Oigo rumores y no quiero oírlos. Voces altisonantes invocando despropósitos. Gente con mala sangre. ¿Cómo puede haber individuos que no cambien nunca?, se queja Walden. Tras las palabras, contradictorias y, en el fondo, temblorosas de todos ellos anida el resentimiento. Pero resentidos ¿por qué? Si siempre, antes o después, consiguen que la finca sea de ellos. Tal vez el resentimiento venga por el miedo a sus pérdidas. Lo cual les conduce de manera refleja a la no aceptación. No querer asumir las reglas del juego. Que no utilicen los vocablos de los que participamos todos y en los que no creen. Porque no creen en los conceptos. Ellos, los grandilocuentes, los que alteran, desfiguran y destrozan el lenguaje del entendimiento compartido. Su acción: poner primero chinas en los zapatos de los demás, luego pedruscos, luego tratar de volcar la montaña entera sobre la sociedad. Si la extensión de palabras exageradas y falaces no da resultado todavía amplían más su pretendido eco. Al fin y al cabo voceros no les faltarán nunca. Se saben con aliados estratégicos que en un momento dado les darían carta blanca. Contra las reglas pactadas. Contra la convivencia. Contra los acuerdos cedidos. Contra la sensatez y lo razonable. Ellos, los eternos energúmenos instintivos y montaraces, ¿querrán cabalgar de nuevo sembrando desastres? Oiremos mensajes perversos en los próximos tiempos. Veremos acciones desproporcionadas. De cierta gente a la que habría que impedir que volviera a las andadas.
(Ilustración de Gustavo Doré)
Hay sujetos que quieren una democracia (aristocrática) a la medida justa de sus ambiciones, se ven como iluminados salvadores que desempeñan la función de un dios en el altar. Y cuando ellos no son el centro miran alrededor convencidos de que todo es caos. Pero los resultados están ahí, son claros, diáfanos, pronunciados con un verbo fuerte: que se vayan. No merecen ninguna gratitud, ningún respeto. Es hora de construir con otros materiales. Ya arrimo el hombro. Estamos en un tiempo nuevo. Un abrazo, Fakel.
ResponderEliminarSon hijos y nietos de aquellos (y otros advenedizos al calor del sol que más calienta) que jamás creyeron en el progreso ni en la democracia ni en la república ni en la cultura. Vienen con ese talante de considerar el país su finca patrimonial desde el siglo XIX. Frustraron procesos abiertos en el XX y no se dejan tocar el suelo bajo sus pies así como así. Cabe esperar de ellos cualquier cosa. De los que no somos como ellos depende que no regrese la barbarie. Un abrazo.
EliminarNo aceptar y seguir dominando es lo único que ven y tienen. Ladrar y morder defendiendo lo indefendible y ojalá continuemos ese camino que parecía imposible y logremos callar todos los aullidos y desterrarlos. Ahora sí, no solo con un gesto de un día, grano a grano, codo con codo. Ojalá. Saludos.
ResponderEliminarOjalá, pero llevamos toda la vida intentándolo...Ellos montaraces, nosotros con la luz de la razón, porque si no...
EliminarQué bien los has descrito, a ellos y a la situación actual.
ResponderEliminarSabes tan bien como yo la ralea de esa gente, tienes un ejemplo de soberbia y dictadura (ungida, eso sí, por sus seguidores) muy cerca. MIra estos días.
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