Cuando moraba
el saber a la orilla del agua,
el hombre,
en la pereza tierna de los prados
gozaba de azules filosofías.
Su pensamiento seguía el trazo del ave.
Su pulso latía con el pulso del árbol,
y él estaba sometido a la ley de la amapola.
El denso sentido del río
se agitaba en las profundidades de su verbo.
El hombre
dormía
en lo hondo de los elementos.
Antes que el alba del miedo
se despertaba.
Pero a veces
la extraña canción del crecimiento
envolvía las frágiles articulaciones
del placer.
La rodilla de la ascensión
se hincaba en el polvo.
El dedo
de la evolución, entonces,
se quedaba solo
en la exacta geometría de la pena.
Me apetecía adjuntar este poema del persa Sohrab Sepehrí (Kashan 1928-Teherán 1980) Lo he extraído del libro Todo nada, todo mirada, publicado por Ediciones de Oriente y del Mediterráneo.
(Fotografía de Angèle Etoundi Essamba)
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