“...pero a los que puedo advertir todavía en la zona umbrosa de mi memoria. Las ventanas que veía desde este rincón persisten aún. La piedra ennegrecida de la fachada parece ir apoderándose poco a poco de ellas. Pero ha desaparecido la mujer joven que todas las mañanas las abría. La estoy viendo ahora, con su camisa amplia, su cuello de puntilla, arremangada, sonriéndome. A veces se ponía un pañuelo de color malva anudado al cuello. Yo imaginaba entonces que la fragancia que llegaba a mi cuarto cada mañana procedía de aquel pañuelo. Las paredes de enfrente dejaban de ser opacas para mi cuando se mostraba. Al levantarme, ella ya se había puesto a la tarea. Iba pasando de una ventana a otra cada cierto tiempo. El tiempo que le llevaba hacer la limpieza de cada habitación, hubiera o no huéspedes alojados. Sacudía las mantas, cambiaba las sábanas, oreaba los cuartos, pasaba el cepillo. La veía hacer todos los ejercicios con meticulosidad, sin pausa. Era frecuente que se apoyase en el alféizar y levantara su mano. Buenos días hoy, decía. Al cabo de un rato, desde otra ventana repetía la misma coletilla, buenos días hoy. Y así en la siguiente y en la otra y en la otra. Buenos días, hoy, dibujante. Su presencia era un acicate nervioso y alegre que no dejaba que me concentrara en mis deberes. Yo abandonaba el cuaderno de dibujo y los libros de teoría y me precipitaba a la ventana. Lo abandonaba todo por Circe. Era un nombre extraño en aquella región y, como una vez me dijo, ni ella misma conocía su origen. Sabía que su padre había viajado bastante y que acaso por esa razón había traído el nombre para ella desde tierras lejanas cuando nació. Como quien trae un presente. Un don que no iba a ser efímero, sino algo más, un símbolo acaso. Circe. A mi me gustaba que se llamara así. Eran dos sílabas para las que no tenías que mover la lengua de la misma posición. Era como estar acariciando los dientes. Como si ensalivaras la boca cada vez que lo pronunciabas. Cuando la llamabas se mantenía con un tono moderado, aunque ella lo percibiera agudo. Además, se trataba de un nombre que le distinguía con facilidad de los conocidos que llevaban las otras chicas. Cuando Circe desaparecía de las ventanas y yo retomaba mis ejercicios ella seguía allí. Perfilándose en las hojas del bloc al ritmo de los lápices que mi mano precipitaba...”
(Fotografía de Gertrud Kasebier)
(Fotografía de Gertrud Kasebier)
¿es tuyo el texto? lo pregunto más que nada por el entrecomillado... pero al no citar fuentes imaginaré que si.
ResponderEliminarMe ha encantado esa manera de cuidar, acariciar y acunar el lenguaje, llegando a ver esa ventana de buena mañana, y a percibir la esencia del olor de Circe...sencillamente genial.
Saludos
Silence. Tal vez el entrecomillado sea una heterodoxia mía, pero lo quería así. Es parte del juego: comillas y puntos suspensivos que se van vinculando. Empieza en el post titulado Momento.
ResponderEliminarSí, a mi me dura todavía el aroma de Circe...Gracias por pasarte.
Buena noche.
Me gusta tu forma de relatar..
ResponderEliminarfeliz día.
Tula, gracias por soportarme. Feliz tarde soleada.
ResponderEliminarUna delicia de relato.
ResponderEliminarEs la septima vez que leo.
¿ Por qué no me salen escritos tan preciosos?
Un beso dominical
Ay, Aquí, como os pongáis así me voy a tener que exigir más. Y uno nunca sabe dónde llegará al escribir. Escribe, luego existe.
ResponderEliminarSalud y esfuerzo.