Un abuelo sienta a su nieta en un banco a la salida del parque. La quita los playeros, primero uno, luego el otro, los golpea contra el suelo. Pasa la mano por los pequeños pies, los frota, abre los dedos, desaloja la arena. La habla con afecto, enseñándola, sin palabras ni entonaciones correctoras. Me parece un gesto tierno, una entrega de cuidados del abuelo respecto a la niña. Aunque seguramente sea también una actitud práctica marcada por una orden materna. La madre de la criatura habrá encomendado la tarea al abuelo, se la habrá recordado hasta la hartura, que no deje de aligerar los zapatos de piedrecitas y tierra. El abuelo, que seguramente ya tenía olvidado el oficio, lo rescata con delicadeza, aunque su cuerpo no esté para los trotes de agacharse y mantenerse en cuclillas. El abuelo se entretiene en los pies de la nieta y de pronto se para. Su mirada no está en el punto de la labor que, por otra parte, ya ha concluido. Se ha detenido en el tacto. Porque al tocar los pies de la niña recuerda. Acaso lo que hace ahora le trae aquello que hacía sesenta o setenta años antes con sus hijos. Le recorre el cuerpo un escalofrío. No es el ejercicio ni el cuidado que en su día tuviera con los propios lo que le estremece. Es el desgarro, que hayan pasado ya miles de instantes como éste. Que todo sea irreversible. Sabe que será su última nieta, su última vocación de entrega. ¡Abuelo!, el grito melodioso y débil de la niña le saca de su fuga. Sonríe, se agita, la atiende. Piensa: todo lo que ha sido antes está siendo ahora. Suficiente. La calza de nuevo y se van. La niña da saltos. Él, con disimulo, también.
(Fotografía de Saul Leiter)
Muy romántico y que esos instantes se eternicen en en su corazón.
ResponderEliminarA mis nietos, ya preadolescentes, les enseño mil actitudes para zafarse de los plastas de los pobres y responsables mayores. A mi nieto le rastreo, entre el marasmo helicoidal, un latido demasiado familiar desde que nació y que el paso del tiempo no hace sino ir confirmando. Estas cosas a veces no producen orgullo sino mucho dolor que no siempre se puede paliar por mas que se procure.... porque soy suegra de nuera .... entre otras razones.....y me aparto al rincón donde todos se imaginan que debo estar.
¿Romántico? A mí me parece sencillo, tierno y cariñoso, además de práctico, el gesto del abuelo. Pasa del arrinconamiento o, en todo caso, búscate tu propio rincón donde nadie te interfiera.
EliminarEn mi rincón, maravilloso por cierto, vivo desde hace años.
EliminarPues cuida tu maravilla, ciertamente.
EliminarTengo un nieto de 20 meses. Cuando vamos al parque me lo llevo a buscar hormigas y nos pasamos ratos mirando (el de cuclillas y yo medio encorvado) como trabajan.
ResponderEliminares una cosa que nos atrae a los dos.
De vez en cuando localizamos alguna que creemos perdida (una exploradora) y con delicadeza la ponemos en la ruta de las demás.
Le explico (creo que me entiende porque me escucha con atención) que las formigues saben estalviar. Que el ahorro es la base de todo y que el saber estarse de cosas para un futuro es indispensable.
Después, de la mano y poco a poco (él porque tiene los pasos cortos y yo porque ya no los tengo muy largos) nos vamos por el camino de vuelta con la misión cumplida. ver como trabajan las verdaderas obreras.
Salut
Oye, oye, que yo he conocido durante décadas a muchas obreras que no eran hormigas y curraban de lo lindo (y éste que te habla ídem) jaj. Me parece muy bonita tu experiencia abuelera, disfrútala mientras puedas, que además ese tipo de cosas con un niño en tierna edad le queda grabado a éste para siempre. Lo del ahorro que le enseñas...a mí también me lo enseñaron, si bien no fui buen alumno, pero hasta hoy en día queda en entredicho por mor de los altibajos de la Economía que pertenece a unos pocos. Salut y aguante hasta el 27S, porque nos la van a dar doblada (y luego vendrá la otra...país...)
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