Una veces la vida era para Job campo abierto. Otras veces tenía muros y él la veía desde un rincón. Allí dentro la araña fue tejiendo su tela durante jornadas y jornadas. Él la dejó hacer. Contempló su obra. Admiró su ámbito de subsistencia. Observó su estrategia. Se dejó fascinar por su perseverancia. Nada parecía alterar las jornadas sucesivas de la araña. Y el anciano se entusiasmó. Y no obstante la hiel que le recorría las entrañas alabó para sí la complejidad de las manifestaciones de la vida. Que implicaban también aquellas menos deseadas de la muerte.
(Imagen de Katarina Brunclikova)
Amamos ese proceso que llamamos "vida", ese proceso que conlleva su extinción.
ResponderEliminarPero... ¡Y las veces que le sacamos la lengua!
¿A la extinción? Todos los días y a casi todas horas, seguro. A muy poco vitales que nos sintamos. Hay que hacerla burla y corte de mangas, jaj.
EliminarContemplar la realización de la telaraña desde afuera no tiene el mismo efecto que hacerlo atrapado por esos propios hilos...pobre Job. La realidad lo angustia y lo confunde.
ResponderEliminarMuy biennnnn. Siempre tuve esa sospecha. Son dos miradas, pero ambas nos acechan.
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