Una mujer joven, morena y hablando en guaraní corre agitada hacia mí y me derriba. Alza el brazo y me clava un cuchillo de sílex en el pecho. Dice que no tema, que es una ceremonia, pero se pone a llorar. Yo cojo el arma primitiva y palpo el filo de sus muescas, que está empapado de mi sangre. La mujer se inclina sobre mí y bebe con avidez de una llaga bajo la clavícula, que yo no siento. Solo tengo ojos para la bella talla del pedernal, que brilla con el sol y me ciega dulcemente.
(Fotografía de Imogen Cunningham)
Me ha hecho pensar no la escena, sino el idioma de la mujer
ResponderEliminarSalut
A mí también me sorprende; misterios.
EliminarOtra forma de vampirismo. Sangre y placer, menuda mezcla de líquidos y sentimientos, menuda porquería.
ResponderEliminarSalud
En ocasiones el pedernal se torna onírico. Una fijación desde que allá en la adolescencia el libreo de Von Hagen sobre los reinos precolombinos más celebrados se instaló en sus sueños de niños recreadamente ávido.
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