"A mi padre, quien a los 84 años aún no fuma".
Dedicatoria de Guillermo Cabrera Infante en su libro Puro humo.
Ahí ha quedado, en algún cajón de casa, con la fecha del último cigarro fumado. Cuando el fumador tenía apenas ochenta años y le quedaba aún década y media de vida. El tabaco, aquel tabaco, nunca le quitó la salud. Le interfirieron otras cosas, sin que tampoco pudieran con él. La guerra, el hambre, salir adelante, sacar a flote al resto de su familia original, la enfermedad lenta y progresiva de su mujer, la muerte de los hermanos, alguna de ella más injusta que otras. O yo mismo, las preocupaciones que le causé, por ejemplo. En realidad, él soportó cualquier clase de avatar con una buena materia orgánica. Y tesón, mucha tesón, hay que tener fuerza de voluntad era una de sus frases favoritas, para no dar margen a que los elementos pudieran con él. ¿Que emocionalmente sufría alteración? Naturalmente, era su temple. Pero su cuerpo, nunca excesivo ni en altura ni en peso, estaba señalado para resistir. ¿Fumar? Una práctica que hora no se ve. Jamás vi fumar con fruición, otros dirían estrés o ansiedad, a mi padre. Lo suyo era un acompañamiento medido, como la copa pequeña de coñac tras las comidas, o el faria ocasional. ¿Era lo suyo fumar? El caldo tenía más de liturgia que de veneno. Abrir el cigarro original, deslizar su contenido en un papel nuevo extraído de un librillo Abadie o Zig-Zag, darle la forma y la capacidad a su gusto, redondear con los dedos las puntas del cigarro, echar mano del chisquero, poner el cigarro en ignición. Segundo ritual práctico: inhalaciones lentas, bocanadas humorosas, evitar la menor estancia posible del humo en los pulmones. Cierto que no creo que la labor de aquellos Ideales tuviera los venenos que hoy tiene el más miserable cigarrillo. Acaso no todo fuera tabaco tabaco y ya se sabe, en tiempos peores la adulteración de los productos sería una tentación para los fabricantes. ¿Por qué fue siempre tan fiel a la labor del caldo? No lo sé, alguna vez una fugaz escapada a uno de los cigarrillos nacionales, canarios, que se iban imponiendo en el mercado moderno. Muy fugaz. Medir la vida, ¿secreto de longevidad? Saber quitarse a tiempo lo que el cuerpo dice que no precisa. No despilfarrar. No miserear tampoco, pues además de saludable puede ser sabio vivir armónicamente solo con lo necesario. El paquete de caldo que me encuentro de vez en cuando al desencajonar objetos me ayudan a desempolvar memoria. La memoria no es tabaco. Se la puede relegar a un cajón, obviamente, como esos cigarros. Se la puede volver a prender, la tentación de comprobar qué sabor atrapamos de nuevo. Lo que no sé es si inhalar memoria resulta más sano. ¿O depende de cómo la fumemos?
En mi infancia fui fumadora pasiva de tales "IDEALES".
ResponderEliminarDe tanto ver cómo los enrollaba mi padre acabé aprendiendo a hacerlo pero nunca fui fumadora. Resistente tu señor padre, hermano. Magnífica herencia, si señor. Al mío y a todos sus hermanos, grandes fumadores, se los llevó el humo entre los 50 y los 60.
A mi persona nunca le compensó fumar.
Quien más o quien menos fue fumador pasivo de Ideales caldo o simple, de cuarterón y más tarde de celtas. ¿Se podría escribir una historia de padres o hermanos en base a las marcas de tabaco, al modo de fumar y a la frecuencia? Los grandes fumadores no se deberían definir por cantidad sino por calidad. En mi entorno ya hay muchos caídos más jóvenes que mi padre por mor del veneno.
EliminarInhalar memoria, qué bonita frase.
ResponderEliminarUn abrazo
Es que la memoria tiene tanto de humo...
EliminarAyer la buena noticia llegó desde Valladolid
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Anda, ¿y eso?
EliminarTu padre y su manera de encender el cigarro y fumarlo, sin precipitación, dar tiempo a la mecha para que prenda y echar bocanada. Ahora alguien, un cursi, diría que vivía como un maestro zen. Resistencia pasiva ante las adversidades y no agotar el placer con las prisas. Te dejó una buena herencia. A ver cómo la administras.
ResponderEliminarDejé de fumar hace cuatro décadas, pero se puede quemar otra materia que no es solo tabaco. (Un desafío eso de administrar la herencia moral y sustantiva)
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