"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 24 de junio de 2015

Agazapados












Suele decirse que el mal se agazapa. El mal, la malignidad, los malignos. Otros nombres más precisos: la enfermedad, la carencia, la deslealtad, la traición, el crimen. Pero, ¿acaso no se agazapa el bien? ¿Es que acaso uno de los dos opuestos va siempre de frente mientras el otro prepara la celada? Estas figuras literarias, que se pretenden morales, readaptan su medio físico a la imagen que les interesa dar de sí mismas. Nada hay agazapado ni descubierto perpetuamente. Lo recóndito es el territorio llamado hombre, que unas veces se muestra erial y otras la ciudad del sol. Pero en terreno yermo se ocultan formas de vida ricas y complejas que a primera vista no se aprecian. Y a su vez en espacios ocupados las apariencias felices disimulan lo torticero. ¿Quién puede asegurar que vive siempre dando la cara de bondad y no oculta cartas maliciosas? Somos seres agazapados. Es una constante temporal y de comportamiento. Nos desbordan circunstancias, previstas o no, que nos obligan a dar pasos atrás mientras titubeamos al darlos hacia adelante. La palabrería, los modales, las formas aquiescentes y una exhibición fingida de sensatez refuerzan lo oculto de nosotros, aunque parezcan maneras adoptadas para demostrar seguridad y franqueza. 

Walden no ha debido dormir bien o acaso se ha despertado muy pronto para hacer este discurso. Por cierto, dice, ¿hay alguien que viva más agazapado que un poeta? Un místico poeta, le respondo yo sarcástico.



(Fotografía de Daido Moriyama)


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