Al pasar cada página, los dedos bailotean sobre el papel. Y lo soban, lo suficiente para ir dejando el espíritu de sus huellas. Es justo ese párrafo en que el sentido queda partido y el paso de la hoja descoloca al lector. Al iniciar la lectura que debería ser seguida el lector se confunde. La memoria del texto sufre un lapsus. Tiene que volver a atrás y el ejercicio no le funciona. Lo intenta nuevamente, pero aunque el movimiento de los dedos es rápido en realidad debe transcurrir bastante tiempo porque no consigue engancharse nuevamente a la comprensión de lo leído. El borde de la última página empieza a arrugarse, y con el dedo el lector lo alisa para dejarlo aparente. Remitirse a la última página leída implica comenzar de nuevo el párrafo, a media página, porque se siente inseguro. Cuando llega a las últimas líneas hace todo lo posible por concentrarse, pero al girar la hoja toma dos de una vez y pierde el ritmo. Sus dedos frotan el papel con cierto nerviosismo. Malhumorado, separa las dos hojas siguientes para abrir la que da continuidad a lo que ha leído. Cree haber retomado correctamente la continuación del texto, pero los verbos no le cuadran y los sustantivos le hacen pensar en que algo quedó dicho en la otra cara de la hoja que él no puede hilar ahora. No tiene prisa pero no le parece normal. La duda ya no se establece entre unas líneas y otras, sino entre su manera de leer y lo que la tipografía reproduce. No va a sacrificar a estas alturas su paciencia simplemente porque algo se le escapa. La historia es francamente interesante y cualquier incidencia merece la pena ser salvada. Pero al volver a la mitad de la página se da cuenta que ya no capta el comienzo del párrafo. Es condescendiente, y no tiene inconveniente en ir más atrás, sólo porque en algún lugar de toda aquella literatura debe retomarse la senda que conduce al secreto de la trama. Pero cuando se sitúa de nuevo ante varios párrafos tampoco está seguro. Lo lee y le suena, pero lo interpreta de otro modo, y eso le angustia porque piensa que acaso ha estado siguiendo una historia que o no ha entendido bien o ha cambiado. Hasta ahora él creía que los relatos estaban escritos de una manera definitiva y que la impresión estaba sometida a esa intención, y que no variaba, y que la servidumbre de los ojos que leían quedaba liberada por la satisfacción obtenida de lo que se contaba con pasión. Sabe que al retomar la lectura algo eclosionará como nuevo. Un matiz, una acepción, la construcción de una frase cuya sintaxis le parecerá más luminosa. ¿Y si no fuera tan malo perder el hilo argumental? Una extraña reconversión le susurra sarcásticamente que tal vez debería comenzar de nuevo a leer el libro. Y él se lo piensa.
Me alegro de verte como siempre: interrogándote e inquieto. Me gusta saberte alerta, vigilando...
ResponderEliminarsalve
Mientras haya gente que me reconfortéis, me sentiré seguro en esa práctica que tú dices. Pero no creas, las vigilias de uno mismo sobre sí mismo agotan mucho.
ResponderEliminarSerenidad, Stalker.
A mí cuando me pasa eso solo atino a pensar: Coño, ya me he perdido!
ResponderEliminarSalud para practicar.
Yo también pienso eso, Rat, pero a veces uno tiene la sensación de que se le escapa el texto demasiado. Deberíamos estar capacitados para dos lecturas paralelas, en vez de una segunda lectura, que casi nunca haremos, o yo qué sé.
ResponderEliminarSi uno se pierde se dan unos pasos atrás, que es sano y suele proporcionar detalles que de una manera mecánica normal se habrían escapado.
Que la noche te acoja.