Una mano grande y fuerte de alguien que no veía apretaba mi cuello; yo apenas podía respirar e imposible desasirme de ella, cuando se me ocurrió gritar al desconocido: no podrás conmigo, y la mano y el brazo que había detrás y el cuerpo que los proyectaba quebraron en mil añicos, dejando dibujada en el suelo una silueta de cenizas.
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