"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 15 de diciembre de 2015

Niebla: sólo mano, sólo sujeción















Una cara crece cuando una mano la sostiene. La turbación del roce da paso a la aceptación de la caricia. Una caricia tiene que sujetar, de lo contrario no pasaría de manifestar sino la levedad de una carantoña. Aunque en ambos casos sea la solicitud de algo y de alguien lo que centra la acción, hay un componente arquitectónico en la verdadera caricia. Dos individuos se conceden un tiempo de sí mismos. Se intercambian. Ceden a todo lo superfluo y se ponen en el lugar opuesto. Todo se detiene ante la mano que acaricia y ante el rostro que se deja acariciar. Incluso las palabras cesan, las miradas pueden ser prescindibles, la luz no es necesaria. Las fuerzas más imprecisas de dos cuerpos se ponen a prueba. Uno descarga sobre el otro su abandono. El otro se erige en equilibrio de una emoción compartida. La construcción es dual. La llama arde en cualquiera de los dos sentidos. La quietud iguala la intrascendencia de los géneros. Una mano crece cuando una cara se deja apuntalar.




(Fotografía de Jacob Aue Sobol)  


6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Supongo que se podría enfocar de otra manera, pero es un tema tan táctil como profundo de nuestras emociones...

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  2. Y es tan difícil la situación cuando ese primer roce no se transforma en seda!...qué feo es cuando, en la caricia, la mano no se desliza con natural suavidad!

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    1. O la seda y el terciopelo son pasajeros, es la propia evolución individual que se pone a prueba permanentemente en el contacto, tienes razón.

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  3. Me ha gustado mucho la última parte
    Salut ¡

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