Si me dieran a elegir entre una mirada torva o una mirada de sonrisa forzada, no sé con cuál me quedaría. En ocasiones hay más sinceridad en la primera y con frecuencia bastante decepción emana de la otra. Por supuesto, se despliega todo un abanico de gestualidad no solo en los demás, sino en mi propio ropero. Lo importante acaso es no convertir en crónico lo que puede ser agudo pero pasajero. Mientras, transcurrimos los días tratando de traducir los rostros y las palabras del prójimo. Y enarcando o distendiendo nuestras propias cejas. Al final, ¿sabemos algo del otro por el semblante que nos muestra? ¿O simplemente entramos en un juego de mohínes? Atracción y rechazo. Acercamiento y distancia. El torvo puede dejarse tomar por nosotros y el sonriente puede mantenernos a raya. Un ensayo de ocultaciones.
(Fotografía de Francis Joseph Bruguiere)
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