Oigo en la madrugada caer la lluvia con una placidez rabiosa. No puedo evitar que mi subconsciente animista -todos llevamos ese componente, más profundo y auténtico que la otra ideología que nos obligaron a mamar- me pida un gesto de bondad. ¿Con la lluvia? No, con las circunstancias. La lluvia disfruta cuando agradecemos su presencia, pero no necesita nada de nosotros. El entorno de hombres y cosas, sí. Y rezo. Rezo desde mi animismo: invocación dichosa, deseo furibundo, emoción transformadora. Tal digo desde la hondura de lo breve:
Lluvia. No ceses. Cae con contundencia natural, expurga las conductas, barre los detritos malolientes, aligera la gravedad del mal, purifica nuestros ámbitos, líbranos de los hombres patógenos, elimina el marasmo que nos rodea, desaloja la confusión, disuelve nuestros temores, recupera el oxígeno de la razón perdida, aleja los fantasmas que se presentan como salvadores, danos conocimiento y capacidad para avanzar de modo adecuado con el conocimiento, revitalízanos.
No sé si es suficiente. No sé si me siento mejor. Sí más generoso.
(Fotografía de Louviere+Vanessa)
¿Solo amén? Como nos quedemos en amén lo tenemos claro, hermana. Ni rezos, ni voto delegado, ni esperar de providencias mediáticas, ni soportar ya más tutelas corruptas...A valorarse cada cual y encontrar el camino. Un abrazo.
ResponderEliminarHermoso texto, Fackel. Comulgo con esta religión.
ResponderEliminarSalud
Menos mal que alguien me comprende...Gracias, Manuel.
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