"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 16 de julio de 2015

Ah
















Se lleva bien con ay, pero no se alía con facilidad con nadie que no sea la mente donde se suscita la necesidad que la motiva. No es que la voz ah sea menos expresiva. Lo que pasa es que es prudente, silenciosa, incluso velada. Muchas veces ni se vocaliza. Es un destello interior, un reflejo, un proceso. Algo nos sorprende o admira o descoloca. Entonces nos quedamos con la boca abierta y el ah permanece en tránsito y lo prolonga. Solo tras una fuerte resistencia de nuestra conciencia ante la captación de algo que estaba ante nuestros ojos y no lo percibíamos con claridad somos capaces de emitir un ah ruidoso, manifiesto, extenso. Hay también una emisión de ah traidora, falsa, para satisfacer al interlocutor. Un ah aquiescente, que confraterniza, que cede, lo cual no siempre es malo. Y algo dentro de nosotros nos dice: qué ah ni qué niño muerto, si no entendemos, si no nos asombramos, si no nos revelamos en la admiración y menos en el desvelo del enigma. Un ah pronunciado apropiadamente, en el instante preciso, con aire de reconocimiento nos acerca al otro. No desdeñar ese papel que el ah juega en ocasiones de aproximación, cuando no sustitución y acompañamiento, al ay. En ese momento algo se refuerza y el lazo de ah y del ay revela disonancias profundas en el hombre. De incierta superación.


(Fotografía de Lee Jeffries)


2 comentarios:

  1. Ah que bonito es lo bonito, (me gusta, me gusta).


    Saludos

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    1. Ah, qué bien que aprecies las intenciones de uno. Salud.

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