"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 28 de agosto de 2009

Versus



En algún momento de tu vida empiezas a hacer del tiempo una inobservancia, y el paisaje va reduciéndose paulatinamente a aquello que realmente deseas mirar, y no te interesan ya tanto las dimensiones externas de las cosas como tu capacidad para abarcar los objetos y las situaciones, tu sentido afinado del gusto, tu curiosidad irredenta y la mirada al corazón de los seres humanos que no se habían manifestado aún. Al permanecer fijo frente al mar no estás tan pendiente de ver pasar los navíos, sino que te ausentas, y sólo el sol o el viento o el azuzamiento de la tormenta o el oleaje encrespado te recuerdan que debes seguir resistiendo, y que las mareas, como tu vida, son una constante inercia de flujos cuyas influencias sobre tu cuerpo y sus expresiones no conseguirás nunca desentrañar. Al contemplar con otros ojos y con otra conciencia de los límites el entorno, próximo o lejano, no estás siendo en absoluto un actor pasivo, sino que activas tu ubicación responsable de otra manera. Ya no te crees pretenciosamente dueño de ti, como en años pasados pretendiste, porque el paisaje se te revela con otra perspectiva y otra generosidad. Y en esa amplicación de tu receptividad hacia lo profundo, hasta los sentidos se te han agudizado. Hueles antes de llegar al lugar, escuchas antes de que la conversación se emita a tu lado, tocas cuando aún el objeto de tu tacto no se ha puesto a tu alcance. Tal vez ahí estás ya en un combate seguro contra el tiempo que todos los seres temen que se les escape. A ti no te preocupa. Descubres que caben nuevas prospecciones.




(Fotografía de André Kertész)

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