponderEliminarPero eligió a Dobraczynski en lugar de a Miller. Sería su criterio.
EliminarA través de esas dedicatorias vuelven momentos del pasado y de esas relaciones como ráfagas. Todo se percibe con nitidez. Aquel momento vital, aquel regalo, aquella relación de amistad o amorosa o una relación que nunca llegó a cuajar, pero que prometía y tenía su misterio...
ResponderEliminarEn este caso fue una relación de amistad que, debido a ambientes diferentes y a traslado, no fue fácil seguir manteniendo. Me quedé con buen recuerdo de aquella persona lectora y de voz radiofónica.
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