Dirigirnos hacia un lugar en medio de la dispersión.
Qué punto nos llama especialmente desde ese perfil circular en que nos movemos es algo difícilmente explicable. Aquel espacio o la otra figura que nos urgía conocer pueden pasar a segundo plano. Dejan de interesarnos o nos vemos impelidos a desviarnos porque otro enigma nos reclama más. Los objetos o las personas o las situaciones son casi siempre enigmas. Aunque previamente sepamos algo de ellas y nos incentive aproximarnos, son siempre misteriosas.
Caminamos por una sala de museo, recorremos un parque urbano, tomamos un camino hacia un valle, nos dirigimos al encuentro de un conocido, y lo hacemos con una evidente disposición a dejarnos guiar por referencias. Y de pronto, elegimos. Siempre elegimos. Nos pasmamos en otra exposición, nos sorprendemos del rincón de la floresta en el que nunca antes habíamos caído, elegimos al azar una senda que no sabemos a dónde nos conducirá, hallamos de pronto a alguien que nos extasía.
Partimos a la búsqueda de un cierto grado de satisfacción por lo que nos habían dicho o sobre lo que nos habíamos informado previamente. Pero solo estamos algo más seguros cuando probamos de modo diferente. Y sobre todo cuando la sorpresa, tenga la forma que tenga y nos hable como nos hable, despliega una emoción. Nos dejamos tomar, desplazando los prejuicios, el tiempo, lo admitido. Y en ese instante empezamos a ser otros. O acaso solo es que empezamos a ser.
(Fotografía de Eve Arnold)
somos, justamente eso, el asombro
ResponderEliminarel desvío no es otra cosa que empezar
tal como lo dices
¡che! y qué bien lo dices
un abrazo
Gracias por compartir, Omar, mi asombro. Un abrazo.
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