"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 29 de abril de 2011

Malena S. / 17



A Malena le subyuga la librería de lance de Karel. Tuvo su auge durante el efímero período del gobierno de rostro humano. Allí se encontraban muchas traducciones de primeros de siglo y títulos que llegaban de otros países. Más tarde, Karel y su modesto negocio sufrieron represalias y subsistieron de milagro. Los últimos cambios en el país no han modificado ni el interior ni el exterior de la tienda. Algunos estantes repletos, pilas de libros por el suelo, una mesa de madera de nogal hace de mostrador. En un extremo, una vieja máquina de escribir alemana marca Mercedes, que todavía funciona. Malena va con alguna frecuencia a la librería de Karel porque le gusta leer en alemán y los precios son muy asequibles. Allí ha encontrado las mejores ediciones de su escritor favorito enterrado en el cementerio Zidovské. No sólo ha dado con los autores consagrados de antes de la guerra, sino también con los contemporáneos. Algunos viajeros extranjeros se matan por ejemplares de revistas de otro tiempo que nadie sabe de dónde los ha sacado el librero. Pero en esta ciudad hay gente que se ha ido deshaciendo de muchas cosas. Es como si al liquidar libros, colecciones de sellos, álbumes, fotografías y objetos varios de sus casas pusieran punto final a los años que no quieren revivir. Malena no comparte esa actitud de expulsar los pequeños recuerdos. Por mucho que se desprovean de ellos, dice, no van a lograr suprimir la memoria de su propia carne. Malena es valiente con el pasado y tiene una actitud sumamente curiosa y receptiva. Como lógicamente no ha conocido lo que vivieron sus padres, ella indaga, lee, se entrevista con testigos que no sean reacios a hablar de lo sucedido atrás. La tienda de Karel es un buen punto para contactar con ese tipo de gente. Karel mismo es de esa clase y, aunque escéptico y socarrón, tiene suficiente confianza con Malena como para ponerle al día de lo que ella desea saber. Las tertulias se hacen de pie, si coincide una hora en que trasieguen por la librería algunos de los asiduos. En ocasiones acompaño a Malena, pero noto que ni yo estoy a gusto, no es un ambiente al que esté acostumbrado, ni Karel y sus amigos se muestran demasiado habladores en mi presencia. Así que de ordinario dejo a Malena en su búsqueda de libros y de historias orales y regreso dos o tres horas después. O no vuelvo.

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