"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 23 de septiembre de 2016

Aquellos estos árboles, 48





"Soy tan solo uno de los epígonos
que habitan la casa antigua del lenguaje",

Karl Kraus, poema Confesión.


Algunos dirán: primero fue el lenguaje y después vosotros, o bien: antes de que nacieras ya existía el habla, o bien: aprendiste aquello que a tus padres ya les había sido dado antes, y tú te dirás, entonces ¿yo que fui? ¿un erial, un barbecho, un solar abandonado a su suerte, un territorio que los que me trajeron y los que trajeron a los que me trajeron fueron ocupando y me lo regatearon antes de estar seguros de si debía habitarlo?, y entonces recuerdas, razonas la memoria, intuyes lo que nadie te contó, y caes en que te enseñaron las palabras, y antes las sílabas que forman las palabras, y antes la intención con que debías pronunciar las palabras, y durante la eternidad que te parece estar durando tu vida, incluso cuando ya creías que controlabas una parte del lenguaje que empleas, cuando piensas que hablas con propiedad o te manifiestas cauteloso, o bien cuando te exhibes jocoso para hacer más liviano el tema que se trata, porque mira que hay asuntos cuya complejidad no cesa, cuyo desarrollo no solo parece no tener fin sino que se embrolla, cuyo desenlace se aborta y tienes la sensación de ahogarte con las palabras mismas que habías practicado, y se vuelven contra ti mismo, porque las palabras son bumerán, y unas veces vuelven a ti para que las retomes y decidas si vuelves a ponerlas en circulación, otras veces se estrellan contra tu propio raciocinio y lo bloquean y las palabras, como el vidrio, también se rompen, y su uso pernicioso o inadecuado las enturbia, y de nuevo cuando ya te pensabas que la edad había curado los defectos de origen o corregido los vicios de crecimiento ves que en realidad siguen repitiéndose la campa vana, la tierra baldía, y te parece divertido y a la vez confuso, y te interrogas nuevamente, inseguro y ridículo, ¿tendré que volver a balbucear? ¿tendré que perfilar el silabario? ¿tendré que redactar los primeros pasos de una escritura? y el problema es que aunque intentaras retomar aquella iniciación no serías capaz de dotarla de los contenidos con los que tus progenitores y los progenitores de tus progenitores inculcaron con cada sílaba, tono, énfasis, conjugación y al que vagamente llaman algunos ideario, que es algo así como una carbonería desde donde en su momento fueron echando dentro de ti paladas de oval, de antracita, de vegetal, y aquel carbón que entraba en tu fragua siendo negro ellos te la pintaban en blanco, y aun cuando te manchaba te explicaban que era limpio, y aquel horno donde ibas a ir haciéndote fue configurándose, con ayuda de las palabras y de los gestos, de los premios y de los  castigos, de las promesas y de las amenazas, de las caricias y de las obligaciones, y ahora que sabes que tu triunfo es saber, saber con plenitud y explicación, que nada fue claro, nada hubo auténtico, nada era tuyo, te sientes deudor de las primeras palabras a las que quieres vaciar de su negritud.



(Fotografía de René Jacques)



4 comentarios:

  1. Pues será que yo también te miro benevoléntemente, porque me parece buenísimo.
    Siempre seremos deudores de las palabras.

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    1. Pero las palabras que van vinculadas a nosotros hay que depurarlas, pues esconden lo que otros quisieron y quisieran que fuésemos, y ahí hay que desbrozar para que se reconozcan en el Yo que se hace libre, no en el sumiso.

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