"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 17 de marzo de 2010

Indolencia


“...y en aquel pulso sentía que necesitaba recuperar el control y la tensión íntima. Atrapar la gracia misma que me había permitido desarrollar hasta entonces los bocetos y encontrar lo que yo consideraba mi estilo. No es exacto que la presencia cada vez más urgida de Circe me desviara del aprendizaje. Simplemente se trataba de una alteración cuyas consecuencias sobre mi trabajo no podía prever. Con el tiempo he llegado a considerar un acierto que sus insinuaciones fueran haciendo mella en mi. Precisamente porque repercutía en mis actitudes, en mi visión de las cosas y por lo tanto en mis enfoques y perspectivas sobre el dibujo. Los acontecimientos casuales e imprevistos suelen jugar con nuestras vidas sin que acertemos a ver previamente su alcance. Probablemente en ocasiones vengan precedidos de señales, incluso de voces, que no sabemos interpretar. La facultad de medir lo que va viniendo hacia nosotros no le es concedida a nadie. Y menos a los visionarios, por más que luego estos alardeen de haber previsto lo que iba a suceder. Es fácil descifrar la partida de cartas tras haberlas repartido, e incluso hasta que éstas no se muestran nadie puede estar seguro de nada. Durante varios días me manifesté indolente, rindiendo poco, inmerso en cierta desorientación. Mi manera de utilizar las herramientas habituales se volvió torpe. No me concentraba en los temas obligados de la academia. Tampoco lograba pergeñar aquellos dibujos espontáneos y atrevidos que había estado haciendo sobre Circe en el recogimiento de los tiempos muertos de las tardes. Al menos no con las mismas características y representaciones, pues se volvieron más difusos en la forma y más descarados en la intención. Siempre temí esas horas vanas de las tardes de verano. No he sido hombre de siesta, pero la pesadez de la comida aumentaba el calor del cuerpo. No era infrecuente que un calor digestivo condujera a otros calores de la mente que obraban convulsivamente dentro de uno. Nunca he rehuido la llamada de mi sangre, pero a veces temía los desenlaces solitarios, y ser presa del desasosiego y de un estado de ánimo frustrante. Fue precisamente una tarde en que me debatía entre la somnolencia y la abulia cuando escuché una voz de mujer, procedente del zaguán, que preguntaba por mi...”



(Fotografía de Aneta Barthos)

2 comentarios:

  1. !Que bien!, las 1001 noches-dias con Circe, acabaré insomne.
    Fackel: feliz noche.

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  2. Jaj, Tula. Y yo acabaré como Sherezade salvando la piel del cazador que llevo dentro.

    Un abrazo a punto equinoccial.

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