"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 28 de diciembre de 2010

Expectoraciones


Mientras las gentes de su entorno se felicitan no se sabe bien qué, según las pautas al uso, se felicitan acaso de la felicidad imposible, de pronunciar fácilmente con la boca lo que acaso el corazón no sabe canalizar, él se rebela, el hombre se eclipsa con su otro rostro, piensa en el poder, limitado, alterno y contradictorio, de la palabra emitida, el sonido de nuestros días, una palabra estereotipo, piensa en los arquetipos de conducta con que las gentes se guían, simplemente porque hacerlo es identificarse con el grupo, sentir el calor de la tribu para no sentir la soledad individual, porque las gentes temen la soledad individual, les espanta el ejercicio de enfrentarse a sí mismos, a sujetarse sus diferentes caras, temen contraponerse a todas sus posibilidades, límites y aspiraciones, y en ese miedo por no considerarse a sí mismos no ya una fortaleza, que podrían serlo, sino simplemente un yo personal y sagrado, hacen dejación y se refugian en lo colectivo, y la masa exige siempre contrapartidas, la primera el uso abanderado de los tópicos, de las enseñas repetitivas, las que se formulan con la palabra, aunque se prostituya el concepto, y de las misma manera que algunos tienen necesidad de exhibir sus banderitas de la nación imposible colgadas del retrovisor interior de su coche, otros precisan oír una y mil veces las mismas voces, porque él cree que realmente lo que emiten las gentes no son medidas palabras, vocablos precisos y con respaldo, sino lamentos guturales, voces, a veces gritos, a veces se configura incluso una oleada masiva expedida desde miles de gargantas, y las gentes, o cada individuo de esas gentes en su entrega total, se sienten respaldados cuando disparan sus heil, sus felices, sus olés, sus halas, sus vivas, toda una coreografía de cantos huecos, porque ese simbolismo es vano, no conduce al fortalecimiento de cada ser, sino al rebajamiento de su don íntimo, y de la misma manera que se conceden con necedad al arropamiento de los modelos exhibidos, de la misma forma con que se someten a lo que consideran un poder exterior taumatúrgico, palabras pronunciadas como un solo hombre o delegadas para que cada boquita particular se crea que sale de ella misma, así mismo se vuelcan en las palabras ajadas, desprovistas de racionalidad y de sensatez que se vacían diariamente desde todos los canales de los medios de incomunicación, esas ondas capaces de envolver en la privación más absoluta a cada uno de los seres de este mundo, y no son inútiles del todo las palabras que se repiten en su vaciedad, pueden ser equívocas, falsas o vacuas, pero son muy fructíferas para los fines que se persiguen detrás, ese vivir como si se quisiera ser sujeto y objeto, esa persecución desmedida de la identidad con la mercancía, como si esta saciara las verdaderas apetencias del individuo, y por eso él, el hombre atormentado se ventila y se consolida en su duda cuando lee algo del monje Yoshida, unas reflexiones, que él llamaba ocurrencias, Tsurezuregusa, de hace seiscientos cincuenta años que parece que fueran actuales…


"Van en grupos, como hormigas, unos caminando alocadamente hacia el este y otros hacia el oeste; algunos corren hacia el norte, otros hacia el sur; los hay poderosos, los hay humildes; los hay ancianos y los hay jóvenes; tienen a dónde ir y un hogar al que regresar; al llegar la noche se acuestan, por la mañana se levantan.

Pero ¿por qué toda esta actividad?

Anhelan vivir muchos años y almacenar muchas riquezas. Sus deseos no conocen límite. ¿Qué buscarán cuidando tanto de su salud?

Lo que les espera es la vejez y la muerte, que viene con paso ligero sin detenerse un solo instante.

¿Qué nos podrá contentar mientras la esperamos?

El que vive pensando en las cosas del mundo, no la teme. El que vive ofuscado por los bienes temporales, no se imagina lo próximo que está.

El hombre insensato se apena al pensar que no puede vivir eternamente en este mundo. Desconoce la ley universal de que todo es efímero y perecedero. "




(Composición fotográfica de Michal Macku)

4 comentarios:

  1. La intersección entre Fackel y Yoshida Kenko me parece ideal para ir despidiendo este año que se va...

    Nada que añadir, hermano.

    Te envío un fuerte abrazo en estas fechas insensatas

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  2. Compañero, ya sabes que las intersecciones se producen más bien en el infinito visual, pero vivir paralelamente en pensamiento ya es mucho en estos tiempos.

    Nada acaba, y lo sabes bien, y nada empieza, hacemos de las fechas una simbología un tanto decadente y bastante traidora por otra parte. Pero ea, abandonémonos a los símbolos numéricos como si fueran una bendición cuando suelen ser más bien un ardid para nuestro propio sosiego.

    En efecto, nada que añadir.

    Sí, una minucia: que te pases por "almas bárbaras", un...llamémoslo selector particular de textos que se me ha antojado abrir. Textos que a uno le sugieren, le hacen pensar simplemente o que le gustan porque sí.

    Un abrazo fuerte y con afecto.

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  3. Viva el optimismo, jajajaja. Es broma, es broma... Y está bien detenerse en eso, en darse cuenta del verdadero camino y la verdadera meta. Por eso sabemos que está bien porque es necesario mirar también hacia otra parte, hacia dentro, y pararse a contemplar ese interior que se parece tanto al exterior, al exterior infinito.Ese es el gran mal que nos asola en tanto que especie. La solución estaría en observar y atender a otras cosas. Lo cual equivale a decir que la solución estaría en dejar de ser humanos por una temporada larga. Esencial llamada de atención, amigo. Feliz año, bon any.

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  4. ¿Pesimismo? ¿Optimismo? ¡Deshumanización! Tu grito resuena por montañas y valles, por roquedos y páramos, por acantilados y desiertos, por...bueno, bueno, también era broma, hermano.

    Pero mira que tu propuesta de dejar de ser humanos al uso durante un tiempo no es mala idea. Si se enteran esos seres demediados que de vez en cuando dejan un comunicado a Fackel, jaj...

    Salut, company.

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