Debía tratarse de un sueño. Intentaba hablar y solo me salían balbuceos. Enfrente, los labios sonrientes de mi madre emitían un aire que dibujaba sonidos. Yo no lograba entender aquel milagro y movía mis labios atropelladamente. No sabía tampoco si ella hablaba por mí. Si me desasosegaba, mi madre me calmaba diciéndome que era un juego. De pronto provocaba un grito desmesurado y mi madre me dejaba caer de sus sus brazos.
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¡pesadilla!
ResponderEliminarpodría ser parte de los Cantos de Maldonor
saludos
Demasiado nivel para mis letras, Omar, que son más insignificantes. Saludos, me alegra saber que sigues al pie del cañón. Un abrazo.
EliminarLa ambigüedad del relato se concentra en ese "provocar un grito desmesurado". ¿Cómo, por qué? Entonces: ¿realmente lo provoca o desmesurada es solo la reacción? ¿El niño cae por descuido ante el impacto emocional o es rechazo voluntario? No sabemos ¿Ambigüedad fundadora desde sus entrañas del relato mismo?
ResponderEliminarEse estado de naturaleza prelingüística en que el mundo va definiéndose y nosotros en él a través del bosque articulado de sonidos en que nos ingresan esos nuestros dioses adultos para el lactante, muy bien contado. Magistral. Muy lacaniano supongo, Dr Livingstone.
¿Y somos ya entonces destino legible, asumible o rechazable, o más bien profecía autocumplida de nuestros primeros roles asignados en vida?
La frontera entre temperamento innato y carácter modelado ¿no es tan lábil como la del Tarajal? Vaya usted a saber.
Al final lo vitalmente tangible es cómo opta cada cual por gestionar su carajal...
Como siempre, una espléndida aproximación a interpretaciones sobre la que no debo decir nada más. Sí, que hago mías tus preguntas.
EliminarTal vez hay más de un Tarajal, incluso más cercano a los peninsulares.
Salud.