Llega un momento en que la intensidad ciega. Como si el cenit tocara todos los elementos. Incluido el ser de los hombres. Y estos, en su engreimiento, consideran que sus obras son perfectas. Han aprendido en su larga marcha que hay realizaciones que apenas verdean. Otras que se frustran. Pero aquéllas que llegan a cierta permanencia, a marcar cierta diferencia con otra anterior o con las de otros hombres, aquéllas les parecen eternas. La intensidad hace enmudecer él mundo del ruido. No dura. El ruido, como expresión del caos, sigue insistiendo. Marca las reglas. Modifica las obras. Desgasta las esencias. Se puede tantear y hasta disputar parcelas del caos. Pero incluso ese esfuerzo es otra de sus manifestaciones. Nunca hay un tiempo duradero para la intensidad, como no lo hay efímero para el caos. Es el suceso continuo y también el ámbito desordenado lo que subyace tras lo aparente. Palpo mi intensidad. La gozo hasta quemarme en ella.
(Rothko lo entiende muy bien)
¿Reglas, obras, esencias, gozo, quemarse? No existe mejor escondite que bajo la luz más intensa, más cegadora. Beso.
ResponderEliminar