Aliados en la insaciabilidad del juego que no distinguía ni el bien ni el mal, ni el orden ni la transgresión, cada noche mordíamos nuestros cuerpos para paladear el fruto prohibido antes de que fuera demasiado tarde y nos fuera arrebatado por los dioses de la envidia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Los dioses tienen siempre envidia de los transgresores
ResponderEliminarSe tenían envidia entre ellos, así que no te cuento con los mortales si estos destacaban...
Eliminar