"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 26 de mayo de 2009

La mano súbita


El advenimiento de una mano. No llama. No pide permiso. No espera a que se la responda. Entra y empuja la puerta. Y súbitamente, comienza su búsqueda. Cuando se entra a una estancia, la emisaria del cuerpo busca. Toca, palpa, sitúa, separa, desclasifica. Al mero tacto, los objetos inmóviles pueden despertar. Según sea la mano que los prospecte. Los objetos primero se estremecen, luego se inquietan, por último se desasosiegan. Se saben sorteados por la mano. Tal vez en disputa unos con otros. Un tanteo, los dados al aire. ¿Cuál de ellos será el elegido? La mano maniobra en la oscuridad. La mano se deja guiar por las filtraciones escasas de luz. La mano se arriesga porque ante lo que persigue no duda. El espacio interior se amplía ante la presencia de la visitante. Se deja, se entrega, se despoja. Pronto podría convertirse en un objeto más. Allí adentro, donde yacen las manos muertas. Pero ésta es una mano que respira. Una mano menuda, que roza las superficies del aire.


(Fotografía de Ralph Gibson)

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