"Es de noche: solo ahora despiertan todas las canciones de los amantes.
Y mi alma es la canción de un amante".
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra.
Los amantes deambulan por los sueños. Se acercan, se miran, se rodean, se perdonan. En los sueños el amor es sobre todo tentativa y si cuaja se trata de un desafío cuya distancia no acaba de recorrerse. El amor onírico está cargado de tactos y de movimientos y de palabras que bullen inconexas, que se disuelven antes de que los cuerpos se congreguen. En ese mundo polimórfico que propicia el sueño no hay culpa ni compromiso indefinido ni mucho menos llanto. El amor de los sueños no va a ninguna parte, y en eso se parece al de la orilla consciente, y aunque ambos amores no se distinguen en algún tipo de inclemencia el del sueño hiere menos, o acaso se siente menos el dolor. No existe el amor frustrado, porque se entra y se sale del deseo con la habilidad que proporciona desdoblarse y ser incluso el que no se es. Los amantes se recuperan como tales allí donde no puede imponerse el desgaste de la vida ordinaria. El amor en el sueño goza de la sorpresa de los encuentros más insospechados y las traiciones se obvian simplemente porque se han desvalorizado. También hay algo de amor grupal en el amor que se sueña. Algo primitivo que descorre el velo de las pasiones y se hace cómplice. Algo que se ilumina desde la hoguera en el fondo de una cueva donde no se distingue quién es de quién porque nadie es de nadie. En el sueño el amante se une y se separa de la amante por un impulso más que por el deseo. En el sueño el deseo de los amantes tiene principio y se amplía y adquiere la forma de una luz que deslumbra para que no haya final. Y no hay final. En el sueño nada se ejecuta ni se consagra ni pone en peligro. Los amantes, en el sueño, extienden la palma de su mano, cierran los párpados, escuchan las dubitativas o eufóricas voces del otro, diluyen la desnudez en un ejercicio de fuga que prescinde del tiempo. Pon el oído a lo que hablan los amantes en el sueño. Lo que se dicen es silencio, del que no quieren despertar.
(Fotografía de Nadia Bedzhanova)
En los sueños los amantes no sienten culpa por amarse.
ResponderEliminarUn saludo
En efecto, en todo caso se desculpabilizan. Saludo.
EliminarTodo depende del que sueña. En mi caso, esos sueños suelen abundar en detalles de los prolegómenos y mucho menos en cuanto a la estricta concreción. En escasas oportunidades la realidad onírica logró alcanzar el nivel adecuado para que el deseo se viese colmado.
ResponderEliminar=)
Yo sí creo que se pueden alcanzar altas cotas de deseo en el sueño. Lo que no hace obviamente es materializarse en aquello a lo que se aspira en la vida consciente. (Tal vez te refieras a eso) ¿Cuántas veces al despertar no impele al individuo las ganas de ver o estar con alguien que se ha mostrado oníricamente?
EliminarYo diría: atentos a los deseos que aparezcan en los sueños. Es un ajuste de nuestra salud mental. Que luego sean extrapolables y se plasmen despiertos es un asunto que se comprobará y no hay certeza de que nos aporten más higiene que los oníricos. Un acierto hablar de los deseos incontrolados del subconsciente.
ResponderEliminarSalvador Contreras
Se tomará llegado el caso en consideración el consejo. Saludos.
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