Me cuentan de la muerte del padre de una antigua amiga. No sé de ella desde hace más de dos décadas al menos. Esa pertenencia al pasado de la amistad podría justificar que yo ignorase el incidente. Sin embargo la llamo por teléfono. Está afectada, no tanto por la muerte en sí como por el proceso de la enfermedad que sometió a su padre a una tortura extrema. Tiene necesidad de desahogarse, supongo que una vez más, para liberar demonios. El detalle, sobre el que se explaya, me sobrecoge. Me habla de la confusión de los médicos, de los diagnósticos equívocos, de la difícil localización del mal, de la imposibilidad de ser operado, de la angustia de los familiares. Pero sobre todo habla del dolor y de la desesperación con que la naturaleza ha castigado de forma absolutamente despiadada al hombre. Dice que ella estuvo a pie de cama día a día. Haciendo de madre del padre. Dice que se hartó de llorar durante el año y medio de padecimiento del hombre. Que se hartó de llorar en su agonía y en su muerte. Qué pronunció su nombre tres veces y que paró. Ya no más llorar, dice. Yo sé que no ha parado del todo. Que volverá a hacerlo, como nos ha pasado de una manera u otra a todos cuando menos nos lo esperábamos. No por la ausencia, sino por la imposibilidad de reponer una vida. No por la muerte en sí, asumida al fin y al cabo, sino por el desengaño de la vida. Aunque también por los recuerdos insustituibles que nos acompañan y que, en definitiva, es lo que la muerte no puede vencer nunca. Detrás de sus palabras he percibido el dolor del dolor. El dolor físico del sufridor que fue transmitido en forma de dolor moral a los próximos. El dolor de la impotencia. El dolor de lo que la víctima, más que paciente, percibía como abandono. El dolor de la desesperación por no entender nada. Y nada era: que tanto mal se cebase en él. En la charla ha habido relato duro, nada más. Ninguno de los dos hemos hecho discurso sobre el mal, sobre el dolor, sobre la compañía, sobre la vida o sobre la muerte. Ahora me resulta inevitable pensar en los insensibles fanáticos de este mundo que causan dolor. Y, sobre todo, en aquellos que lo justifican con la falsa moneda de cambio religiosa, recomendando soportarlo. El dolor, esa cuenta pendiente que define aún el fracaso humano.
(Fotografía de Eric Kellerman)
Yo también siempre lo he pensado así, Fackel y creo que todos, a medida que vamos padeciendo pequeños dolores, somos conscientes de ese gran fracaso: sigue habiendo dolor. ¿por qué sigue habiendo dolor?
ResponderEliminarBuena pregunta, pero...¿de qué condición somos?
Eliminar¿Y por qué nadie se plantea que todo deriva del privilegio de haber nacido? ¿Y por qué conformarse con lo que se nos ofrece si no estamos de acuerdo? En fin, que puedo ser muy dura y exigente, pero las personas que sufren necesitan de ánimos, aunque a veces les resulte más útil un varapalo. Besos.
ResponderEliminarToma del frasco, carrasco. Todo se deriva y todo a la deriva; según. Hay personas que sufren y que tienen escasas posibilidades, probablemente víctimas de excesivos varapalos...Mientras, MJ, los canallas que tú y yo sabemos se siguen yendo de rositas o influyen para salvarse y salvar a los suyos. Salve, regina.
EliminarEn su día conocí unos cuantos de esos, son fruto de la tierra, herederos de la misma, de ella se nutren y con ella se indigestan. No les arriendo la ganancia, tampoco me dan pena, no, caña al mono. Mucho ánimo, fuerza y a seguir dando caña, cada cual a su modo y manera, señal que todavía nos queda oxígeno que consumir. Cuando se acabe... tampoco creo que importe demasiado.
EliminarDesde luego, MJ, nada de vender nuestra modesta primogenitura a los canallas. El oxígeno lo respiramos todos, que no lo acaparen solo los de esa rehala. Veo que los Magos te han traído espíritu de resistencia: eso está muy bien. A mantenerlo en alza.
EliminarEstaba escribiéndote un comentario el otro día, cuando de repente mi ordenador se apagó. Tanto corte de energía en Buenos Aires acabó con su vida útil, y tuve que ir por uno nuevo, a pagar en cómodas cuotas sin interés, claro está.
ResponderEliminarTu reflexión me toca de cerca, Fackel, no sólo porque soy una mujer de fe, sino porque además estoy rodeada de fanáticos religiosos que intentan consolar en el dolor con palabras grandilocuentes. Creo que por más fe que se tenga, el dolor nos pone a prueba hasta el límite de nuestras posibilidades de entendimiento y resiliencia. No existe explicación alguna ante el dolor. Lo mejor que se puede hacer en casos como el de tu amiga es poner la oreja, escuchar con empatía y compartir con humildad el hecho de que la enfermedad y la muerte son misterios que nos superan y nos igualan a todos.
Un saludo.
Fer
Bienvenida al 2014 saludable y consciente, María. Lamento la situación por la que transcurre vuestro país, que no es nada nueva, mira que no hay manera de que levantéis cabeza...
EliminarPor supuesto que el dolor pone a prueba, para eso no hace falta creer ni tener ideas de la clase que sean. Es una constatación física, personal, que no puede trasladarse, sensitiva hasta el extremo. Por eso siempre me dolió, valga la redundancia, que se exaltase y se utilizara por parte de los clérigos, sobre todo con las mentes más sencillas y lo he visto muy de cerca, para tener controlada a la gente, con esa invocación a resignarse. Con todo el respeto, María, creo que el cristianismo y principalmente su versión católica es una religión que causa dolor, porque no tiene resuelta en su fuero íntimo el sentido y la actitud que hay que tener ante él. Y hablo del dolor en todos los amplios sentidos. La Iglesia, y de eso España sabe mucho, ha causado mucho dolor, ha estado del lado de los que han hecho mucho daño, desde la vida ordinaria en que era uña y carne con latifundistas, caciques, etc. hasta el descarado respaldo abierto en una guerra -y lo que es peor, en la preparación previa de un golpe militar- junto a los privilegiados. Simplemente recordarlo.
Yo difiero en lo de considerar misterios la enfermedad y la muerte. Si lo consideramos así solo estamos abocados a una interpretación mágica (como en el Paleolítico) o a un religiosa (como sucede hasta hoy) Parte del dolor amplio, el que es debido a las formas de vida y explotación, se puede evitar, compensar, reducir. El que la humanidad no resuelva hasta el momento -de alguna manera ha reducido- las causas que fomentan el dolor no quiere decir que tengamos que aceptarlo como misterio. El dolor social tiene causas analizadas desde hace siglos. El dolo físico de un humano está estudiado vinculándose con el sistema nervioso. Otra cosa es que uno y otro no se atajen. Creo que eres una persona de claridad y de buena información como para tener que insistir sobre el tema.
Un abrazo fuerte.