"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 17 de diciembre de 2010

Aforismos del solsticio



Rodeado de la abundante y variada floresta, ¿cómo podría ver el bosque de los libros sin fijarse en cada uno de los árboles?

Hay tantos géneros de libros como especies arbóreas. No en vano los unos vienen con la apariencia de las otras. Y a su vez existen subespecies, categorías y familias. En todos encuentra, en mayor o menor cantidad, alguna sustancia con la que curarse de la vida cotidiana.

Queda atrás el tiempo perdido de lectura. Doblemente perdido. Por no haber sido utilizado como ahora percibe que le hubiera gustado utilizar. Y por haber transcurrido irreversible y traicioneramente. Perder siempre es un verbo que compromete la voluntad. Pero sobre todo compromete la capacidad, que también se pierde.


Extremada desconfianza, demasiada inadvertencia, excesiva vacuidad. Factores que gravaron sobre él y los suyos en tiempos de tinieblas. Subestimó el poder del silencio y se dejó vencer por la desprevención. De aquellas carencias, estas ansiedades. Ahora que hay tanto interesante para leer, no queda apenas tiempo. Debe ser muy cauto al elegir. De lo contrario, tendrá que esperar a la próxima existencia. Sin garantías.

No aprendió a leer cuando juntó vocales y consonantes, ni cuando pronunció los primeros fonemas, ni cuando fue conjugando las formas más sencillas de los verbos, ni cuando estableció frases con una sintaxis que se entendía. Aprendió a leer cuando más allá del texto disfrutó la textura. Aprendió a leer cuando se dio cuenta de que imaginaba lo leído.

Algunos de los libros que más le han sorprendido (considera a la sorpresa pareja del descubrimiento) llegaron a su vida por abandono. Libros que habían yacido a lo largo de años en estantes de librerías, sin que nadie los reclamase. Allí encontró cosas de Canetti, de Bernhard, de Bufalino, de Zweig, de Joseph Roth, de Consolo, de Perutz, de Holan, de Anise Koltz, de Oguzcan, de Desnos. Tanto le agradaron que desde hace tiempo considera que el destino de una lectura satisfactoria proviene del olvido.

Tanto le agradaron, dice, que podría describir perfectamente en la librería de qué ciudad y bajo qué circunstancias alcanzó a hacerse con esos hallazgos. Prefiere no ejercitar la memoria porque siempre hay otros recuerdos colaterales gravosos que preferiría no volcar desde su sensible disco duro.

Tampoco nadie le había hablado de las obras con que se iba encontrado entre las manos. ¿De dónde salían aquellos autores? ¿Cuándo y en qué territorios habían escrito y descrito tanta belleza? Que aquellos libros polvorientos y sucios permanecieran en los anaqueles de la tienda, ¿era sinónimo de que eran malos textos o de que se trataba, como el gran vino, de un reserva?

Probablemente en aquellas lejanas fechas eran libros bárbaros. Libros desconocidos, libros de los otros, libros que no encajaban en la mentalidad de las modas y en los tirones de las grandes ventas. Le atrae aquello que nadie menciona. Le fascina lo que nadie recaba. Lo suyo es la pasión por al anonimato de facto.


Echa en falta aquellas lecturas paralelas con otras personas. Con que fuera con una bastaría. Lecturas sin acelerones, en que los ritmos eran diferentes pero no la intensidad. Ojos complementarios. Siempre leyó sin la premura y la agilidad del otro, por lo que nunca acabó el primero. Se recreaba en las esquinas de las frases, giraba sobre los vocablos que le llamaban la atención y se subía a las figuras de estilo, cuando no volvía a releer la página entera. Descubrió así que aquel leer consistía en ejercitar además los sentidos.

Abre al azar una página cualquiera de un libro. Si lee tres o cuatro líneas y le suscitan expectación, vuelve a abrir el libro por otra página diferente. Si aquí la prueba se reafirma, va al final del libro y lee las últimas líneas. Necesita tener la sensación de que no hay final para hacerse definitivamente con el libro. Puede perdonar el comienzo, el cual no le urge nunca; pero el final siempre tiene que dejarle embobado y sin saciar. Le gusta arriesgarse. El cortejo vendrá después.




(Ilustración de Manuel Boix)

6 comentarios:

  1. Nos van quedando tan pocas cosas que un libro de Onetti,Proust,Cortázar,Gabo...puede ser la excusa perfecta para sentirnos un poco mejores

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  2. Por eso hay que perseguir aquello que permanece abandonado y procurar el descubrimiento. Ya no es fácil. Demasiado just in time también en las librerías. Los espacios se renuevan permanentemente, pero siempre se encuentran sorpresas que dormían el sueño de los justos en los anaqueles.

    Buen día, Felipe. Salud.

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  3. Uau, me hablas del libro de arena, de ese libro que no tenía ni principio ni final y que era infinito como lo soñado. Y además escribes tan bien...

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  4. Ah, Ramón, no sabe ya uno. Que tenga principio y final un libro es una cuestión técnica necesaria, supongo. Tengo la sensación de que muchos autores han puesto más atención en el principio que en el final. También hay principios lentos y aparentemente descentrados que luego deparan un desarrollo sorprendente. Pero acabar un libro con una sensación de que no debe acabar es fundamental para Fackel.

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  5. Siempre que busco en los rincones ocultos de las librerías y algún tesoro cae en mis manos, leo el último párrafo. Si me gusta me lo llevo, si no lo devuelvo de inmediato. Normalmente acierto, no es una cuestión de cómo acaba espacialmente el libro, pues todos sabemos que nunca acaba realmente en el último párrafo, sino por el afán de conocer el estilo, la atmósfera, el lugar por el que me voy a mover durante un tiempo.

    Saludos

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  6. El misterio del párrafo final de un libro...O el aliciente para comenzarlo. Buscamos libros por los estantes como si escudriñásemos especies extrañas en las profundidades de una gruta o fósiles sorprendentes en la ladera de un cerro. Buscamos en función de nuestros propios apetitos y ansiadas satisfacciones.

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