El guirigay del tráfico que cruza arriba y abajo las calles que esquivan el corazón de la plaza se suaviza en torno al kiosko de bebidas. Unas mesas y unas sillas sencillas, parada calma para charlas de tentempié o lectura de hacer tiempo. Un lugar como otro cualquiera para una cita a ciegas. Pero también idóneo. Si no sale bien es fácil perderse enseguida por la caída suave de Rua Garret. Desde el largo de Camões el individuo en fuga puede buscar cualquier dirección de la ciudad para consolarse -Rossío, Comércio, Cais de Sodré- o refugiarse en el interior del Chiado, porque el Chiado tiene algo de madre amantísima que envía a sus hijos a la búsqueda del mundo y que está siempre dispuesta a acogerlos si deciden volver. Ni el hombre ni la mujer que se habían citado eran de la ciudad. Ni siquiera del país. Tampoco jóvenes. Ninguno sabía hablar la lengua del otro, pero se entendían en un portugués a tropezones. En su conversación parecían ignorar sus vidas privadas. Intercambiaban impresiones y detalles de la ciudad y de las sensaciones que percibían en sus pasos. Hablaban de lo cómodo y abrigador que era recorrer las colinas extraviadas bajo los edificios, de la monumentalidad de sus calles y plazas, de la afabilidad de los vecinos, de tal museo que se les había revelado como hallazgo. Ellos mismos caían en el tópico, pero habían constatado la base acertada que éste puede tener. Cuando alguien asume como experiencia suya lo que se considera extendido y repetido hasta la saciedad lo vive como descubrimiento personal y valora aquello que se palpa en propia carne. No demostraban urgencia por darse a conocer el uno al otro más allá de lo que se habían contado por correo antes de concretar el encuentro. Se deleitaban comunicándose entre sí aquello que más admiración les había causado de todo cuanto habían visto o se incitaban para conocerlo más a fondo. Ellos mismos se sorprendían de que se resistieran a entrar en el juego personal y de este modo desembarazarse de la tensión que les había llevado hasta allí. ¿Quieres que te hable de mí?, le dijo al fin el hombre a la mujer. No hay prisa en ser más explícitos, dijo ella. Sigamos recorriendo juntos la ciudad. Voy sabiendo de ti mismo más de lo que crees mientras paseamos. En lo alto de su pedestal Camões permanecía ajeno, si no despectivo, a las cuitas de los amantes en ciernes.
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A seguir descubriendo y disfrutando, pues, todo tipo de rincones en buena compaña. De aderezo el siguiente fado de extremidades parlantes, espero sea de su agrado!. En esta melodía pensaba cuando mencioné el film de Sostiene Pereira.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=-mT0Mp0p3GA
Lisboa quedó atrás hace unos días. Ahora, con ayudas fotográficas y el poder de la memoria, se trata de recreaciones caprichosas. Los viajes se valoran siempre a posteriori, incluso el asunto de las relaciones si se va acompañado. Aunque considero que el mejor viaje en el sentido de más receptivo es el del viajero solitario.
EliminarDulce Pontes siempre tan espléndida, gracias por endulzarme la mañana con tales ecos de saudade.
Yo soy de los que han perdido las urgencias para intentar ganar en profundidad en las emociones.
ResponderEliminarRecordar Lisboa me hace pensar que hace mucho que no la paseo.
No es poco apartarse de lo inmediato y veloz, no es poco. Las emociones nos requieren calmos. Lisboa debería ser un destino recurrente, acaso es que uno persigue ya solo lo entrañable.
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