Llega un momento en que se produce la caída hacia el lado favorable de uno de los contendientes. Parece que se impusiera uno de los dos. Incluso cree que ejerce el dominio. Pero, ¿por cuánto tiempo? Los propios sucesos, efectos aparentemente definitivos, pero espectadores a su vez, dudan. No hay un último pulso. No hay una caída conclusa. No hay un triunfo que cierra nada. La vuelta acecha. El ganador de ahora mismo será el perdedor a continuación. El margen temporal es reducido. Los humanos cantan victorias efímeras, en la ficción de creerlas definitivas. La fuerza de los colores es tan próxima que podrían fundirse. Es un cenit marcado por sus límites. No hay tanta diferencia en el día que se crece y merma silenciosamente. ¿Por qué, sin embargo, se agudizan más en la vida de los hombres? No engañarse. El paso gradual del cielo y de la tierra es también equívoco. Asemeja mansedumbre, pero la violencia es elevada y los colores se desgarran como lo hacen las especies. Todo es concéntrico. Yo me miro en ese reflejo. Sé que me elevo, sé que me caigo. Pero persisto.
(Como Rothko)
(Como Rothko)
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