Aprehender las lentas o presurosas horas de cada día. Pretender que se rindan a nosotros. Dejarnos fluir en su mudo acontecer. Necio empeño. Son impasibles, aun cuando las ocupemos con entretenimientos y quehaceres diversos. No se alteran siquiera cuando presencian nuestros dolores. No nos participan al expandirnos eufóricos en los goces. No se modifican por más incidencias que los humanos traslademos a nuestras formas de vivir. No desaparecen cuando las culturas quiebran o las villas y ciudades arden o la atmósfera extravía su oxígeno o los hombres se descomponen a millones para retornar al compost. Las horas no nos reconocen sino como accidente e insignificancia. Podríamos vivir la vida como una perpetua indolencia y las horas no se rebelarían jamás contra nosotros. Podríamos ser incesantes en nuestra actividad y las horas no serían por ello más pìadosas con nosotros.
(A veces uno tiene que celebrar la vida acercándose a un río. Contemplar el caudal y su entorno, inabarcable, silencioso. Abandonar cuitas y desalojar pensamientos. Tenderse en su ribera donde solo habita el no ruido, la no gente, la no presencia. El curso es y deja de ser preciso a cada instante. Nada hay idéntico en él porque no se repite más que en la fantasía de nuestra mente. Siendo accidentalidad también de la propia naturaleza, su abundancia y generosidad nos hace preconcebir imágenes que no son. Su serenidad va cargada de bullicio ajeno a nuestros oídos. Su lentitud es imperceptiblemente veloz. Como las horas, el río no sabe de nosotros. Para mí, Duero es una divinidad animista sólo explicable en su belleza)
Estoy completamente de acuerdo con el apartado final. Te explico:
ResponderEliminarHace unos años, estando en Soria, crucé el puente dirección la ermita de San Saturio.
Días anteriores habían habido unas fuertes lluvias y el rio iba tan cargado de agua que anegaba los parques que habían en su derredor.
Restos de árboles, bidones, maderas y objetos de toda mena eran arrastrados por la corriente, pero mirando desde el puente la orilla del rio me di cuenta de que los "zapateros" se sostenían sobre el agua a pesar de la corriente manteniendose al márgen.
De ahí saqué una conclusión, el rio es el sistema que lo arrastra todo., pero si puedes mantenerte al márgen, aunque seas una insignificancia, estarás a salvo, o por lo menos no te arrastrará con él.
Salut
Una lectura más, evidentemente. A veces pienso que hay que ver cómo maltratamos la naturaleza (lo de Tianjin que presenciamos a distancia estos días es de alta barbarie, y puede suceder en cualquier parte si no se frena el capitalismo salvaje) y sin embargo la naturaleza nos ignora, sigue su curso. Obviamente, el maltrato humano puede desfigurarla pero en realidad nos desfiguramos nosotros, porque ¿nuestro futuro va a estar en ser hijos del plástico y mil otros materiales de dudosa y salubre convivencia?
EliminarExcelente texto para disfrutar sin apuro.
ResponderEliminarUn abrazo
Te ha llegado el río, vamos. No es el Paraná, pero casi.
EliminarIncreíble esta belleza impasible. Como bien dices... tanto en la indolencia como en el trabajo febril las horas pasan y no se apiadan de nosotros. El tiempo transcurre igual. Nos vamos haciendo mayores de una manera u otra. Sin embargo, la belleza permanece y aunque todo cambia nos da una apariencia de inmutabilidad. Quizás por eso la contemplación de la naturaleza nos aporta tanta calma...
ResponderEliminarLa belleza no es otra cosa que la percepción de la belleza. NUESTRA percepción de la belleza. Los cánones son otra cosa.
EliminarPor supuesto, la necesidad que tenemos de la calma, de parar el tiempo, y a eso lo llamamos extasiarnos (por ejemplo)
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